Datos personales

Mi foto
Twitter: @convercat Facebook: https://www.facebook.com/gustavo.a.garcia.1614

sábado, 10 de agosto de 2019

El cuento del Campeón y el Paquete.


Moris era un tipo bien parecido y de buena posición, logro que había alcanzado gracias a la perseverancia de su padre, que además tuvo la habilidad de mantenerse bien visto a los ojos de los demás aunque la historia de fortuna ameritaría algunas páginas.

Como  tantos otros que no se sienten cómodos con tales privilegios, Moris decidió desafiar a su padre eligiendo una actividad riesgosa y arrabalera y se metió a boxeador.

Nunca fue muy habilidoso pero aquella motivación le dio una energía por arriba del promedio.

Los astutos del ambiente pugilístico no tardaron en arrimarse al retoño, viendo la posibilidad de usufructuar la cercanía a la fortuna paterna. Le enseñaron a Moris los rudimentos de la disciplina y le consiguieron rivales que le construyeran de a poco una sólida autoestima.

Moris ganó sus primeros combates y un buen marketing hizo el resto.

En unos pocos años se quedó con la corona de su ciudad y de pronto se convirtió en una figura promisoria. Los promotores del ambiente se desesperaban por representarlo. 

Un  buen día apareció Jaime Carmela, un viejo zorro carismático, conocido por haber entrenado a campeones en las más duras batallas, o al menos así supo redactar su currrículum, lo que no es un mérito menor.

Jaime Carmela convenció a Moris de que algún día lo llevaría a quedarse con la corona nacional. Y lo hizo entrenar duro esperando el ansiado día en que le demostraría a su padre que él también podía ganarse solo el mango y la gloria.

Como si se tratara de una especie singular, se sabe que el peor lugar para un boxeador es el pedestal de la fama. Jaime Carmela olió la sangre del campeón titular cuando lo vio trastabillar un día tras otro por pelearse con sus amigos, fotografiarse quemando billetes y mostrando una cintura y una lentitud de movimientos que avergonzaban hasta a sus propios fanáticos. Y decidió que era el día de ir por su corona.

Lo convenció a Moris de que era su momento y fueron más las ganas de que mordiera el polvo la abyecta figura del Pocho Campera que la admiración por Moris lo que hizo que las tribunas anhelaran ponerle a otro el cinturón del campeón.

El combate fue duro, Moris estaba bien entrenado por un equipo eficaz pero nunca fue muy hábil. El Pocho conservaba intactas las mañas pero reaccionaba siempre un instante tarde.

Para los que gustamos del buen boxeo la pelea fue un bodrio, pero Moris la ganó luego de los doce interminables asaltos en fallo dividido por apenas un par de puntos.

Tocó el cielo con las manos y más rencoroso que agradecido le mostró el cinturón a su padre, ya muy viejo y deteriorado para darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Y salió a festejar con sus amigotes y los nuevos amigos del campeón.

El Pocho se retiró a su hacienda del sur para no hacerse ver, porque también tenía algunas cuentas pendientes con la ley por sus populares trapisondas. Aunque ya viejo y falto de reflejos, nunca le faltaron odio ni codicia como los combustibles para prometerse el retorno a los tiempos de gloria. Yaviavolvé! se repetía una y otra vez a sí mismo y a los que todavía le prestaban la oreja.

Jaime Carmela sabía que había construido a un campeón frágil al que cualquiera que se preparara un poco podría derrotar con facilidad.

Su experiencia en el negocio le había enseñado que para mantener a un campeón con esas condiciones era imprescindible mantenerlo alerta y sobre todo, lo más importante, siempre ponerle enfrente un paquete que cuanto peor sea, mejor. No sea cosa que el Diablo meta la cola, justo en un ambiente por los que suele rondar.



Fue así como Jaime se propuso mantener viva la ilusión de revancha del Pocho, que nunca dejó ya de ser un boxeador decadente, acostumbrado a ganar con trampas y otras tramoyas de las que se realizan fuera del cuadrilátero. Varias maniobras y combates arreglados le permitieron acceder al desquite.

Pero al mejor cazador se le escapa la liebre. No le fue fácil al señor Carmela mantener alerta a Moris, que no cumplió muchas de sus promesas de las que hacen a la disciplina de un buen deportista. A veces la autoestima es el peor consejero cuando se pasa de esa fina raya que tanto cuesta identificar.

Estamos a pocas horas del combate. Pocos creen en la balanza que muestra el peso de dos púgiles cuyas fotos tienen que ser retocadas y los directores de cámaras de la TV hacer malabares para que parezcan algo más o menos decente a los ojos de los espectadores.

Jaime Carmela arregló con la Señora para sobrestimular los sentidos de sus seguidores y que el nuevo fiasco parezca el Combate del Siglo. Hizo su trabajo de manera impecable y le puso enfrente a su pupilo al peor paquete que podría enfrentar.

Los diarios del lunes volverán a hablar maravillas de uno de los dos peores boxeadores de la historia.

Todos tienen que seguir viviendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deje aquí su comentario. Recuerde que sus opiniones siempre hablarán más de usted que de mí.