Preocupado, ¿como muchos?, por el
fracaso secular de la Argentina, que lleva ya casi noventa años, el economista
de la Fundación Libertad y Progreso, Agustín Etchevarne, (@aetchevarne) lanzó
esta semana varios desafíos en Twitter consistentes en cómo salir del populismo
que, a juicio de muchos de los que nos interesamos por la política, es la raíz
de nuestra decadencia.
Al efecto lanzó algunas consignas
como la de proponer la prohibición del voto a quienes sobrevivan gracias a
cobrar mensualmente un cheque del estado, puesto que nunca elegirían a quienes propongan
su achicamiento, lo que suena necesario en una sociedad ahogada por los
impuestos y los privilegios.
Paralelamente, uno puede
encontrar a los dirigentes de la izquierda argentina arengando por propuestas
en el sentido contrario y protestando porque el populismo no es suficientemente
popular ya que, según su juicio, la Argentina continúa fracasando porque la
gobierna el neoliberalismo y la patria financiera.
Más allá del valor teorético de
las líneas argumentales, el hecho a destacar consiste en la permeabilidad que
el debate de ideas consigue en la
sociedad.
La realidad en nuestro país, como
la de la mayoría de los países del mundo, es que el debate de ideas permanece
sólo en las elites intelectuales. Las mayorías populares apenas reconocen
alguna laxa filiación política sin cuestionarse por la consistencia de sus
ideas ni por las consecuencias prácticas de su aplicación.
Es así como la mayor parte de la
parte de la población se opone al ajuste al mismo tiempo que a la inflación, al
endeudamiento al mismo tiempo que a la baja del gasto, al desempleo al mismo
tiempo que a la rigidez en la legislación laboral o a la asfixiante presión
fiscal al mismo tiempo que exige un estado "presente" en la
educación, la salud o la obra pública.
Abocada a sus actividades
crematísticas y a disfrutar del ocio del que goza el hombre moderno gracias al
progreso, la población -me parece un
exceso hablar de sociedad- ha olvidado el necesario rol de ciudadanía que debe
necesariamente ejercer para encaminarse hacia un destino común, sea cual fuere
el elegido.
¿Cómo crear un nuevo país desde
bases agonales si el problema no es, solamente, la disputa de sus elites sino la desafección
de las mayorías?
¿Es posible conseguir logros
consistentes cuando la dirigencia política decide de acuerdo a las encuestas de
opinión pública?
Más allá de los esfuerzos
intelectuales por promover la discusión en la sociedad sobre las instituciones
que se necesitan, los cambios requieren de profundas convicciones arraigadas en
las costumbres, reflejo de los valores. Las sociedades no cambian por el esfuerzo
de sus elites, pero necesitan de ellas como los faros necesitan de los barcos
para iluminar su camino.
Las instituciones son las reglas
sociales que guían nuestro comportamiento, funcionan cuando simplemente son la
expresión de conductas naturalizadas y son inútiles cuando son la
expresión de un simple voluntarismo de moda, por más que estén expresadas en
mamotretos legales.
Un cambio en la conciencia de
todos es necesario para revertir el fracaso, provocado por nuestras propias
malas costumbres.
Sos Maravilloso!! Profundo y consistente.
ResponderEliminarAhora lo volveré a leer!!!