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domingo, 23 de septiembre de 2018

Institucionalizar



Preocupado, ¿como muchos?, por el fracaso secular de la Argentina, que lleva ya casi noventa años, el economista de la Fundación Libertad y Progreso, Agustín Etchevarne, (@aetchevarne) lanzó esta semana varios desafíos en Twitter consistentes en cómo salir del populismo que, a juicio de muchos de los que nos interesamos por la política, es la raíz de nuestra decadencia.

Al efecto lanzó algunas consignas como la de proponer la prohibición del voto a quienes sobrevivan gracias a cobrar mensualmente un cheque del estado, puesto que nunca elegirían a quienes propongan su achicamiento, lo que suena necesario en una sociedad ahogada por los impuestos y los privilegios.

Paralelamente, uno puede encontrar a los dirigentes de la izquierda argentina arengando por propuestas en el sentido contrario y protestando porque el populismo no es suficientemente popular ya que, según su juicio, la Argentina continúa fracasando porque la gobierna el neoliberalismo y la patria financiera.

Más allá del valor teorético de las líneas argumentales, el hecho a destacar consiste en la permeabilidad que el  debate de ideas consigue en la sociedad.
La realidad en nuestro país, como la de la mayoría de los países del mundo, es que el debate de ideas permanece sólo en las elites intelectuales. Las mayorías populares apenas reconocen alguna laxa filiación política sin cuestionarse por la consistencia de sus ideas ni por las consecuencias prácticas de su aplicación.

Es así como la mayor parte de la parte de la población se opone al ajuste al mismo tiempo que a la inflación, al endeudamiento al mismo tiempo que a la baja del gasto, al desempleo al mismo tiempo que a la rigidez en la legislación laboral o a la asfixiante presión fiscal al mismo tiempo que exige un estado "presente" en la educación, la salud o la obra pública.

Abocada a sus actividades crematísticas y a disfrutar del ocio del que goza el hombre moderno gracias al progreso,  la población -me parece un exceso hablar de sociedad- ha olvidado el necesario rol de ciudadanía que debe necesariamente ejercer para encaminarse hacia un destino común, sea cual fuere el elegido.

¿Cómo crear un nuevo país desde bases agonales si el problema no es, solamente,  la disputa de sus elites sino la desafección de las mayorías?

¿Es posible conseguir logros consistentes cuando la dirigencia política decide de acuerdo a las encuestas de opinión pública?

Más allá de los esfuerzos intelectuales por promover la discusión en la sociedad sobre las instituciones que se necesitan, los cambios requieren de profundas convicciones arraigadas en las costumbres, reflejo de los valores. Las sociedades no cambian por el esfuerzo de sus elites, pero necesitan de ellas como los faros necesitan de los barcos para iluminar su camino.

Las instituciones son las reglas sociales que guían nuestro comportamiento, funcionan cuando simplemente son la expresión de conductas naturalizadas y son inútiles cuando son la expresión de un simple voluntarismo de moda, por más que estén expresadas en mamotretos legales.

Un cambio en la conciencia de todos es necesario para revertir el fracaso, provocado por nuestras propias malas costumbres.