Hechos como los que conmueven hoy -hoy
en sentido literal, mañana hablaremos de fútbol o de Tinelli- a la opinión
pública en la Argentina sirven para ilustrar algunas ideas que sustentan
nuestros modos de pensar y de actuar.
Se escuchan y leen comentarios de
periodistas y expertos acerca de la diferencia entre actuar en defensa propia o
hacer justicia por mano propia lo que, como todos sabemos, no es justicia sino
venganza.
Pendulan las opiniones entre dos
extremos: los que justifican el linchamiento de los delincuentes y los que los
victimizan afirmando que el ladrón o el asesino antes de ser delincuentes han
sido víctimas de una sociedad que no les brindó oportunidades, una
inconsistencia derivada de las teorías de la lucha de clases y de la
explotación que me abstendré de comentar aquí.
Lo que comparten ambos bandos es la
idea de que el estado está para resolver ambas situaciones de injusticia, pues
ese es el contrato social que dio origen al estado.
Esta idea sólo se corresponde con un
mito que no resiste ni un análisis lógico ni teórico.
Nunca ha existido el momento en el
cual los individuos -quiénes habrán hablado en nombre de toda la humanidad?-
han delegado en un ente abstracto representado por otros individuos -cómo
habrán obtenido la legitimidad de esa representación?- los derechos a defender
su propia vida o su derivado que es la propiedad.
Como puede leerse en dos obras para mí
magistrales de Martin Van Cleverd (The rise & the decline of the state) y
de Anthony de Jasay (El estado: la lógica del poder político), una por su
profundo análisis histórico y otra por su detallado análisis de la lógica del
poder, el estado moderno, con todos los matices que podemos reconocer en la
realidad, pues no son lo mismo el estado escandinavo o suizo que el estado ruso
o chino, es producto del surgimiento de formas de negociación sobre los modos
de ejercer la violencia. Para decirlo de forma simple, toleramos que el estado
(esto es, algunos individuos) ejerza la violencia sobre nosotros, nos quite
parte del fruto de nuestro trabajo mediante impuestos, nos someta a su sistema
de justicia y nos prohíba el uso de las armas para defendernos porque el costo
de rebelarnos es mayor que el de someternos a sus normas.
Este equilibrio, como fácilmente puede
deducirse es inestable. Cuando el estado no cumple sus promesas, el precio de
delegar aquellos derechos se aprecia demasiado alto y los individuos se
rebelan, hasta que el estado cumple algo de sus promesas o amenaza o ejerce
mayor violencia para mantener a los individuos en su lugar.
El drama del médico que mató para
salvar su vida, el del carnicero que persiguió a sus ladrones o el de las
víctimas que mueren a diario a manos de delincuentes que no encuentran ningún
freno institucional revelan la inestabilidad.
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