Datos personales

Mi foto
Twitter: @convercat Facebook: https://www.facebook.com/gustavo.a.garcia.1614

sábado, 24 de abril de 2021

Sin Plan B (con B de Bueno)

 

Una imagen nos hiela la sangre y nos hace correr un sudor frío por la espalda, la de la falta de camas para recibir pacientes enfermos de Covid-19 (sí, 19. Nos dio un año y medio para encontrar alternativas para enfrentarla). Y esa es la imagen que estamos a punto de ver en Buenos Aires y alrededores, el AMBA, como se lo llama ahora, cuando conviene meter todo en la misma bolsa. Imagen que puede comenzar aquí y expandirse al resto del país.

Recordemos que el plan adoptado para hacer frente a la pandemia, con la regencia de la OMS y los gobiernos, ha constado, básicamente de tres etapas:

1- Contención, que consiste en el cierre de fronteras, internacionales e internas, para intentar que el virus no penetrara, algo así como tapar el sol con la mano. Conocemos los resultados de esta etapa.

2- Mitigación, representada por el famoso "aplanar la curva", es decir, una vez que el virus está entre nosotros, no hagamos ruido para que no nos vea y se vaya. Y se decidió aplanar la curva a martillazos, con confinamientos masivos, prolongados sin solución de continuidad, con todo el sufrimiento que tal medida produce y con todas las limitaciones que tiene porque en algún momento la población cambia su valoración respecto de si lo que le sirve es morirse de hambre antes que contagiarse. No ahondaré en las siniestras herramientas comunicacionales que se han utilizado para justificar el encierro, porque ya están en otras entradas de este blog. Lo peor de todo es que, además de estos problemas, los confinamientos no detienen los contagios.

 

Todo este enorme sacrificio se pidió para ganar tiempo para "preparar al sistema de salud", lo que se ha hecho poco, tarde y mal, porque la principal estrategia para controlar la enfermedad ha sido esperar por las vacunas, y esa es la tercera etapa del plan.

3- Vacunación. Si se lograba aplanar la curva el tiempo suficiente llegaría el elixir de la vida contenido en una jeringa. Por ahora, este instrumento muestra ser el más exitoso, a pesar de que aún no se conoce por cuánto tiempo ofrece inmunidad, qué tan tóxico puede ser o qué tan rápido puede llegar a aplicarse en toda la población para que la enfermedad termine convertida en un triste recuerdo.

Este fue el plan A. A de Arrogancia. El maridaje ideal entre soberbia e ignorancia.

Arrogancia por creer que la pandemia podía ser utilizada para apuntalar liderazgos políticos.

Arrogancia por creer que organizar una defensa contra una pandemia era trabajo de un puñado de infectólogos.

Arrogancia por creer que alguien puede determinar quién es esencial en una sociedad.

Arrogancia por menospreciar a cualquier disidente que se atreviera a contradecir la voz oficial.

El plan A nos ha dejado exhaustos económica y emocionalmente, sin recursos ni para mitigar ni para vacunar a tiempo (ni vale la pena discutir el escándalo del Vacunatorio Vip ni las dosis "rebajadas" de vacuna que recibimos porque nunca llegarán a tiempo las segundas dosis recomendadas).

El plan A está muerto. Ahora vendrá la etapa de intentar por todos los medios ver el vaso medio lleno del plan, de echarle la culpa a las víctimas y de que algunos traten de treparse al último bote para evitar el naufragio hacia el que nos condujeron.

El fracaso no es solo de la conducción política, pero ella es la principal responsable por haber encorsetado a la sociedad.

 

La pregunta es ¿Había alternativas? Sí, siempre las hay. Y si no la vemos es porque no queremos, no podemos o no sabemos verla. Para encontrarlas hay que buscar la llave en otros lugares que no sean debajo de la luz del farol y con toda humildad dejar que los demás se expresen.

Así funciona la evolución, con millones de experiencias individuales y con mejoras incrementales. Las probabilidades de éxito se concentran en dos principios: 1- hacer muchas pruebas de diversas ideas. 2-intentar hacer el menor daño posible mientras se testea.

A nadie medianamente cuerdo se le podía ocurrir que contendría la pandemia aislando sus fronteras, aunque algunos países insulares lo han hecho. Para ser contemplativos, digamos que ha sido una primera medida para ir preparando otras.

Lo imperdonable es que se haya confiado en el confinamiento prolongado como estrategia para enfrentar la enfermedad. Era imposible no darse cuenta de que ni es posible disciplinar a la sociedad para cumplir con lo inaceptable ni que tampoco se puede pasar mucho tiempo sin producir lo que se necesita para sobrevivir.

Los humanos aprendimos, desde que tenemos lenguaje, a vivir enfrentando la incertidumbre. Por eso construimos sólidas viviendas en lugar de frágiles refugios, valoramos el ahorro, instituimos el noviazgo, creamos los seguros, mantenemos stocks de provisiones o insumos, etc.

Hasta los sistemas mejor diseñados pueden fallar en tiempos extraordinarios. Para eso utilizamos sistemas redundantes. Hacemos back ups del disco de nuestra computadora o guardamos la información en la nube, o tenemos generadores eléctricos para alimentar respiradores en las salas de cuidados intensivos. Aun así, ninguna industria tiene  capacidad ociosa para ser usada solo en situaciones extraordinarias.

¿Por qué a nadie se le ocurrió crear redundancia en el precario sistema de salud con el que contábamos?

Podíamos ponernos a fabricar más respiradores, podíamos improvisar unidades de cuidados intensivos en habitaciones comunes, podíamos utilizar la capacidad hotelera para aumentar la disponibilidad de camas que no requieran alta complejidad, podíamos mejorar los sistemas de triage para responder antes a los casos más severos, podíamos instruir a médicos de especialidades que no pudieron ejercer por las restricciones impuestas  para que atendieran en unidades de cuidados críticos, y hacer lo mismo con las enfermeras y los voluntarios que pudieran reclutarse en las facultades de medicina. Eso solamente en el sistema de salud.

Pero también podíamos trabajar en mejorar los desplazamientos para evitar las aglomeraciones. Acordando trabajar día por medio en forma presencial, por ejemplo, todos aquellos que necesitaran hacerlo porque no pueden trabajar a distancia.

Además de no habérsele ocurrido a nadie (aunque tal vez alguien lo haya propuesto y no me enteré) todo esto no podía hacerse sin la ingeniería adecuada.

Poco puede hacer la sociedad si además de confinarla se le atan las manos.

La primera condición para lograrlo era permitir a la gente desplegar todos sus recursos creativos y liberar las trabas económicas.

Con algunos cuidados y evitando aglomeraciones todos podían trabajar para generar el capital necesario para producir lo que hacía falta.

El ahorro estacionado en los bancos y esterilizado por el gobierno para evitar el tsunami que generó por la emisión podía prestarse a los que necesitaran capital para producir.

Prepagas y obras sociales, con la sociedad trabajando, podrían recaudar más dinero para destinarlo a mejorar las remuneraciones del personal de salud que los incentivara a realizar las nuevas tareas para los que se los requería. Algo menos emotivo pero más útil que los aplausos.

Un claro ejemplo de esa respuesta es la producción de barbijos. Nunca escasearon. Sobran los de todas las formas y colores, y a precios bajos. Sin controlar su producción ni su precio.

Se podían liberar precios y relajar las normas de contratos de trabajo para incentivar a la creación de empresas y empleos que apoyen tanto a las actividades directas relacionadas con la salud como a las indirectas. En cambio, se congeló todo y se intentó inmovilizar a la sociedad dando a cambio una limosna como escaso paliativo.

El mundo tampoco se comporta demasiado mejor. No se liberan las patentes de las vacunas para poder producirlas más rápidamente. Tampoco se incentiva la investigación en tratamientos para los que ya se enfermaron. Habrá que revisar el concepto de la protección a las patentes, del que gozan los laboratorios. Si eso se aplicara a la industria automotriz aun andaríamos en caros Ford T.

Para enfrentar esta situación extraordinaria hacían falta más herramientas que el martillo, que es la preferida del estado. Había que abrir la caja y buscar las más útiles.

Además de los infectólogos, que debían ocuparse de lo que saben, que es diagnosticar y curar las enfermedades infecciosas, debían haberse sumado ingenieros, psicólogos, estadísticos, comunicadores, economistas, expertos en finanzas, filósofos, entre otros, a los paneles de asesores.

Tenían que descentralizarse las decisiones para poder actuar rápidamente en cada lugar, de acuerdo a cada necesidad en particular.

Los estados nacionales y provinciales podían centralizar y distribuir los datos sobre contagios, capacidad de camas y otros recursos para servir de brújula a quienes tienen que emprender para crear los bienes y servicios necesarios. Los estados municipales podían ocuparse de ordenar la ciruculación, cuidando de la seguridad y asistiendo a los más necesitados.

Seguramente pueden haber muchas más ideas que estas pocas, pero deben tener el canal para expresarse y la libertad para actuar.

 

¿Estamos a tiempo de hacer un cambio tan radical o seguiremos usando nada más que el martillo?