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viernes, 18 de octubre de 2019

Todo es de Ellos.


La saga Narcos, producida por Netflix, muestra una matriz de negocios que se repite sin solución de continuidad: 1-un grupo de personas descubre una demanda insatisfecha –que se trate de drogas ilegales es irrelevante-, 2-organiza los medios para satisfacer la demanda, 3-tiene éxito en sus negocios, 4-el estado descubre que tienen éxito, 5- el estado se queda con las ganancias de la operación, 6-a cambio de capturar la renta, el estado protege a los empresarios de la competencia que pueda surgir, 7-el emprendimiento se transforma en una concesión.



Sea que se trate de negocios legales o ilegales la matriz es la misma y la política requiere de ambos, por el mismo motivo, mantener el poder en manos del grupo gobernante. Es más, se necesita tanto de los negocios legales como de los ilegales. Por medio de los negocios legales el gobierno recauda impuestos que luego reparte generosamente a su gusto entre los diversos grupos que lo ayudan a mantener el poder y los servicios públicos mínimos imprescindibles para no generar descontento en la población. Los negocios oscuros le sirven para obtener dinero para el pago de espías, operaciones periodísticas, impunidad judicial, policías, punteros barriales, aviones privados y lujos que los políticos muestran en las revistas sin sonrojarse cuando presentan sus declaraciones juradas de ingresos. 


Las persecuciones a Uber, Airbnb, Google, las fintech o a cualquier empresa innovadora deben entenderse en esta clave.

Los pseudo derechos que los legisladores votan sin siquiera prever sus consecuencias deben entenderse en esta clave.

Las obras públicas pagadas con sobreprecios deben entenderse en esta clave.

Las relaciones entre empresarios y políticos deben entenderse en esta clave.

Los diarios deben leerse en esta clave.

Si se entiende esto se entiende por qué los medicamentos son tan caros, por qué son altísimos los aportes previsionales y magras las jubilaciones, por qué avanzan con gravámenes contra los ahorros de los particulares,  y también se entiende por qué en no pocas circunstancias los políticos se sinceran encima como lo hizo el gobernador Verna en el acto del día de la Lealtad Peronista del 17 de octubre de 2019 (https://tn.com.ar/politica/carlos-verna-los-politicos-siempre-caemos-parados-la-gente-no_1003521) (https://www.infobae.com/politica/2019/10/18/se-filtraron-audios-que-revelan-como-un-funcionario-de-san-antonio-de-areco-extorsiono-a-un-empresario-por-pasajes-de-avion/) sin pagar costo alguno por ello.

Por estas razones y no por ignorancia de los funcionarios es que no detenemos nuestra marcha hacia la decadencia.

viernes, 16 de agosto de 2019

Carta abierta a mis compatriotas


Los argentinos acarreamos una falla genética, de apariencia inocua, tanto que es imperceptible para casi todos. Tal mutación se manifiesta en una curiosa alteración del sentido del gusto que hace que el engaño nos parezca dulce y que la verdad sepa amarga.

El trastorno no sería problemático si esta alteración no fuera el primer eslabón de una larga cadena de causas y consecuencias. Si usted emprende un viaje de mil kilómetros nunca llegará a destino si se equivoca en la primera encrucijada, mientras que no pasará gran cosa si se equivoca en la última esquina.

La predilección por el engaño hace que alteremos la lógica de nuestros juicios. Creemos que el dinero produce la riqueza, que se puede distribuir antes que producir, conseguir logros antes de realizar esfuerzos, irnos de vacaciones antes de haber trabajado, poseer una vivienda antes de haber ahorrado, vernos fuertes y atractivos antes de haber hecho una dieta sana y entrenar y así siguiendo.

Cuando las leyes de la naturaleza contradicen nuestro juicio buscamos la explicación en fenómenos sobrenaturales y confiamos en que Dios, que es sobrenatural, corrija el desarreglo.

Si la explicación sobrenatural no alcanza la mala fortuna tiene que explicarse por algún tipo de conspiración. Alternativamente son el clima, los extranjeros, los envidiosos, los mercados internacionales, o cualquiera al que decidamos calzarle el traje de perverso al menos por un rato.

La alterada autoestima es reflejo del engaño. Una de sus consecuencias es la subestimación de los problemas. No hay nada que no podamos arreglar con un poco de alambre y una aspirina.

Los políticos dan la talla perfecta para ser acusados por todos los males que nos acontecen, de no ser porque ellos también son víctimas del engaño, en su peor versión, que es el autoengaño. Entonces, nos perjudican cuando actúan de mala fe, pero nos perjudican mucho más cuando actúan de buena fe. De hecho, es mucho menos nocivo que un funcionario cobre una coima por una obra pública que que firme todos los meses un cheque para entregar dinero a alguien que no dio nada a cambio para conseguirlo, sólo porque cree que lo necesita.

Por todo esto, nos hemos autopropiciado una nueva y monumental crisis, que sólo nosotros no vimos venir.

Hartos del robo y la soberbia cotidianos, elegimos hace cuatro años a un gobierno que prometió terminar con aquello y convertirnos en un país normal. Pero los nuevos gobernantes no estaban exentos de la tara genética. Festejaron el triunfo con un baile y nos –se- contaron que podrían arreglarse todos los problemas provocados por los malditos sin sufrir ningún dolor, sólo porque contaban con “el mejor equipo de los últimos cincuenta años”.

Tan convencidos se los vio que algunos nos prestaron dinero por un tiempo, y tomaron sus propios riesgos.

Eso duró sólo dos años, los prestamistas se retiraron y en lugar de ponernos a hacer las cosas de la manera correcta, recurrimos nuevamente a la aspirina, el FMI, al que calificamos de enemigo a la vez que le aceptamos su dinero –su dinero es una forma de abreviar lo que en realidad es: dinero arrancado a los contribuyentes de otros países-.

Nos enfrentamos a un nuevo periodo eleccionario en el que las dos opciones preferidas por la mayoría consisten en reelegir a los que hicieron todo mal o en volver a elegir a los que prometen hacer todo peor de lo que ya lo hicieron.

Todo por ese maldito problema en el sentido del gusto.

Si no fuera porque las grandes corporaciones farmacéuticas esconden los buenos remedios para vendernos sólo caros paliativos ya se habría inventado la cura para nuestra enfermedad.

Así que sólo nos queda rogar a Dios.

miércoles, 14 de agosto de 2019

Ni Juntos, ni Todos.


Dos náufragos nadaban en el océano cerca de la costa intentando salvar sus vidas cuando ven que se aproxima la aleta de un tiburón.
Uno de ellos le dice al otro: - “estamos perdidos, no hay manera de que nademos más rápido que el tiburón”;
su compañero le contesta  –“no necesito nadar más rápido que el tiburón, sólo tengo que nadar más rápido que tu”.


Desde una ameba a un ser humano, todos los seres vivos luchamos a cada momento por perpetuarnos. Los diversos mecanismos de reproducción de la vida son tributarios de esta tendencia. Siendo hipersintéticos podríamos decir que la lucha por los recursos para sobrevivir se da por medio de dos mecanismos: la competencia y la cooperación.

No se conoce en la naturaleza seres más cooperativos  y violentos que los homo sapiens, que conocemos hoy como humanos. Esta virtud explica el dominio de los hombres sobre la naturaleza inerte y sobre las otras especies. El lenguaje y la cultura permiten trascender los límites de la aldea y elevar la cooperación a escala global. La moral y las reglas de convivencia son consecuencia de la evolución de la cooperación.

¿Qué sucede con la competencia? Como fuerza complementaria u opuesta a la cooperación, la competencia ha evolucionado desde las formas más rudimentarias de violencia física hacia formas más sofisticadas siendo, tal vez, la disputa política la más sofisticada de ellas. Recordemos el aforismo de que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”.

El estado es la herramienta mejor estructurada del uso de la violencia y la democracia es, por el momento, el método más eficiente de apoderarse de esa herramienta.

Los discursos de los políticos que apelan a la inclusión de toda la sociedad para promover su proyecto de poder son simplemente herramientas de camuflaje verbal, aptas para engañar a las víctimas de su engaño.

Como cualquiera puede intuir conociendo las reglas de la elección democrática, no es necesario el consenso de toda la población para alzarse con el trofeo, basta con conseguir la adhesión de la minoría más amplia y mantener dividido al resto.

Quien domine estos recursos podrá alzarse con el poder y mantenerlo.

No hay que satisfacer a todos, sino a los mínimamente imprescindibles.
No es necesario nadar más rápido que los tiburones, quienes lo intenten podrán prever su destino.

sábado, 10 de agosto de 2019

El cuento del Campeón y el Paquete.


Moris era un tipo bien parecido y de buena posición, logro que había alcanzado gracias a la perseverancia de su padre, que además tuvo la habilidad de mantenerse bien visto a los ojos de los demás aunque la historia de fortuna ameritaría algunas páginas.

Como  tantos otros que no se sienten cómodos con tales privilegios, Moris decidió desafiar a su padre eligiendo una actividad riesgosa y arrabalera y se metió a boxeador.

Nunca fue muy habilidoso pero aquella motivación le dio una energía por arriba del promedio.

Los astutos del ambiente pugilístico no tardaron en arrimarse al retoño, viendo la posibilidad de usufructuar la cercanía a la fortuna paterna. Le enseñaron a Moris los rudimentos de la disciplina y le consiguieron rivales que le construyeran de a poco una sólida autoestima.

Moris ganó sus primeros combates y un buen marketing hizo el resto.

En unos pocos años se quedó con la corona de su ciudad y de pronto se convirtió en una figura promisoria. Los promotores del ambiente se desesperaban por representarlo. 

Un  buen día apareció Jaime Carmela, un viejo zorro carismático, conocido por haber entrenado a campeones en las más duras batallas, o al menos así supo redactar su currrículum, lo que no es un mérito menor.

Jaime Carmela convenció a Moris de que algún día lo llevaría a quedarse con la corona nacional. Y lo hizo entrenar duro esperando el ansiado día en que le demostraría a su padre que él también podía ganarse solo el mango y la gloria.

Como si se tratara de una especie singular, se sabe que el peor lugar para un boxeador es el pedestal de la fama. Jaime Carmela olió la sangre del campeón titular cuando lo vio trastabillar un día tras otro por pelearse con sus amigos, fotografiarse quemando billetes y mostrando una cintura y una lentitud de movimientos que avergonzaban hasta a sus propios fanáticos. Y decidió que era el día de ir por su corona.

Lo convenció a Moris de que era su momento y fueron más las ganas de que mordiera el polvo la abyecta figura del Pocho Campera que la admiración por Moris lo que hizo que las tribunas anhelaran ponerle a otro el cinturón del campeón.

El combate fue duro, Moris estaba bien entrenado por un equipo eficaz pero nunca fue muy hábil. El Pocho conservaba intactas las mañas pero reaccionaba siempre un instante tarde.

Para los que gustamos del buen boxeo la pelea fue un bodrio, pero Moris la ganó luego de los doce interminables asaltos en fallo dividido por apenas un par de puntos.

Tocó el cielo con las manos y más rencoroso que agradecido le mostró el cinturón a su padre, ya muy viejo y deteriorado para darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Y salió a festejar con sus amigotes y los nuevos amigos del campeón.

El Pocho se retiró a su hacienda del sur para no hacerse ver, porque también tenía algunas cuentas pendientes con la ley por sus populares trapisondas. Aunque ya viejo y falto de reflejos, nunca le faltaron odio ni codicia como los combustibles para prometerse el retorno a los tiempos de gloria. Yaviavolvé! se repetía una y otra vez a sí mismo y a los que todavía le prestaban la oreja.

Jaime Carmela sabía que había construido a un campeón frágil al que cualquiera que se preparara un poco podría derrotar con facilidad.

Su experiencia en el negocio le había enseñado que para mantener a un campeón con esas condiciones era imprescindible mantenerlo alerta y sobre todo, lo más importante, siempre ponerle enfrente un paquete que cuanto peor sea, mejor. No sea cosa que el Diablo meta la cola, justo en un ambiente por los que suele rondar.



Fue así como Jaime se propuso mantener viva la ilusión de revancha del Pocho, que nunca dejó ya de ser un boxeador decadente, acostumbrado a ganar con trampas y otras tramoyas de las que se realizan fuera del cuadrilátero. Varias maniobras y combates arreglados le permitieron acceder al desquite.

Pero al mejor cazador se le escapa la liebre. No le fue fácil al señor Carmela mantener alerta a Moris, que no cumplió muchas de sus promesas de las que hacen a la disciplina de un buen deportista. A veces la autoestima es el peor consejero cuando se pasa de esa fina raya que tanto cuesta identificar.

Estamos a pocas horas del combate. Pocos creen en la balanza que muestra el peso de dos púgiles cuyas fotos tienen que ser retocadas y los directores de cámaras de la TV hacer malabares para que parezcan algo más o menos decente a los ojos de los espectadores.

Jaime Carmela arregló con la Señora para sobrestimular los sentidos de sus seguidores y que el nuevo fiasco parezca el Combate del Siglo. Hizo su trabajo de manera impecable y le puso enfrente a su pupilo al peor paquete que podría enfrentar.

Los diarios del lunes volverán a hablar maravillas de uno de los dos peores boxeadores de la historia.

Todos tienen que seguir viviendo.

sábado, 3 de agosto de 2019

Elecciones. Los funerales de la democracia.


Voté por primera vez a los veinte años. Fue en 1983. Luego voté chiquicientas veces más pero nunca sentí la algarabía que se supone que hay sentir según predican las Talking Heads de la televisión o las voces de la radio.

Tampoco veo el reflejo de la fiesta cívica en la cola del comicio. Más bien, la gente concurre resignada y su talante refleja más el fastidio que el gozo.

Este sentimiento no es casual. En primer lugar, es muy difícil sentirse a gusto donde uno está obligado a concurrir, pero esto dista mucho de ser lo peor.

La democracia ha dejado de ser, si es que alguna vez lo fue, el gobierno-del-pueblo como dice su significado etimológico para pasar a ser un sistema donde una elite legitima sus privilegios.

Gobernar es conducir, dirigirse hacia algún lugar. En este sentido, es difícil pensar que millones de personas nos pongamos de acuerdo hacia dónde ir, a menos que eso se trate de decidir unas mínimas pautas de comportamiento que posibiliten la convivencia pacífica que, básicamente, se sintetizan en dos cosas: respetar la vida ajena y, su lógica consecuencia, respetar la propiedad ajena, siendo que la propiedad no es otra cosa que el fruto del trabajo propio, una extensión de la propia persona.

No es necesaria la democracia para que alguna autoridad se ocupe de hacer cumplir estos mandatos para que podamos convivir. Un monarca autolimitado bien puede servir a este propósito si cuenta con la fuerza para reprimir a los transgresores.

Pero resulta que los monarcas casi nunca se han autolimitado. Porque cuando cuentan con suficiente fuerza como para reprimir a los transgresores se dan cuenta que pueden utilizar la misma fuerza contra los que tienen que defender para quitarles sus bienes o para atacar a poblaciones vecinas.
Por esos abusos las poblaciones se han rebelado de tanto en tanto, y el poderoso se ha visto obligado a ser más astuto para evitar tales rebeliones y para que le resulte más económico someter a los demás, porque el uso de la fuerza requiere de muchos recursos.

Si la solución al poder absoluto ha sido el surgimiento de democracias constitucionales (donde constitución es igual a acuerdo básico de convivencia) la respuesta del poder absoluto ha sido diseñar modos de representación de la población que legitime tal poder. 


 Así como tenemos marcado a fuego en nuestros cerebros que la democracia es el gobierno del pueblo también tenemos registrada de esa manera la condición de que "el pueblo no delibera ni gobierna... sino por medio de sus representantes".

Entonces, uno puede comprender que quien determine el modelo de representación encontrará la manera de dominar a los demás. Hay en el mundo más de 190 países y todos se consideran democráticos -sugiero ver esto al respecto https://www.youtube.com/watch?v=k8vVEbCquMw&feature=youtu.be-.

Siempre recuerdo que no entendía la diferencia entre las dos Alemanias. ¿Por qué estaban divididas si las dos eran democráticas? Los autoritarismos más variados se reivindican como democráticos. ¿Acaso mienten? Si el pueblo gobierna, se autogobierna, por medio de sus representantes, basta con que alguien se haga elegir en elecciones para que nadie le pueda negar su legítima representación de los intereses del pueblo.

Enseguida podrá notarse que con este mecanismo se pueden crear regímenes que presuman de democráticos mientras vulneran en forma permanente los derechos de los individuos. Por esta razón, los Padres Fundadores de los Estados Unidos previeron estrictos límites constitucionales a los gobernantes -la separación de poderes es una forma de hacerlo- , para que sólo pudieran ocuparse de gobernar sobre temas de interés común dejando los más amplios márgenes posibles para la libertad de los ciudadanos.

En efecto, todos somos diferentes, perseguimos distintos fines a lo largo de nuestras vidas y no hay modo de que todos queramos lo mismo. Por lo tanto, ningún sistema de representación puede representar eso.

No obstante, a pesar de estas previsiones, los gobiernos se han arreglado para manipular el sistema electoral para que el voto de los ciudadanos termine legitimando los intereses de la elite gobernante. La escuela de Public Choice se ha ocupado y se ocupa de estudiar en profundidad estos mecanismos.

Tu voto no es tu elección.

Como brillantemente explica Martín Krause acá: https://www.youtube.com/watch?v=kzNAE07jAgA , uno puede ir al supermercado y elegir los productos que desee, pero no puede hacer lo mismo con la oferta electoral, allí sólo está permitido optar por algunos partidos políticos y, finalmente, por sólo dos de ellos. Si no le gusta lo que le ofrecen los partidos existentes, puede embarcarse en la quimera de construir un nuevo partido. Quienes lo han intentado podrán dar cuenta de la titánica dificultad de esa tarea. El sistema electoral está amañado para que nadie que no pertenezca a los partidos establecidos pueda prosperar. A los candidatos no les preocupan los intereses de sus votantes, ellos saben que no quedará otra alternativa que votar a uno u a otro, pues los votos son de ellos, ya los tienen, y su preocupación está en no perderlos, por eso evitan hacer manifestaciones que puedan disgustarle a parte del electorado o asumir compromisos que no están obligados a asumir. Si el voto es obligatorio ni siquiera uno puede disentir con todos, porque también los votos en blanco son descartados.

El debate de ideas, sangre de la democracia, está ausente. En su lugar, aparecen mensajes imprecisos, expresiones voluntaristas, siempre construidos con lenguaje épico: "sabemos lo que vos necesitas", "confía en nosotros", "todos juntos derrotaremos a ..."

No existe el debate porque no puede haberlo. Todos aspiran a lo mismo, manejar los dineros obtenidos de la expoliación a los contribuyentes, para obtener sus propias ventajas.

Gastan enormes sumas de dinero sólo para parecer confiables a los ojos de los electores, financian con ello la actividad de encuestadores, medios de comunicación, asesores, publicistas y afines; a un costo que se verá recompensado con el manejo a discreción del dinero público si resultan ganadores.

La sociedad que percibe este mecanismo también quiere participar del expolio y forma sus propios grupos de presión: grupos que juntan pobres y los utilizan de arietes para conseguir rentas sin ofrecer nada a cambio, o sólo ofrecen no convertir en un caos la vida en las ciudades, gremios de la actividad que sea que buscan privilegios particulares, pseudo empresarios que coimean a funcionarios para preservar sus ganancias de eventuales competidores, etc.

Todos estos movimientos se legitiman con un cuerpo legislativo que torna legal lo ilegítimo y deja al margen de la ley al que no quiere hacer otra cosa que vivir de su propio trabajo sin que se le quite más de la mitad de lo ganado.

Pronto la sociedad se compone por un 80% o más de menesterosos y burócratas que son mantenidos con el esfuerzo de los pocos que quedan tratando de mantener su dignidad.

En síntesis, en las elecciones estamos obligados a elegir propuestas que no nos representan, a representantes que no hemos elegido y apenas conocemos y a quienes les daremos amplios poderes para influir en nuestras vidas.

Será por eso que las elecciones me parecen más un funeral que una fiesta.