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martes, 23 de enero de 2018

Por qué la universidad debe ser privada.



Primera pregunta: ¿Por qué razón va alguien a la universidad, es decir, decide concurrir a una institución que brinda servicios educativos superiores?


Desconozco la respuesta para los casos individuales, que son los únicos que importan, pero se me ocurren algunos motivos:


Para conseguir novio o novia.

Para extender sus chances de tener sexo.

Porque terminada su educación básica no tiene nada mejor que hacer.

Para formarse como cuadro político.

Para mandarse la parte con sus amigos.

Para que sus padres no lo molesten.

Para que su esposa o esposo no lo moleste.

Para demostrarse que es capaz de aprender aun siendo un jubilado.

Para mejorar como persona.

Para explotar su potencial intelectual.

Para promover su negocio privado.

Para capacitarse, es decir, capitalizar sus capacidades mediante la adquisición de habilidades específicas y mejorar sus posibilidades de ingreso y progreso en el mercado laboral.


Seguramente, habrá muchísimas más razones, quizás tantas como seres humanos, y las combinaciones posibles entre ellas. Además, estas razones pueden cambiar en el transcurso de la vida en la universidad.


Segunda pregunta: ¿Qué precio está dispuesto a pagar ese individuo para conseguir sus fines?


Dependerá de la valoración subjetiva que cada uno haga. Por ejemplo, alguien puede querer concurrir a una universidad con un costo elevado en dinero porque presume que aprenderá más o porque allí conocerá gente influyente que lo ayudará en su inclusión laboral o en ámbitos sociales selectos. Otro, en cambio, no quiere gastar un centavo de más para conseguir pareja, de modo que si la universidad no fuera gratuita ni pensaría en concurrir.


Además, debe tenerse en cuenta que la educación universitaria no demanda sólo dinero  . También demanda mucho tiempo y dedicación.


He aquí entonces mi primer argumento. La universidad debe ser pagada, pues es el único modo de medir las valoraciones subjetivas que efectivizan una demanda concreta. En este sentido, los servicios universitarios no se distinguen de ningún otro bien económico.


Véase que no dije privada sino pagada. Como no existe un almuerzo gratis, tampoco existe una educación gratuita.


Para el caso, todos comprendemos que la universidad gratuita significa que no pagan por sus servicios quienes los utilizan en forma directa sino el resto de la sociedad. La aclaración vale para decir que me inclino por una universidad pagada por quienes concurren a ella o por personas que voluntariamente deciden financiar sus servicios, todos ellos, entes jurídicos o personas físicas, perfectamente identificables.


Para aquellos que piensen que hay personas que merecen estudiar pero que no tienen el dinero suficiente para costearse los estudios siempre estará disponible la posibilidad de financiar los estudios de esas personas con fondos propios. Tanto mejor sería si dichos fondos entregados a tan justa causa pudieran ser deducidos de impuestos.



Tercera pregunta: ¿Qué servicios universitarios deben ofrecerse?


Crear una universidad implica actuar produciendo una oferta de servicios educativos que, al menos, intente satisfacer las demandas antedichas, ya que sería idealmente preferible que además de satisfacerlas pudiera ampliar los horizontes y generar nuevos intereses por más, y más profundos,  conocimientos y saberes.


Hay un grado de incertidumbre inerradicable detrás de todo emprendimiento. Uno nunca sabe si lo que uno produce será valorado por los demás como uno quiere que lo sea. Sólo puede aproximarse a ese conocimiento a través del precio, sea que este se pague en dinero –el mejor medio de intercambio conocido hasta hoy- o mediante otro bien.


Por esta razón, sea el estado o los particulares quienes forman la oferta universitaria, la educación es privada porque pertenece a quienes se apropian de ella pagando su precio.


Una universidad estatal –desisto del eufemismo de pública para designarla, porque todas son públicas en tanto son abiertas- es un absurdo si quienes demandan sus servicios son los que financiarán su funcionamiento. ¿Por qué razón se pondría al estado detrás de un grupo selecto de funcionarios encomendados a crear la oferta educativa? ¿Por qué razón alguien se sometería a las limitaciones del aparato estatal para diseñar su oferta?


La educación estatal busca ser gratuita porque no desea someterse al juicio de quienes la financian. Quienes no pagan en forma directa no tienen modos eficaces de protestar por los servicios que se ofrecen, así este modo no sea más que el recurso sencillo de concurrir a otra parte. Una universidad privada sin alumnos desaparecería, lo que no ocurre en ningún caso respecto de universidades estatales.


Nótese que es común la protesta de que hay demasiados abogados y pocos ingenieros de acuerdo a lo que “el país necesita”, frase fascista (o comunista, es lo mismo) si las hay, pronunciada por quienes piensan que ellos sí saben lo que los demás tienen que hacer. No ha faltado quien ha tenido la idea de pagar a quienes decidan inclinarse por carreras con escasez de alumnos.


Cuarta pregunta: ¿Cómo se determina el presupuesto que se asignará a las universidades estatales y a cada facultad?


Los recursos asignados a las universidades estatales están sometidos a criterios arbitrarios de quienes los manejan. No hay funcionario, por más sabio que sea, capaz de asignar recursos que reflejen los deseos de los que reciben la educación.


Los funcionarios y docentes de las universidades estatales son buscadores de rentas. Esperan que les retribuyan por lo que ellos mismos creen que valen. (Al respecto véase https://elpeldanio.blogspot.com.ar/2017/03/gordos-sucios-y-feos-cuanto-vale-un.html).


Pero lo peor de todo es que las universidades estatales enseñan lo que los gobiernos quieren que se enseñe, de la forma que quieren que se enseñe y por quienes ellos deciden que se enseñe. Por suerte, adolecen de la misma ineptitud que tienen para gobernar y son múltiples las fisuras por las que suele filtrarse la experiencia del aprendizaje, que es un hecho interpersonal inefable e irrepetible.



En consecuencia, sólo si la universidad es privada podrá asegurarse el mayor grado de excelencia alcanzable en determinado momento. Los que ofrecen los servicios deberán preocuparse por competir por el favor de quienes quieren contratarlos y quienes los contratan se preocuparán por descubrir hasta dónde llega su fervor por estudiar.

jueves, 11 de enero de 2018

Los Principios Liberales. Karl Popper.

Del libro "Conjeturas y Refutaciones: el desarrollo del conocimiento científico" 
Capítulo 17. Parágrafo 3


Los Principios Liberales: Un Grupo de Tesis.

(1) El Estado es un mal necesario: sus poderes no deben multiplicarse más allá de lo necesario. Podría llamarse a este principio la "navaja liberal". (En analogía con la navaja de Occam, o sea el famoso principio de que no se debe multiplicar las entidades o esencias más allá de lo necesario.) Para demostrar la necesidad del Estado no apelo a la concepción del hombre sustentada por Hobbes: homo homini lupus. Por el contrario, puede demostrarse su necesidad aun si suponemos que homo homini felis y hasta que homo homini ángelus, en otras palabras, aun si suponemos que —a causa de su dulzura o de su bondad angélica— nadie perjudica nunca a nadie. Aun en tal mundo habría hombres débiles y fuertes, y los más débiles no tendrían ningún derecho legal a ser tolerados por los más fuertes, sino que tendrían que agradecerles su bondad al tolerarlos. Quienes (fuertes o débiles) piensen que éste es un estado de cosas insatisfactorio y que toda persona debe tener derecho a vivir y el derecho a ser protegido contra el poder del fuerte, estará de acuerdo en que necesitamos un Estado que proteja los derechos de todos. Es fácil comprender que el Estado es un peligro constante o (como me he aventurado a llamarlo) un mal, aunque necesario. Pues para que el Estado pueda cumplir su función, debe tener más poder que cualquier ciudadano privado o cualquier corporación pública; y aunque podamos crear instituciones en las que se reduzca al mínimo el peligro del mal uso de esos poderes, nunca podremos eliminar completamente el peligro. Por el contrario, parecería que la mayoría de los hombres tendrá siempre que pagar por la protección del Estado, no sólo en forma de impuestos, sino hasta bajo la forma de la humillación sufrida, por ejemplo, a causa de funcionarios prepotentes. El problema es no tener que pagar demasiado por ella.
(2) La diferencia entre una democracia y una tiranía es que en la primera es posible sacarse de encima el gobierno sin derramamiento de sangre; en una tiranía, eso no es posible.
(3) La democracia como tal no puede conferir beneficios al ciudadano y no debe esperarse que lo haga. En realidad, la democracia  no puede hacer nada; sólo los ciudadanos de la democracia pueden actuar (inclusive, por supuesto, los ciudadanos que integran el gobierno). La democracia no suministra más que una armazón dentro de la cual los ciudadanos pueden actuar de una manera más o menos organizada y coherente.
(4) Somos demócratas, no porque la mayoría tenga siempre razón, sino porque las tradiciones democráticas son las menos malas que conocemos. Si la mayoría (o la "opinión pública") se decide en favor de la tiranía, un demócrata no necesita suponer por ello que se ha revelado alguna inconsistencia fatal en sus opiniones. Debe comprender, más bien, que la tradición democrática no es suficientemente fuerte en su país.
(5) Las instituciones solas nunca son suficientes si no están atemperadas por las tradiciones. Las instituciones son siempre ambivalentes, en el sentido de que, en ausencia de una tradición fuerte, también pueden servir al propósito opuesto al que estaban destinadas a servir. Por ejemplo, se supone que una oposición parlamentaria debe impedir,hablando en términos generales, que la mayoría robe el dinero de los contribuyentes. Pero recuerdo bien una situación que se dio en un país del sudoeste de Europa que ilustra el carácter ambivalente de esta institución. En ese país, la oposición compartió el botín con la mayoría. Para resumir: las tradiciones son necesarias para establecer una especie de vínculo entre las instituciones y las intenciones y evaluaciones de los hombres.
(6) Una Utopía Liberal —esto es, un estado racionalmente planeado a partir de una tabula rasa sin tradiciones— es una imposibilidad. Pues el principio' liberal exige que las limitaciones a la libertad de cada uno que la vida social hace necesarias deben ser reducidas a un mínimo e igualadas todo lo posible (Kant). Pero, ¿cómo podemos
aplicar a la vida real un principio a priori semejante? ¿Debemos impedir a un pianista que estudie o debemos privar a su vecino de una siesta tranquila? Esos problemas sólo pueden ser resueltos en la práctica apelando a las tradiciones y costumbres existentes y a un tradicional sentido de justicia; a la ley común, como se la llama en Gran Bretaña, y a la apreciación equitativa de un juez imparcial. Por ser principios universales, todas las leyes deben ser interpretadas para que se las pueda aplicar; y una interpretación requiere algunos principios (le práctica concreta, principios que sólo una tradición viva puede suministrar. Y esto es especialmente cierto con respecto a los principios sumamente abstractos y universales del liberalismo.
(7) Los principios del liberalismo pueden ser considerados como principios para evaluar y, si es necesario, para modificar o reformar las instituciones existentes, más que para reemplazarlas. También se puede expresar esto diciendo que el liberalismo es más un credo evolucionista que revolucionario (a menos que se esté frente a un régimen tiránico).
(8) Entre las tradiciones que debemos considerar más importantes se cuenta la que podríamos llamar el "marco moral" (correspondiente al "marco legal" institucional) de una sociedad. Este marco moral expresa el sentido tradicional de justicia o equidad de la sociedad, o el grado de sensibilidad moral que ha alcanzado. Es la base que hace posible lograr un compromiso justo o equitativo entre intereses antagónicos, cuando ello es necesario. No es inmutable en sí mismo, por supuesto, pero cambia de manera relativamente lenta. Nada es más peligroso que la destrucción de este marco tradicional. (El nazismo trató conscientemente de destruirlo.) Su destrucción conduce, finalmente, al cinismo y al nihilismo, es decir, al desprecio y la disolución de todos los valores humanos.