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viernes, 17 de marzo de 2017

El diccionario liberal.



Sabemos que desde las enseñanzas de Gramsci  la izquierda se ha ido apoderando de las ideas por la vía de la introducción en el lenguaje cotidiano de sus conceptos, que han logrado el éxito de naturalizar su significado sin que nadie recuerde su origen.
Así, por ejemplo se admite con naturalidad la división de la sociedad en clases, sin que esos límites nunca queden claros, especialmente para cada uno de los sujetos que son ubicados en ellas.
Dicho esto, propongo realizar el diccionario wiki liberal, resignificando palabras de uso común y abrir la ventana a un nuevo aire. Utilizaré, para comenzar, algunas definiciones de origen incierto, que podrán enriquecerse, con agregados a gusto. Los invito a participar.

Egoísta: dícese de la persona que piensa antes en sí misma que en mí.
Social: envase para guardar cosas variadas, como la frustración, la envidia y la cobardía.
Bien público: dícese del bien del cual la población cree que es gratis y el político cree que es suyo.
Político: persona habilitada para robar sin ser condenada por motivar su acción en las encuestas de opinión pública.
Explotación: brecha entre lo que vale mi trabajo y lo que los demás desean pagar por él, por puros ignorantes.
Impuesto: dinero tuyo que el político utiliza para comprar tu voto.
Empresario: persona que pierde su capital cuando se equivoca en sus decisiones y al que le roban su capital cuando acierta en sus decisiones.
Legislador: persona que establece cómo deben funcionar las cosas que ignora por completo.
Default: Festejo popular que en Argentina tiene lugar cada dos mundiales de futbol y que consiste en que la fiesta de sus habitantes las paguen los extranjeros o las futuras generaciones.
Crisis: estado de excepción permanente que permite gobernar sin reglas.
Presidente: persona que administra dinero ajeno entregándoles prebendas a los ricos, colchones a los pobres y cargos públicos a los del medio para seguir viviendo como un rey.
Banco central: Entidad que tiene permiso para emitir dinero falso y obligar su uso a los habitantes de su país.
Constitución: Conjunto de reglas de convivencia que deben cumplirse según el criterio de los jueces de una nación que son elegidos según el criterio del presidente de la nación que es elegido según el criterio de un animador de televisión.
Licitación Pública: Concurso que se realiza para la búsqueda de testaferros.
Dieta: Voz que indica cómo una persona común debe alimentarse para disminuir su peso y cómo un político debe cobrar por sus servicios para aumentar su patrimonio.
Estado: Institución similar al matrimonio, con la excepción de que las personas no pueden evitarlo ni separarse de él.
Socialdemocracia: Sistema de gobierno mediante el cual el 80% de la población decide que el 20% restante pague por sus gastos.
Deuda social: deuda que usted contrae al nacer que lo obliga a satisfacer todas las necesidades de unos acreedores que nunca ha contratado a cambio de que le permitan vivir.
Colectivista: ser inmaduro, afecto a creer en las conspiraciones y soberbio al punto de pensar que los que no piensan como él es porque han sido engañados. 
Política Pública: dícese del maridaje entre ignorancia y arrogancia, más letal que la sandía con vino tinto.

¿Por qué si tenemos razón no nos hacen caso?



No sé cómo les habrá sucedido a ustedes pero yo, cuando promediaba mis 20s, era socialista, aún sin tener muy claro lo que eso significaba.
Había sido educado en una familia de lo que se llama clase media de Avellaneda, no muy aventajada por cierto, pero mis padres me dieron una infancia feliz con mucho esfuerzo.  Me eduqué en un colegio católico y compartí la calle y los potreros con más chicos maleducados que bieneducados.
Estudié un tiempo ingeniería en la UBA bajo el gobierno militar y luego me recibí en psicología bajo Alfonsín.
Y ahora veo que era socialista porque me molestaba la desigualdad de riqueza, de oportunidades, de ver que el dinero caía siempre en los mismos bolsillos. Leía la primer Página 12 de Lanata que todos los días confirmaba que lo que no teníamos; más dinero, mejores trabajos, una ciudad mejor, era porque unos corruptos aliados con los empresarios se lo robaban.
Creía que la solución pasaba por el liderazgo del estado, que con su mano justa y benevolente repartiría de acuerdo a los méritos de cada uno, porque, eso sí, nunca adherí al postulado de que “donde hay una necesidad hay un derecho” ni tampoco al “de aquél según su capacidad a aquél según su necesidad”. Siempre descreí de los colectivismos.
Ya pasados los 35, casi en una discusión casual conocí a alguien que podría llamarse libertario. Me interesaron sus puntos de vista y comencé a leer a Rothbard, a Hayek, a Mises, a Hazlitt, a Huerta de Soto. Y descubrí entre nosotros a los Cachanosky, Espert y Armando Ribas y otros. Luego fue más accesible internet y ya no pude dejar de leer libros y mirar videos y escuchar podcast y realizar cursos que despertaron cada día más mi conciencia y mis convicciones liberales. Y reconocí rasgos de ellas en toda mi vida completa.
Hay algo que une ambos momentos de mi vida: en los dos momentos creo – o creí- que yo tenía razón, y esa razón la defiendo y la defendí con toda mi acostumbrada pasión.
En ambos momentos encontré argumentos para defender posturas muy antagónicas.
Si hoy reviso mis contactos en las redes sociales encuentro un impresionante sesgo a favor de personas liberales. Porque me interesan sus puntos de vista y a ellos los míos.
Y llego a pensar que la solución para vivir en paz es la secesión.
Creo que a ustedes les ha sucedido o les sucede algo parecido: creen que están en lo cierto en muchos temas y les cuesta muchísimo que los demás vean tan claramente las cosas. O que las vean claras pero sigan actuando del modo contrario.
“Podemos vivir juntos?” es la pregunta con la que comienza el libro “The Rightgeus Mind” Jonathan Haidt, (cuyo descubrimiento debo a un artículo de Carlos Rodríguez Braun). Esas palabras las pronunció Rodney King, aquél negro apaleado por policías blancos en los 90s, luego de que esas imágenes fueran filmadas y difundidas y se desatara en Estados Unidos una nueva ola de violencia.
Haidt explora la psicología moral –es inevitable la referencia a “Los sentimientos morales…” de Adam Smith-, ese set de intuiciones que nos hacen comportar de maneras prestablecidas contra los que la razón lucha ininterrumpidamente.
Me parece un terreno fértil para explorar y trabajar sobre las posibilidades de que la cooperación supere a los enfrentamientos y sobre la actitud que debemos tener para poner en juego nuestras razones en conjunto con otras diversas.
Aquí les dejo una charla TED de Haidt al respecto:
Espero cualquier colaboración que puedan ofrecer sobre este tema.

Estudiar.



Los humanos tenemos problemas, que son la diferencia entre nuestros deseos y nuestra realidad. Quien no desea no tiene problemas y se moverá según un deseo ajeno.
Para resolver los problemas utilizamos dos maneras: por ensayo y error, ajustando nuestra conducta al resultado de las acciones que ejercemos, repitiendo las exitosas y evitando las que demuestran ser inconvenientes a nuestros fines. La otra forma es estudiar, que es aprender de lo que los demás tienen para decirnos respecto de problemas comunes, porque han tenido la generosidad de transmitir a los otros sus aprendizajes individuales.
Para problemas sencillos no está mal el método del ensayo y el error. Bajar una manzana de un árbol, abrigarse cuando hace frío, o ejercitar alguna destreza innata.
Pero para tareas más complejas conviene estudiar, es un método más seguro y productivo de resolver nuestros problemas.
Y este es el punto: Estudiar para resolver nuestros problemas.
¿Son esos sitios que llamamos escuelas los lugares donde nos enseñan a resolver nuestros problemas?
Hace unos días envié a mi hijo de diecinueve años a depositar dinero al banco. A pesar de su frondoso conocimiento de las nuevas tecnologías no supo distinguir entre un cajero automático y una máquina para reservar turnos. Todo esto luego de haberse recibido en una ¨buena¨ escuela donde cursó tres años de contabilidad. No sé cuántos jóvenes estarán en condiciones de resolver ese problema. Lo que es seguro es que no le enseñaron a hacer eso, y lo que también es seguro es que ese sí es un problema que deberá resolver.
Otro, un día me preguntó cómo saber cuántos ladrillos harían falta para levantar una pared. No se le había ocurrido relacionar las operaciones matemáticas que le enseñaron seguramente en la escuela con las herramientas que necesita para resolver su problema.
Hay muchos más problemas que tenemos los humanos que no se enseñan a pensar en nuestras escuelas. No se enseñan finanzas personales. Y las personas que cumplen dieciocho años comienzan a tomar decisiones financieras que muchas veces los complican durante muchos años. Tampoco se habla de planificación familiar. Ni de cómo su papá o su mamá son capaces de poner un plato de comida en la cena. Tampoco parece enseñarse el valor de la puntualidad o lo que un empresario requiere de un empleado.
Me parece una aberración la escuela pública en una sociedad libre. ¿Por qué haría falta una educación uniforme para todos cuando somos, por ser humanos, esencialmente diferentes?
Se entiende que para adquirir conocimientos militares es bueno que todos aprendan lo mismo, pero eso no tiene sentido para la vida civil.
La escuela sólo debería enseñarnos a pensar, que es lo único que necesitaremos toda la vida. Cualquier conocimiento tecnológico es efímero. No quiero decir que no haga falta tener conocimientos tecnológicos en la disciplina que fuera, quiero decir que si los conocimientos tecnológicos se aprenden sin aprender a pensar no tienen utilidad. Pronto seremos analfabetos tecnológicos otra vez. Como les sucede a muchas personas de apenas cuarenta años que no consiguen empleo.
Esto es bueno saberlo desde chico, cuando tenemos derecho y no tenemos problema de equivocarnos. De adultos es más difícil. Quien no reconozca el océano de ignorancia que tiene en su interior frente a las poquísimas cosas de las que se jacta saber es un estúpido o un inmoral, como es el caso de casi todos los políticos.
Me deprime comprobar como día a día no somos capaces de discutir distintos puntos de vista con quienes no piensan igual. Nadie parece estar dispuesto a reconocer que ignora ciertas cosas, sobre todo si ostenta alguna posición de poder sobre lo que supuestamente domina.
¿Quiénes son los que están diseñando nuestra educación? ¿Por qué se les ocurre que es bueno que los niños estén ocho horas por día en la escuela o que tengan que comenzar a los tres años a recibir la educación oficial?
¿Para qué sirve o a quién le sirve la escuela secundaria? No parece servir para mucho si la mitad de los jóvenes la abandona a pesar de ser gratuita y obligatoria.
¿Y las universidades, donde el pensamiento crítico es generalmente reprimido?
Tal vez, los dirigentes sindicales nos estén haciendo un favor al evitar que comiencen las clases.

Gordos, sucios y feos. ¿Cuánto vale un docente?



¿Cuánto vale un docente?
¿Cómo se establece el salario de un ingeniero mecánico, o el de un camionero o el de un repositor de supermercado?
Como consumidores de bienes finales nosotros no contratamos a estas personas sino que lo hacemos en forma indirecta al valorar los productos o servicios que las empresas que les dan empleo nos ofrecen.
Porque estamos dispuestos a pagar $ 200.000 por un auto es que un empresario decide fabricarlos pagando una parte de ese precio al ingeniero que necesita o a la empresa de camiones que transporte los vehículos desde la planta a las concesionarias.
El bien que apreciamos es el auto. El salario del ingeniero depende de eso. Si ese mismo ingeniero, en lugar de haber aprendido a hacer autos hubiese aprendido a hacer cámaras fotográficas que funcionan con celuloide su salario hoy sería cero, independientemente de lo bueno  que fuera en su tarea.
El salario del docente es un bien intermedio del servicio de educación. Por lo tanto, el bien valorado por la población es el bien educación. Por ser de carácter obligatorio no sabemos cuánto está la población dispuesta a pagar por ese bien.
Podemos saber que es un bien valorado pues mucha gente decide enviar a sus hijos a escuelas de administración privada a pesar de la oferta estatal gratuita de escuelas. Sin embargo, no hay competencia por la educación, pues todas las escuelas están obligadas a enseñar lo mismo por determinación del gobierno. Así que lo que cada familia paga por el servicio no tiene que ver con la educación sino con la calidad con la que se presta un servicio presuntamente uniforme.
Entonces, si no hay un mercado de la educación no podemos saber cuánto la población está dispuesta a pagar por ella voluntariamente. El gobierno le extrae en forma compulsiva recursos para pagar a los docentes que, a su vez, intentan hacer lo mismo con el gobierno.
Si los salarios docentes no son establecidos por medios económicos –acuerdos libres y voluntarios- sino por medios políticos –el uso de la coacción- no debería extrañarnos que los sindicatos utilicen los medios políticos para conseguir lo que se proponen, tal como lo hace el gobierno al recaudar impuestos. Aunque Baradel sea gordo, sucio y feo y María Eugenia Vidal rubia y dulce.
En definitiva, a estos sujetos no les interesa que la mitad de los que están obligados a estudiar abandone los estudios.

Inflación: el precio de tener gobierno.



El lugar común entre economistas que simplifican el asunto, periodistas de los que dudo que sepan de lo que hablan y el resto de los habitantes es definir a la inflación como el aumento generalizado de los precios. De qué precios? Pues, de todos.
Si así fuera, no sería un problema tan grave como se lo considera. Si suben los precios de los bienes, pero también los salarios en la misma proporción no habría problema alguno. Pero no debe ser así, porque nadie haría el ejercicio inútil de cambiar los precios de todo, todo el tiempo, para no obtener ninguna ventaja.
La inflación es una consecuencia de que existe el dinero.
Imaginemos una economía sin dinero. Si uno no produce todo lo que necesita para vivir parte de lo que produce lo utiliza para intercambiar con otros lo que necesita (o desea, es lo mismo). En ese caso, los intercambios se realizarán en determinado momento y en determinado lugar a una tasa que refleje las preferencias individuales de quienes están realizándolos. Una vaca por tres cajones de manzanas, por ejemplo.
Si por alguna razón, la oferta de determinado bien cae o sube su demanda o viceversa, los precios de intercambio también se modificarán, produciéndose un cambio en los precios relativos. En nuestro ejemplo, subirá o bajará el precio de las manzanas respecto del precio de las vacas. Lo que no va a suceder es que todos los precios suban.
La humanidad ha encontrado en el dinero un buen sustituto para facilitar los intercambios. Se han descubierto más de cuarenta mil bienes que en algún momento se han utilizado como dinero. Tampoco hay ningún problema con que en lugar de intercambiar manzanas por vacas -lo que obligaría a ambas partes del intercambio a desear exactamente lo que el otro ofrece- se intercambien por conchas de caracol, o lo que sea que se use como dinero.
El problema surge cuando los gobiernos (que, como señala, entre otros, Franz Oppenheimer en su libro "El Estado", tiene origen predatorio, es decir, mafioso, ya que ofrece protección de otros predadores a cambio de una paga: los impuestos) monopolizan el dinero y obligan a la población a utilizar la moneda que acuñan o imprimen, no permitiendo el uso de otras monedas alternativas en sus transacciones.
Cuando al gobierno no le alcanza para pagar sus gastos tiene tres alternativas: cobrar más impuestos, pedir prestado (lo que provoca un aumento de impuestos futuro para pagar el costo de la deuda) o emitir más dinero. En el primer caso, el dinero de los particulares gastado en impuestos empobrecerá a la población, pues no podrá consumir otros bienes. En los otros dos casos, habrá en la economía más dinero con la misma cantidad de bienes, por lo que subirá el precio de los bienes en relación al dinero, pues este es más abundante y los bienes no.
Así que, la inflación es un fenómeno estrictamente monetario, y el único responsable de producirla es el gobierno.
Pero no acaban aquí los efectos de la inflación, la distorsión de precios relativos que provoca hace que los consumidores y los productores tomen decisiones equivocadas como consecuencia de interpretaciones erróneas sobre la escasez relativa de los bienes, como bien se ilustra acá:
http://www.miseshispano.org/2016/12/inflacion-no-es-aumento-de-precios/
O acá: http://www.miseshispano.org/2016/10/seis-cosas-a-considerar-acerca-de-la-inflacion/
Tampoco el IPC o índice de precios al consumidor refleja la inflación. No importa cómo se lo mida.
Su uso es exclusivamente político, es decir, se lo utiliza para extraer recursos del sector productivo mediante la fuerza, tal como se lo ha hecho emitiendo moneda espuria.
Ver acá: http://www.miseshispano.org/2016/05/la-inflacion-como-politica/