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viernes, 17 de marzo de 2017

Si te regalan la luz, te salen más caros los zapatos...



... o los teléfonos celulares, o las clases de baile, o una milanesa con papas fritas.
Da igual. Uno tiene para gastar hasta el límite de sus ingresos, sea esto lo que tiene en el bolsillo, en una cuenta bancaria o el límite de su tarjeta de crédito. No puede gastar más.
Cuando nos regalan aquellos bienes que consumimos tenemos un excedente para consumir en otros bienes. Si el precio del dentífrico sube tenemos dos opciones: dejar de usar dentífrico o dejar de usar otra cosa. No genera inflación el aumento del dentífrico sino una variación en la relación de su precio con los demás bienes. Pasa lo mismo con los billetes, cuando el gobierno imprime a diestra y siniestra para pagar sus gastos no sube el precio de todos los bienes, sino que baja el valor de intercambio de los billetes para cada uno de los bienes. Eso es la inflación. Pero no me voy a meter en eso ahora.
Yo uso mucho la radio, internet o la tv, también manejo mi auto. Y no tengo la más mínima idea de cómo todo eso funciona. Sé cómo usarlos y nada más. Por eso no puedo opinar cuando alguno de los artefactos se descompone y se lo tengo que dar a un experto para que me lo arregle.
Parece que lo mismo pasa con los precios. Todos sabemos cómo funciona el sistema, todo el día nos pasamos haciendo intercambios con las señales que nos dan los precios, los tenemos internalizados. Cuando los precios son más o menos estables conocemos la relación que hay entre un café y una entrada de cine. Cuando vamos a otros países, no sólo no conocemos las ciudades, también perdemos las referencias domésticas de los precios pues las relaciones entre los bienes en otras partes son otras que en casa.
La diferencia está en que la mayoría da opiniones sobre los precios sin entender cómo funcionan.
Para mucha gente, incluso aquellos que presumen de saber del tema, los precios se forman sumando una "ganancia razonable" -sabrá Dios lo que esto significa- a los costos de producir algo. Claro, nadie se pregunta por el costo de sus insumos, ya que lo da como dado.
Pues bien, eso no es.
Son los precios los que forman los costos y no al revés.
Los precios revelan las preferencias de los consumidores. Porque alguien se entera de que si hace muchos goles puede recibir mucho dinero es que decide emprender la tarea de entrenarse y tratar de convencer a los demás de que es el nuevo Messi.
Lo mismo pasa con la fabricación de salamines. Si alguien descubre que en alguna parte alguien está dispuesto a pagarle $ 100.- por medio kilo de ese tesoro se lanzará a producirlos mientras sus costos no superen sus ingresos. Eso se llama espíritu empresarial y es el que hace que tengamos lo que tenemos.
Un buen día llega un demagogo y dice que el salamín es un bien social, o mejor, un derecho humano y que es una locura que cueste $ 100 el medio kilo. Que debe costar $ 20.- . Y que va a meter preso al que lo venda por encima de ese precio.
Al vendedor de salamines le quedan tres opciones: ir preso (esa la descarta enseguida), fundirse o arreglar con el demagogo un subsidio para cubrir la diferencia entre el precio de venta de $20 al de $ 100.
Algunos sufren la segunda opción y otros venden al público a $20, y le cobran al estado los otros $90. No se asuste, sé sumar. El demagogo arreglará la manera de quedarse con $10 y que el resto de la población pague, incluyendo a aquellos que por prescripción médica no pueden comer salamines.
Un buen día, llega un tipo y dice que no hay más guita para pagarle al productor de salamines y que tendremos que pagar la delicia a $100.
Hay marchas en la calle, suicidios, debates en TV y diversos seminarios.
Pero lo que no hay es inflación. Simplemente, o reemplazamos los salamines por salchichón, o dejamos de comprar zapatos a $1500.

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