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miércoles, 24 de junio de 2020

Métanse sus putos protocolos por donde les quepan!


Una de las cosas positivas que trajo la pandemia del coronavirus es que puso el muro de la muerte delante de nuestras narices.

La mayor parte de los habitantes de este planeta que viven en lo que llamamos Mundo Occidental vive cada día ignorando que la muerte existe, creyendo que siempre va a tener tiempo de hacer mañana lo que no hace hoy porque está entretenido jugando con sus amigos por Whatsapp o mirando la nueva serie en Netflix.

Y así se pasa la vida procrastinando y tapando la muerte en geriátricos o salas de terapia intensiva como quien barre la mugre debajo de la alfombra.

Tanta comodidad y protección nos ofrece la civilización que nos hemos olvidado que vivimos en un mundo incierto, donde cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento. Por eso hacemos cosas tan estúpidas como esperar que los gobiernos o un organismo supragubernamental como la OMS decidan qué es lo mejor para cada uno de nosotros.

Cuando apareció una amenaza en forma de un bichito imperceptible corrimos a los brazos de papá estado para que nos diga lo que tenemos que hacer para sobrevivir. A ese grado ha llegado nuestra alienación: el creer que la vida y la felicidad, -oh! Qué nadie se atreva a cometer el pecado de no ser feliz!- se pueden resolver siguiendo la rutina de un protocolo prolijamente diseñado por alguien que sabe más que nosotros mismos lo que nos conviene.

Como los gobernantes suelen ser tan imbéciles como para creerse de que pueden arreglar algo mientras viven del robo del trabajo ajeno, cuando tienen problemas reales se encuentran de frente con su propia ineptitud y allí acuden a algún tipo de experto. Lo que nadie se ha preguntado es cómo cuernos alguien es experto en algo que es nuevo.

Pero como a falta de un buen acorazado es bienvenido un tronco para salvarse del naufragio allí hemos acudido a los expertos para que nos digan qué hacemos para sobrevivir. Y como no son expertos pero tampoco tontos han propuesto soluciones que impliquen que no sean sus pellejos los que estén en juego: aislamiento, cuarentenas, encierro, uso de tapabocas, disfraces varios, prohibición de circular, prohibición de estar al aire libre, prohibición de besarse, de correr, de trabajar, de reunirse, de visitar a tus padres, de arreglarte una muela, de cortarte el cabello, rastreo para saber dónde estuviste, permisos para ver a un médico o salir de tu municipio, y un larguísimo etcétera.

La justicia no funciona ni tampoco el poder legislativo, y mucho menos la Constitución Nacional. Pero eso sucede hace mucho tiempo.

¿Todo esto impedirá que nos enfermemos por el virus o por otras cosas?  Todos sabemos que no, pero nos gusta creer que sí.

Y toda esta parafernalia de instrucciones la envían a diario transformadas en protocolos de comportamiento tan ridículos que causarían gracia si no fuera porque cualquier portero de edificio se siente como el heredero de Kim Jong Un con poder de mandarte preso por no cumplirlo.

Sépase que esos protocolos son incumplibles, principalmente porque no tienen en cuenta si los que tienen que cumplirlos cuentan con los recursos requeridos. Pero es tal la falta de respeto que tenemos hacia nosotros mismos que nos sentimos culpables por no seguir las prescripciones al pie de la letra.

Hemos renunciado a nuestra intimidad, a nuestros espacios vitales, a escribir cada página de nuestra vida de la forma que podamos. El virus vino a recordarnos que de tanto miedo a morir nos hemos olvidado de lo que significa vivir. El desafío es recuperar nuestra vida. Poca, breve, concisa y humilde. Para arrancar, mándelos a meterse sus protocolos por donde les quepan!