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domingo, 17 de diciembre de 2017

Reprimir en democracia.



Para los argentinos parece ser un oxímoron, un concepto cuyos términos se contradicen.

Para seguir adelante hace falta la aclaración de lo que significa, al menos para mí, vivir en democracia.
Los sistemas democráticos se caracterizan por estar sustentados sobre la base de un amplio consenso de la población en torno de algunas reglas básicas: gobiernos electos en forma popular en elecciones libres, amplia libertad de expresión, protección de los derechos individuales de las personas, protección de la propiedad y  libertad de asociación. Hay muchas expresiones y matices dentro de lo que se puede incluir en el campo de las sociedades democráticas hasta llegar a su opuesto, los sistemas autocráticos de gobierno, con características también matizadas pues muy pocos gobiernos se jactan de ser autocráticos, al menos en occidente. En las autocracias el poder está sustentado en una pequeña coalición, las libertades están muy condicionadas, está  extremadamente limitado el derecho de propiedad como la posibilidad de reemplazar al gobierno por medio de elecciones libres.
Decida usted en qué lugar de esta escala le parece que está ubicada la Argentina.
Mi opinión es los argentinos disentimos profundamente respecto de esto.

Tenemos gobiernos elegidos en elecciones abiertas, sin proscripciones, en forma consecutiva desde hace treinta y cuatro años, donde se han alternado en el poder distintos grupos políticos. Sólo en pocas ocasiones se dan actos de violencia en épocas electorales y el clima en general es pacífico. Sin embargo, la Argentina tiene un sistema de representación amañado, las trampas para trastocar la voluntad de los votantes son pletóricas de creatividad, los electores no conocen más que a los candidatos que encabezan las listas, los partidos políticos han monopolizado la representación política dificultando excesivamente la aparición de nuevos grupos y el estado ha desplegado un riguroso sistema clientelar para asegurarse el voto de las masas. Bajo este régimen, sólo grandes crisis han permitido el arribo al poder de agrupaciones opositoras. Por esta razón es común el fomento de los conflictos de parte de los opositores pues ven en las crisis la vía más sencilla para conquistar el poder.

En la Argentina los derechos de propiedad están severamente lesionados. Tras una fachada de legalidad se ocultan múltiples modalidades para burlar este derecho fundamental, desde leyes demagógicas hasta impuestos expropiatorios, pasando por una dudosa división republicana de poderes que hacen que nadie pueda dar por seguros los bienes que posee, incluida su libertad. La enorme porción de economía "negra" que se mueve en la Argentina sirve tanto de salvoconducto ante las arbitrariedades del poder o como única posibilidad de supervivencia de ciertas actividades como de medio de enriquecimiento ilícito de los políticos y criminales varios, haciéndose difícil distinguir entre honrados y delincuentes.

No debería extrañar a nadie, entonces, que todo en Argentina se caracterice por lo provisorio, "lo atado con alambre" nos define magistralmente. Cualquier ley es provisoria, cualquier posición es provisoria.
Los argentinos actuamos en consecuencia con este principio de provisoriedad, hacemos metrobuses en vez de subterráneos, regalamos subsidios en lugar de educar, pedimos prestado en lugar de ahorrar.

El populismo es la expresión política de lo provisorio, por eso reparte beneficios a diestra y siniestra, aún a sabiendas de que son insostenibles. La arbitrariedad es su principal herramienta pues los derechos son simples privilegios que se pueden perder en cualquier momento.
La noción de orden, como puede suponerse, es inoperante ante la provisoriedad. El orden no tolera que algo pueda estar bien y apenas un instante después estar mal. Tal vez la provisoriedad sea más letal para cualquier noción de orden que su opuesto, el caos. En efecto, el caos es efímero. El ser humano no tolera el caos como no tolera la incertidumbre. Un orden provisorio es sólo un maquillaje, una ilusión, una mera apariencia. En ese contexto, cualquier norma siempre camina por la cornisa.
El orden, como la Justicia, como la autoridad, requieren de estabilidad. Una sucesión de órdenes provisorios no configura una situación de orden.
Cada nuevo gobierno intenta establecer su noción de orden, creyendo que por haber ganado elecciones tiene autoridad para hacerlo. Todos, por otra parte, tenemos la esperanza de que esta vez el cambio sea permanente. Claro, hasta que algo nos disgusta.
Pero el orden no es la causa sino la consecuencia del imperio de la Ley -del Rule of Law-, que no puede ser impuesta por ningún gobierno sino que es fruto del progresivo descubrimiento que las sociedades hacen de conductas que favorecen la convivencia pacífica.
Sin esta base, intentar construir un sistema de legalidad equivale a construir un rascacielos con los cimientos en el barro.
El populismo de la provisoriedad ha naturalizado la extorsión y criminalizado el orden, por eso pequeños grupos organizados medran a costa de la población desorganizada.
Un pequeño grupo de mapuches puede enfrentar a la gendarmería . Una horda de extorsionadores profesionales puede jugar un picado de futbol en el centro de la capital del país e impedir el trabajo de quienes les dan de comer sin que nadie se atreva siquiera a distraerlos de su momento de jolgorio. Un puñado de "prebensarios" puede tener un régimen especial de impuestos para su negocio. Un sindicato puede paralizar al país para conseguir un privilegio para su gremio. Un funcionario de segundo rango puede disponer de las arcas públicas casi para cualquier idea que se le ocurra, desde nombrar parientes a distribuir merchandising.

La semana que pasó, a propósito de la mentada reforma previsional  -que no es ninguna reforma sino apenas una corrección marginal que intenta desacelerar el derrotero hacia el colapso de las cuentas públicas- hemos probado todos los platos del menú:
Comenzando porque el gobierno, antes de enviar su proyecto de reforma al parlamento, donde supuestamente se reúnen los representantes del pueblo, lo negoció con los gobernadores suponiendo que estos influirían en el ánimo de los legisladores -que representan al pueblo de sus provincias y no a sus gobiernos, dicho sea de paso- y con la corporación sindical, a sabiendas de que pueden complicarle la vida cuando se lo propongan por cualquier motivo.
Cuando el gobierno pensaba que había tomado todos los recaudos necesarios para que la reforma se aprobara sin sobresaltos sucedió lo que es regla que suceda en la república de lo provisorio.
La oposición derrotada en las elecciones decidió robarse la pelota e impedir la sesión con diputados transformados en fuerza de choque dentro del Congreso y con agitadores profesionales fuera de él.
El gobierno alertado de la situación desplegó a las fuerzas del orden para, Oh my God!, reprimir el intento. Semejante aquelarre terminó con consecuencias desproporcionadas a la magnitud de los hechos, apenas algunos policías heridos y unos pocos detenidos que a la hora que escribo esto ya estarán cenando pizzas con cerveza en su hogar. Y con  los pobres contribuyentes que viven de sus comercios en la zona con sus establecimientos destruidos.

Ningún agente de cualquier  organismo de seguridad sabe qué consecuencias tendrán sus actos. Puede ser castigado tanto por actuar como por no hacerlo y hasta puede ser premiado si actúa en connivencia con el crimen y exonerado si hace respetar la Ley. En cambio, cualquier criminal sabe que es sencillo quedar impune si pertenece a algún grupo organizado.
Algunos publican notas como esta http://www.perfil.com/columnistas/autoridad.phtml o esta https://www.infobae.com/politica/2017/12/17/un-problema-serio-llamado-patricia-bullrich/, cuestionando la acción del gobierno en la refriega. ¿Acaso había manera de actuar bien? ¿Qué estaríamos diciendo si se les hubiese permitido a los sediciosos tomar la calle?
Resulta gracioso como algunos creen que deben reprimirse los delitos. Les preocupa la "desproporcionalidad" como si no fuera obvio que cualquier fuerza del orden que cumple su deber de hacer cumplir la Ley debe contar con recursos desproporcionados respecto de los de los delincuentes, precisamente para minimizar los daños, porque son delincuentes pero no tontos como para dar batallas que no tienen cómo ganar. Y esa desproporcionalidad de recursos incluye al poder judicial, que debe actuar en forma rápida y expeditiva.
Pero el problema con la represión de los delitos no está en las fuerzas de seguridad sino en que sin Ley no se sabe lo que es delito. Pese a contar con el monopolio de la fuerza el estado argentino ha perdido la autoridad moral para imponer el orden. El relativismo moral impuesto en décadas de populismo ha eliminado de cuajo el principio fundamental de igualdad ante la ley.
Por eso, en los países donde la diferencia es clara, el orden es claro y todos saben lo que se puede y lo que no se puede hacer.
La Argentina, a mi modesto entender, está muy lejos de eso.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Pasarla bien.



Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un
hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria
en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del
día hasta el de la noche, toda una vida entera.

JL Borges - Funes, El Memorioso


A qué edad los recuerdos comienzan a pesar en la conciencia?
Es una experiencia subjetiva pero se me hace que eso no pasa antes de los cuarenta años. ¿Será por eso que es común añorar la juventud?
La conciencia es esa cosa que ocupa nuestro presente, nos orienta en el tiempo y en el espacio y organiza nuestra acción. Pero está muy lejos de ser un conjunto de sensores de la realidad. Conviven en el mismo espacio sentimientos, emociones, recuerdos y la información que recibimos de los sentidos. De ese amasijo surge la conciencia.
Los recuerdos tienen que ver con los sucesivos estados de conciencia y se forman desde ellos.
La conciencia nos engaña haciéndonos creer que los recuerdos son las cosas que vivimos en el pasado. Los recuerdos forman lo que queremos ser y lo que queremos ser forma los recuerdos.
Me resulta incómoda la expresión "pasarla bien", sobre todo por lo que tiene de "pasarla".
Pasarla es transitarla sin huellas. Pasarla rehúye el compromiso de estar ahí, consiste en transitar el momento de un modo superficial. Pasarla bien se relaciona con experiencias gastronómicas o sexuales, reacciones de un instinto irreflexivo. También con el consumo irracional y sus respuestas hormonales.
Los momentos de pasarla bien son efímeros, no anclan en experiencias vitales, por eso son adictivos. Necesitamos de ellos uno tras otro. ¿Cuánto de nosotros está ahí cuando compartimos una cena, o realizamos un viaje o compramos un auto nuevo o tomamos una copa de vino?
Pasarla es un intento de anular la conciencia. Y el intento falla siempre. La conciencia nunca está lo suficientemente cansada como para no volver.
La conciencia nos interpela, nos cuestiona, nos confronta con nuestros deseos, nos obliga a pensar en las consecuencias de lo que hacemos, nos enfrenta al otro, a preguntarnos por sus intenciones, por sus valores, por sus intereses.
La conciencia puede ser agobiante. Pasarla es tratar de anularla, pero lo que realmente la tranquiliza es el olvido. Es más fácil olvidar cuando las experiencias vitales se reconocen. Para olvidar hay que asumir y asumirse. No se puede olvidar cuando se evita.
Claro que la conciencia  no siempre pesa. Tampoco los recuerdos pesan, la mayoría del tiempo enriquecen. Lo vivido condiciona, para bien o para mal, la nueva experiencia. Sería imposible mejorar en todo lo que hacemos si no recordáramos lo hecho.
Vivir la vida es lo opuesto de pasarla, tanto de pasarla bien como de evitar pasarla mal. Vivir la vida es abordarla, disfrutarla, sufrirla, encontrarse con todos los matices que nos ofrece; el amor y el placer, también el odio y el resentimiento, por algo hay más sentimientos innobles que placenteros, haga la lista si no me cree.
Vivir la vida nos enfrenta a la muerte, al momento en el que pasaremos a formar parte de la mayoría, y creo que no querremos sentir en ese definitivo momento de soledad absoluta que sólo lo hemos pasado bien.