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domingo, 27 de junio de 2021

Dictaduras democráticas

 Los que hoy tienen 70 años se extasiaron con el discurso de sirenas de Alfonsín creyendo que los años que vendrían devolverían a la Argentina tiempos de paz, libertad y concordia que sus padres no habían conocido. Todos los criados y nacidos después de ellos tenemos el interno convencimiento de que la Constitución Nacional no es letra muerta y que con la democracia se come, se cura y se educa, a pesar de las evidentes muestras de que vamos en el sentido contrario.


Para tres generaciones de argentinos que votan los términos democracia y dictadura son antónimos. Ni por un instante se atreven a pensar que pueden ser dos caras de una misma moneda. Y que el envilecimiento de la moneda que llamamos Peso es la obra maestra de esta cópula infame.


Los intelectuales están formados para dudar hasta de su propia sombra, lo bien que hacen. Pero eso los priva muchas veces de llamar a las cosas por su nombre. ¿Cómo llamar a regímenes que se valen de los votos para mentir, para robar, para expropiar en su propio beneficio, mientras someten a sus poblaciones a la decadencia? ¿Está mal llamarlos Dictaduras Democráticas, o Democracias Dictatoriales? Algunos como  Guillermo O´Donnell los bautizaron como "democracias delegativas", o "democracias de baja intensidad", casi como echando la culpa al pueblo de su que por su propia desafección de las cosas públicas los pillos se queden con el botín.


No es nuevo este fenómeno que, como todos los procesos históricos, siempre encuentran antecedentes. Hasta los norteamericanos, creadores del mejor experimento de vida en libertad y progreso, hoy saben que los que los gobiernan no se distinguen entre sí más que por sus falaces discursos y que reina entre ellos el capitalismo de amigos, acaso un poco más pudoroso que el chino o el ruso, por ahora.


Por qué deberíamos sorprendernos del manejo que casi todos los gobiernos de mundo hicieron de la pandemía si todos parecen cortados por la misma tijera?
Tal vez el virus haya servido como catalizador para que todos tengamos más claro lo que es el Nuevo Orden Mundial del Siglo XXI. El Gran Reseteo.

viernes, 14 de mayo de 2021

Autos autónomos, humanos dependientes

 

Las computadoras son inútiles, sólo pueden darnos respuestas.

Pablo Picasso.

 

Wall-E, la simpática y distópica película de Pixar de 2008, muestra la continuidad de la vida humana luego de que la vida en la Tierra colapsara, dejando únicamente a un pequeño robot recolector de basura y a una cucaracha como últimos vestigios. Ante la inminencia del apocalipsis la humanidad había podido escapar y vivir en estaciones espaciales totalmente automatizadas.


En la película se ven individuos felices, todos vestidos del mismo modo, conectados entre sí sólo por medio de sus pantallas, uniformemente obesos aunque su única fuente de alimento fueran unos batidos que bebían desinteresadamente mientras no dejaban de mirar a sus dispositivos.

Unas cintas transportadoras los trasladaban de un lugar a otro, por lo que habían perdido su capacidad para caminar.

Paradójicamente, Wall-E y una versión mucho más moderna de robot, Eva, son los que se atreven a volver a plantar una semilla, con la esperanza de reconstruir la vida en la Tierra.

El historiador Yuval Harari ha dedicado gran parte de su vida a estudiar los macro acontecimientos históricos, aquellos que han cambiado en forma radical el destino de la humanidad.

Su conjetura es que el primero y más destacado de ellos ha sido la Revolución Cognitiva, fruto de la aparición del lenguaje. Gracias a él, los Sapiens han podido evolucionar más rápidamente que cualquier otra especie viviente. Hoy, gracias a la posibilidad de descifrar el genoma, sabemos que estamos hechos en un 99% de los mismos genes que los primates y que compartimos más de un 60% de los genes con las moscas. Biológicamente  no somos más que un puñado de células diferenciadas que cooperan para replicar su ADN, no demasiado diferentes a las bacterias, a los árboles, a los insectos o a los mamíferos.

Pero el lenguaje nos ha permitido crear tantos mundos como podemos habernos imaginado. A través de las ficciones que creamos con el lenguaje nos inventamos una historia y un futuro, miles de razones para vivir, para luchar y para progresar.

La Revolución Cognitiva nos ha permitido construir las herramientas conceptuales que han creado nuevas realidades, nuevos objetos, nos ha permitido dominar al fuego, construir arcos y flechas y también memoria.

Las ficciones construyen realidades. Hacen herramientas que nos permiten ir más lejos, más rápido, ser más fuertes o más precisos, vivir más tiempo, más saludables y más cómodos.

Todas estas ventajas tienen un costo y ese es, para Harari, la pérdida de la libertad a las que nos condujo la Revolución Agrícola.

La Revolución Cognitiva se produjo hace unos 70.000 años, cuando los Sapiens se destacaron de las otras especies humanas y no humanas, la Revolución Agrícola data de hace 10.000 años, y se produce cuando el hombre logra domesticar algunas especies de plantas, en primer lugar al trigo.

Si la Revolución Cognitiva permitió a los sapiens extender sus límites, la Revolución Agrícola termina por esclavizarlos. Harari expresa la paradoja así:

“Los entendidos proclamaban antaño que la revolución agrícola fue un gran salto adelante para la humanidad. Este relato es una fantasía. No hay ninguna prueba de que las personas se hicieran más inteligentes con el tiempo. La revolución agrícola amplió la suma total de alimento a disposición de la humanidad, pero el alimento adicional no se tradujo en una dieta mejor o en más ratos de ocio. El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio obtenía una dieta peor. La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia. ¿Quién fue el responsable? Los culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se cuentan el trigo, el arroz y las patatas. Fueron estas plantas las que domesticaron a Homo sapiens, y no al revés…

… El trigo lo hizo manipulando a Homo sapiens para su conveniencia. La transición a la agricultura implicó una serie de dolencias, como discos intervertebrales luxados, artritis y hernias. El cuerpo de Homo sapiens no había evolucionado para estas nuevas tareas agrícolas. Además, les exigían tanto tiempo que las gentes se vieron obligadas a instalarse de forma permanente junto a sus campos de trigo. El término «domesticar» procede del latín domus, que significa «casa». ¿Quién vive en una casa? No es el trigo. Es el sapiens.” Sapiens, De Animales a Dioses. Parte II.

Hace 10.000 años que vivimos dentro de esta paradoja tecnológica, entre herramientas que nos liberan y acrecientan nuestro potencial como el fuego, los aviones y los medicamentos y aquellas que nos someten como las religiones, los estados, las ideologías o las modernas técnicas de producción.

Seguramente esta idea del sometimiento puede ser incómoda, pues estas instituciones las tenemos en nuestros memes –equivalentes culturales a los genes-, producto de miles de años de evolución. Ir en contra de esta idea es tan disruptivo como decir que la agricultura nos ha sometido.

Pero vale el esfuerzo reflexivo, sobre todo cuando estamos adentrándonos en una era donde las nuevas tecnologías no potencian nuestros recursos sino que los reemplazan, cuando no son sólo medios para conseguir nuestros fines sino que son las que establecen los fines para los que nosotros somos medios.

Así como los vehículos autopropulsados nos permiten llegar más lejos, también han provocado que caminemos menos. Cualquier hombre del presente es un lisiado comparado con un sapiens de hace 10.000 años. Los dispositivos inteligentes reemplazan nuestra memoria. Quienes nacimos antes de los años 80s teníamos la capacidad de recordar cientos de números telefónicos de nuestros allegados, hoy tenemos acceso a todo el mundo pero no podemos recordar nuestro propio número de teléfono. La televisión y las redes sociales han influido enormemente en nuestra capacidad de toma de decisiones, ellas saben más que nosotros mismos lo que queremos. Así como los móviles recuerdan por nosotros los números telefónicos de nuestros amigos y Google o Wikipedia nos resuelven el problema de investigar,  los autos autónomos nos relevarán de tomar las cientos de decisiones que tomamos cuando conducimos, atontarán nuestros sentidos y enlentecerán nuestros reflejos, tal vez un día nos dirán adónde nos conviene ir. Y nadie recordará al que tomó esas decisiones por nosotros, será un meme.

Genes y memes moldean y condicionan nuestra débil conciencia. Gradualmente, cada vez nos conocemos menos a nosotros mismos y todos estamos manipulados sin siquiera darnos cuenta.

Ficciones como los estados o el capitalismo nos conducen hacia un cataclismo imprevisible.

Los estados dicen que nos pueden dar seguridad desde la cuna a la tumba, siempre que renunciemos a cualquier decisión individual.

El capitalismo nos promete progreso infinito a cada vez más humanos, a costa de degradar a los demás seres y al planeta.

¿Son posibles tales futuros? ¿O son solo ficciones, utopías que no por ser hegemónicas dejan de ser simples utopías?

¿Cómo bajarnos de un vehículo que viaja a 177 millones de km/h  girando alrededor de una pequeña estrella? [1]

¿Seremos algo más que un puñado de pequeñas células diferenciadas que luchan por perdurar?

 

  

 

 

 

 

 



[1] Los incrédulos pueden hacer el cálculo de la velocidad de rotación de la Tierra y multiplicarla por la velocidad de traslación alrededor del Sol.

domingo, 2 de mayo de 2021

La Revolución de las Persianas

"Let us not seek to satisfy our thirst for freedom by drinking from the cup of bitterness and hatred. We must forever conduct our struggle on the high plane of dignity and discipline. We must not allow our creative protest to degenerate into physical violence. Again and again, we must rise to the majestic heights of meeting physical force with soul force."

"We cannot walk alone.

And as we walk, we must make the pledge that we shall always march ahead.

We cannot turn back."

Martin Luther King. 28/8/1963.

https://www.americanrhetoric.com/speeches/mlkihaveadream.htm

 

 

La Revolución de las Persianas es una revolución que se comenzó a gestar en los primeros días de abril de 2020, escrita en una notebook en un sitio del conurbano bonaerense que no viene a cuento precisar. Acaso se haya escrito en otros tiempos y en otros lugares.

Su idea es sencilla a la vez que profunda, por eso tiene el éxito casi asegurado. Consiste en salir a trabajar en lo que cada uno hace, cada día, de la mejor forma posible, ignorando cualquier restricción que no sea más que la prohibición de hacerle daño a un tercero.

La Revolución de las Persianas no es explosiva, no es incendiaria. Su insumo no es el trotyl ni la pólvora. Es radioactiva, actúa lenta y persistentemente. Es casi imperceptible. Es como el bitcoin, nadie lo creó pero todos los que lo hacen lo mantienen.

La Revolución de las Persianas no tiene más enemigos que la propia falta de coraje, que acaso sea el enemigo más temible.


La Revolución de las Persianas no tiene fecha para ser conmemorada, por lo que debe celebrarse todos los días de todos los años.

La Revolución de las Persianas no tiene banderas, tiene nombres y apellidos, tal vez, apodos.

La Revolución de las Persianas no se hace con marchas, se construye con intimidad.

La Revolución de las Persianas no tiene próceres, a menos que todos lo seamos.

La Revolución de las Persianas no tiene armas, por eso no puede ser combatida.

La Revolución de las Persianas es incorpórea, por eso no puede ser encerrada.

La Revolución de las Persianas carece de gobierno, y también de opositores.

Los tiranos del mundo, desde los más sanguinarios a los más ridículos, le temen, pues temen más ser ignorados que combatidos.

La Revolución de las Persianas alcanzará el éxito cuando nadie se dé cuenta de que se trata de una revolución. Y será la más radical de toda la historia de la humanidad.

sábado, 24 de abril de 2021

Sin Plan B (con B de Bueno)

 

Una imagen nos hiela la sangre y nos hace correr un sudor frío por la espalda, la de la falta de camas para recibir pacientes enfermos de Covid-19 (sí, 19. Nos dio un año y medio para encontrar alternativas para enfrentarla). Y esa es la imagen que estamos a punto de ver en Buenos Aires y alrededores, el AMBA, como se lo llama ahora, cuando conviene meter todo en la misma bolsa. Imagen que puede comenzar aquí y expandirse al resto del país.

Recordemos que el plan adoptado para hacer frente a la pandemia, con la regencia de la OMS y los gobiernos, ha constado, básicamente de tres etapas:

1- Contención, que consiste en el cierre de fronteras, internacionales e internas, para intentar que el virus no penetrara, algo así como tapar el sol con la mano. Conocemos los resultados de esta etapa.

2- Mitigación, representada por el famoso "aplanar la curva", es decir, una vez que el virus está entre nosotros, no hagamos ruido para que no nos vea y se vaya. Y se decidió aplanar la curva a martillazos, con confinamientos masivos, prolongados sin solución de continuidad, con todo el sufrimiento que tal medida produce y con todas las limitaciones que tiene porque en algún momento la población cambia su valoración respecto de si lo que le sirve es morirse de hambre antes que contagiarse. No ahondaré en las siniestras herramientas comunicacionales que se han utilizado para justificar el encierro, porque ya están en otras entradas de este blog. Lo peor de todo es que, además de estos problemas, los confinamientos no detienen los contagios.

 

Todo este enorme sacrificio se pidió para ganar tiempo para "preparar al sistema de salud", lo que se ha hecho poco, tarde y mal, porque la principal estrategia para controlar la enfermedad ha sido esperar por las vacunas, y esa es la tercera etapa del plan.

3- Vacunación. Si se lograba aplanar la curva el tiempo suficiente llegaría el elixir de la vida contenido en una jeringa. Por ahora, este instrumento muestra ser el más exitoso, a pesar de que aún no se conoce por cuánto tiempo ofrece inmunidad, qué tan tóxico puede ser o qué tan rápido puede llegar a aplicarse en toda la población para que la enfermedad termine convertida en un triste recuerdo.

Este fue el plan A. A de Arrogancia. El maridaje ideal entre soberbia e ignorancia.

Arrogancia por creer que la pandemia podía ser utilizada para apuntalar liderazgos políticos.

Arrogancia por creer que organizar una defensa contra una pandemia era trabajo de un puñado de infectólogos.

Arrogancia por creer que alguien puede determinar quién es esencial en una sociedad.

Arrogancia por menospreciar a cualquier disidente que se atreviera a contradecir la voz oficial.

El plan A nos ha dejado exhaustos económica y emocionalmente, sin recursos ni para mitigar ni para vacunar a tiempo (ni vale la pena discutir el escándalo del Vacunatorio Vip ni las dosis "rebajadas" de vacuna que recibimos porque nunca llegarán a tiempo las segundas dosis recomendadas).

El plan A está muerto. Ahora vendrá la etapa de intentar por todos los medios ver el vaso medio lleno del plan, de echarle la culpa a las víctimas y de que algunos traten de treparse al último bote para evitar el naufragio hacia el que nos condujeron.

El fracaso no es solo de la conducción política, pero ella es la principal responsable por haber encorsetado a la sociedad.

 

La pregunta es ¿Había alternativas? Sí, siempre las hay. Y si no la vemos es porque no queremos, no podemos o no sabemos verla. Para encontrarlas hay que buscar la llave en otros lugares que no sean debajo de la luz del farol y con toda humildad dejar que los demás se expresen.

Así funciona la evolución, con millones de experiencias individuales y con mejoras incrementales. Las probabilidades de éxito se concentran en dos principios: 1- hacer muchas pruebas de diversas ideas. 2-intentar hacer el menor daño posible mientras se testea.

A nadie medianamente cuerdo se le podía ocurrir que contendría la pandemia aislando sus fronteras, aunque algunos países insulares lo han hecho. Para ser contemplativos, digamos que ha sido una primera medida para ir preparando otras.

Lo imperdonable es que se haya confiado en el confinamiento prolongado como estrategia para enfrentar la enfermedad. Era imposible no darse cuenta de que ni es posible disciplinar a la sociedad para cumplir con lo inaceptable ni que tampoco se puede pasar mucho tiempo sin producir lo que se necesita para sobrevivir.

Los humanos aprendimos, desde que tenemos lenguaje, a vivir enfrentando la incertidumbre. Por eso construimos sólidas viviendas en lugar de frágiles refugios, valoramos el ahorro, instituimos el noviazgo, creamos los seguros, mantenemos stocks de provisiones o insumos, etc.

Hasta los sistemas mejor diseñados pueden fallar en tiempos extraordinarios. Para eso utilizamos sistemas redundantes. Hacemos back ups del disco de nuestra computadora o guardamos la información en la nube, o tenemos generadores eléctricos para alimentar respiradores en las salas de cuidados intensivos. Aun así, ninguna industria tiene  capacidad ociosa para ser usada solo en situaciones extraordinarias.

¿Por qué a nadie se le ocurrió crear redundancia en el precario sistema de salud con el que contábamos?

Podíamos ponernos a fabricar más respiradores, podíamos improvisar unidades de cuidados intensivos en habitaciones comunes, podíamos utilizar la capacidad hotelera para aumentar la disponibilidad de camas que no requieran alta complejidad, podíamos mejorar los sistemas de triage para responder antes a los casos más severos, podíamos instruir a médicos de especialidades que no pudieron ejercer por las restricciones impuestas  para que atendieran en unidades de cuidados críticos, y hacer lo mismo con las enfermeras y los voluntarios que pudieran reclutarse en las facultades de medicina. Eso solamente en el sistema de salud.

Pero también podíamos trabajar en mejorar los desplazamientos para evitar las aglomeraciones. Acordando trabajar día por medio en forma presencial, por ejemplo, todos aquellos que necesitaran hacerlo porque no pueden trabajar a distancia.

Además de no habérsele ocurrido a nadie (aunque tal vez alguien lo haya propuesto y no me enteré) todo esto no podía hacerse sin la ingeniería adecuada.

Poco puede hacer la sociedad si además de confinarla se le atan las manos.

La primera condición para lograrlo era permitir a la gente desplegar todos sus recursos creativos y liberar las trabas económicas.

Con algunos cuidados y evitando aglomeraciones todos podían trabajar para generar el capital necesario para producir lo que hacía falta.

El ahorro estacionado en los bancos y esterilizado por el gobierno para evitar el tsunami que generó por la emisión podía prestarse a los que necesitaran capital para producir.

Prepagas y obras sociales, con la sociedad trabajando, podrían recaudar más dinero para destinarlo a mejorar las remuneraciones del personal de salud que los incentivara a realizar las nuevas tareas para los que se los requería. Algo menos emotivo pero más útil que los aplausos.

Un claro ejemplo de esa respuesta es la producción de barbijos. Nunca escasearon. Sobran los de todas las formas y colores, y a precios bajos. Sin controlar su producción ni su precio.

Se podían liberar precios y relajar las normas de contratos de trabajo para incentivar a la creación de empresas y empleos que apoyen tanto a las actividades directas relacionadas con la salud como a las indirectas. En cambio, se congeló todo y se intentó inmovilizar a la sociedad dando a cambio una limosna como escaso paliativo.

El mundo tampoco se comporta demasiado mejor. No se liberan las patentes de las vacunas para poder producirlas más rápidamente. Tampoco se incentiva la investigación en tratamientos para los que ya se enfermaron. Habrá que revisar el concepto de la protección a las patentes, del que gozan los laboratorios. Si eso se aplicara a la industria automotriz aun andaríamos en caros Ford T.

Para enfrentar esta situación extraordinaria hacían falta más herramientas que el martillo, que es la preferida del estado. Había que abrir la caja y buscar las más útiles.

Además de los infectólogos, que debían ocuparse de lo que saben, que es diagnosticar y curar las enfermedades infecciosas, debían haberse sumado ingenieros, psicólogos, estadísticos, comunicadores, economistas, expertos en finanzas, filósofos, entre otros, a los paneles de asesores.

Tenían que descentralizarse las decisiones para poder actuar rápidamente en cada lugar, de acuerdo a cada necesidad en particular.

Los estados nacionales y provinciales podían centralizar y distribuir los datos sobre contagios, capacidad de camas y otros recursos para servir de brújula a quienes tienen que emprender para crear los bienes y servicios necesarios. Los estados municipales podían ocuparse de ordenar la ciruculación, cuidando de la seguridad y asistiendo a los más necesitados.

Seguramente pueden haber muchas más ideas que estas pocas, pero deben tener el canal para expresarse y la libertad para actuar.

 

¿Estamos a tiempo de hacer un cambio tan radical o seguiremos usando nada más que el martillo?