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viernes, 19 de abril de 2024

Derecho a la Salud

 

“No-Hay-Plata”, es el mantra de los tiempos. Que es una nueva versión de la máxima de la ciencia económica: Las necesidades son infinitas y los recursos son escasos y tienen usos alternativos.

Pero menos que plata hay tiempo. Que es el bien más escaso de todos. Así que telegráficamente resumiré el problema.

Por razones que es inútil presentar parece que estamos todos convencidos de que la salud es un derecho, y que este derecho es un derecho positivo, es decir, que no sólo consiste en que hay que evitar dañar la salud de una persona sino que esa persona tiene derecho a recibir toda la atención que demande para alcanzar su estado de salud física, mental y social.

Entonces, si hay un derecho a la salud, nadie puede estar excluido, por lo tanto, hay que garantizar que todos los habitantes reciban los servicios que necesitan.

Se supone que todos los contribuyentes sostenemos un sistema de salud estatal para cumplir con este mandato y, como si fuera poco, también tenemos un sistema de obras sociales financiado con impuestos al trabajo; así que, si usted es un afortunado trabajador contratado bajo la tutela de la ley, paga impuestos para sostener el sistema público y paga impuestos para sostener un sistema privado que compulsivamente debe financiar.

Como estos sistemas no satisfacen la demanda de “derecho a la salud” en la Argentina se ha creado otro sistema que se conoce como Medicina Prepaga (acá puede ver lo relacionado con ella https://elpeldanio.blogspot.com/2024/01/el-caso-de-la-medicina-prepaga-un.html) que es un sistema privado que, en principio, -entendiendo en principio en su sentido ontológico, como en su sentido cronológico- se basa en lo que se basa todo sistema privado, en el respeto a la propiedad privada, que es la única que existe. Bajo este principio hay un intercambio libre entre clientes y proveedores para contratar los bienes y servicios que se ofrecen y se demandan para conservar la salud.

Como ignoramos las palabras de Thomas Jefferson de que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”, alguien no vigiló lo suficiente y aparecieron grupos de presión a quienes les pareció que mantener su salud les resultaba excesivamente caro (que lo es, sobre todo si uno quiere mantenerse joven y sano hasta los cien años y más allá, a pesar de que haga todo lo posible por arruinar lo que Dios le dio) y entonces se decidió que por lo que se paga voluntariamente aquellos que ofrecen los servicios deben prestarlos sin límite recibiendo a cambio la suma que los grupos de presión estén dispuestos a desembolsar, porque la salud, antes que nada, es un derecho. Así que, por si no bastaba con haber probado con dos sistemas coercitivos para alcanzar la salud para todos también transformamos un sistema libre en otro compulsivo y, por extraño que a cualquiera pueda parecerle, estamos consiguiendo los mismos resultados.

Y aquí llegamos al verdadero dilema: O pagamos por la salud que queremos o tendremos la salud que podamos pagar. Resolver el problema es sencillo: se hace una lista de todos los servicios que queremos recibir, se abre una licitación para que los oferentes de los servicios pongan los precios a los que están dispuestos a realizarlos –a menos que a alguien se le ocurra que deban prestarlos a punta de pistola- y después se hace una simple suma. Con el número en la mano se le dice a la población cuánto va a tener que poner de su bolsillo para que el sistema funcione. Algunos podrán pagarlo y otros no, y la diferencia la va a tener que poner el que pueda pagar (si es que se puede lograr que no huya). Puede que a algunos esta idea les parezca absurda, pero es la única que tengo para hacer realidad el Derecho a la Salud sin que sigamos perdiendo el tiempo en discusiones estériles, porque el tiempo es el recurso más escaso.

La alternativa es revisar la idea de que la salud es un derecho.

martes, 2 de enero de 2024

El caso de la Medicina Prepaga. ¿Un modelo agotado?

 

La medicina prepaga es un caso particular dentro del universo de los que llamamos seguros.

El negocio de los seguros se basa en la simple idea de que alguien ofrece asumir determinado riesgo de un tercero a cambio de una suma de dinero, bajo el supuesto de que ese riesgo que el tercero le transfiere tiene una probabilidad muy baja de ocurrir, pero que en el caso de que así fuera, quien sufre el daño sufriría una pérdida económica que lo llevaría al quebranto o directamente sería incapaz de afrontar. El asegurador asume el riesgo bajo el supuesto de que tales eventos son dispersos y no ocurren simultáneamente a toda la población asegurada.

Para que un evento sea asegurable no solo tiene que cumplir con la condición de ser de baja probabilidad de ocurrencia, también debe poder se mensurable, sea en dinero o sea en especie y tiene que poder delimitarse claramente, o bien la suma a resarcir o bien el alcance del evento. Además tiene que tratarse de sucesos azarosos, es decir, la parte asegurada no debe tener control alguno sobre las eventualidades aseguradas.

El precio que ambas partes pautan en el contrato de aseguramiento es función tanto de la percepción de riesgo que tenga el asegurado como de los costos en los que el asegurador deba incurrir. El cliente estará dispuesto a pagar más por un seguro ante eventos que él crea más probable que ocurran. ¿Cuánto más estará dispuesto a pagar? Tanto más cuanto perciba que, en el caso de que el evento ocurra,  para él sería ruinoso, de modo que no pagaría por eventos que no le afectarían en gran medida su economía y podría afrontar su costo evitando la pérdida que le significa el pago regular de la prima de su seguro.

Por otro lado, el asegurador no estará dispuesto a asegurar eventos de una alta probabilidad de ocurrencia, o que no sean azarosos, o que no puedan resarcirse ni en dinero o en especie, o que su costo de resarcimiento sea imposible de calcular.

Dadas estas características, vemos que los seguros han hallado mercados para una gran variedad de eventos posibles: climáticos, financieros, accidentes viales, vivienda, vida, salud, etc.

La industria de los seguros ha alcanzado un grado de madurez tal que es difícil encontrar nuevos nichos asegurables o nuevos actores.

No es el caso de los seguros de salud. En este caso, los eventos asegurables han ido variando tanto como las soluciones tecnológicas lo han permitido.

Surge un primer problema que es cómo conmensurar los eventos en salud, en algunos casos es sencillo y en otros casi imposible. Por ejemplo, es sencillo medir el evento de un traumatismo accidental o la aparición de un cáncer, pero no lo es determinar el alcance de los trastornos o dolencias producidas por la vejez. Mientras no existían soluciones tecnológicas para tratar estos problemas los seguros solo se limitaban a lo resarcible, en la actualidad la situación es muy distinta, porque no solo la tecnología ha permitido tratar enfermedades antes no tratables sino que además la atención de la salud ha abarcado conjuntos de problemas que exceden lo que se conocía como enfermedad.

Por otro lado, la probabilidad de que los sucesos de salud ocurran varía a lo largo de la vida. Esto no es un problema mientras las primas de los seguros puedan ajustarse en función de estos cambios, hasta el punto en que el objeto asegurable se extinga, dada su alta probabilidad de ocurrencia, como en el caso de los seguros de vida, que están disponibles para la población joven y dejan de estarlo para los ancianos.

Dadas estas condiciones, se puede observar que algunos eventos de salud cumplen con las condiciones para ser asegurables, pero muchos otros no, porque no son azarosos, porque no son conmensurables o porque su probabilidad de ocurrencia es alta.

¿Qué hacer con aquellos eventos que no son asegurables?

La simple respuesta es que no se aseguran, es decir, los riesgos los debe afrontar el propio sujeto.

Otra opción es que los asegure otro, ya no voluntariamente, porque no hay quien acepte esos riesgos, sino compulsivamente. Y solo el estado es capaz de hacer que uno pague compulsivamente por los consumos de terceros, lo hace por medio de la recaudación de impuestos o mediante regulaciones, o ambas al mismo tiempo. Puede, por un lado, ofrecer sistemas de atención de libre acceso y,  por otro, obligar a los agentes aseguradores a cubrir los eventos que voluntariamente no cubrirían.

Para lograr que la sociedad esté dispuesta a pagar por bienes o servicios no asegurables se la debe convencer de que estos son especiales y deben ser provistos más allá de que exista o no demanda de ellos (debe tenerse en cuenta que “demanda” no significa sólo necesidad de un bien sino también capacidad de pago). Estos bienes son los denominados meritorios o preferentes, y la salud es uno de ellos.

Podría suceder que los servicios provistos por el estado sean todos aquellos no asegurables y que los individuos se procuraran los asegurables, pero siendo la salud un bien meritorio se pierde el incentivo al aseguramiento. En los hechos, los seguros de salud se sostienen debido a la baja calidad de los servicios estatales o a la demora en recibirlos o a una combinación de ambos. Los que podrían ser servicios complementarios son, en la práctica, servicios competitivos.

 

El caso de la medicina prepaga.

Dijimos que la medicina prepaga es un caso particular de seguro, pero deberíamos revisar este supuesto a la luz de varios hechos y del contexto.

Lo primero que llama la atención es que las compañías tradicionales de seguros no incluyen entre su cartera de servicios a los seguros de salud, o los incluyen asegurando sólo algunos eventos  y con topes de resarcimiento en los montos, que se restituyen en dinero y no en especie.

Desde una perspectiva histórica vemos que el negocio de la medicina prepaga no ha sido creado ni desarrollado desde la perspectiva del descubrimiento de una demanda particular, como es el caso de los seguros, sino de una necesidad detectada en la oferta de servicios sanitarios, es decir, se han creado como un modo de sostener una oferta constante de servicios para evitar la aleatoriedad de la enfermedad. Por eso, los primeros oferentes de servicios de medicina prepaga eran, a su vez, proveedores de los servicios, de allí que justamente se denomine a estos emprendimientos Empresas de Medicina Prepaga. La idea de este negocio es que el cliente pague regularmente una cuota por servicios que sabe que va a utilizar en algún momento más o menos próximo. En este modelo de negocio, dejan de estar alineados los incentivos de clientes y proveedores. Si en el modelo asegurador el negocio consiste en que una parte acepta la incertidumbre de la otra a cambio de un precio, en el modelo de medicina prepaga los intereses no se complementan sino que compiten, porque quien cobra las cuotas tiene interés por limitar la cantidad de los servicios que provee, el interés del que las paga es utilizar al máximo posible los servicios por los que ha paga, lo que hace que la tensión entre clientes y proveedores de estos servicios sea permanente.

La segunda generación de negocios de medicina prepaga aparece cuando los proveedores de servicios se desdoblan entre quienes proveen directamente los servicios y quienes sólo los financian y contratan por su cuenta con los proveedores. Esta novedad permite una acelerada expansión del negocio, ya que no se necesitan realizar importantes inversiones de capital para instalar establecimientos sanitarios sino estimar de algún modo la demanda de servicios (inclusive limitando el acceso a los servicios por diversos mecanismos) y contratando a los proveedores capaces de satisfacerla.

Este desglose de funciones crea nuevos incentivos para los proveedores de los servicios, quienes ya no deben preocuparse por limitar el uso sino que, por el contrario, su beneficio se encuentra en utilizarlos al máximo.

El negocio de la medicina prepaga se encuentra entonces en un precario equilibrio, cuya condición para mantenerse es que la oferta de servicios pueda ser sostenida por la capacidad de pago de los clientes.

Visto de este modo, la medicina prepaga no es un caso de modelo de seguros sino un modo que utiliza la industria de servicios sanitarios para obtener rentas. Como puede colegirse, sólo la capacidad de pago de los clientes puede poner un límite al financiamiento de esta oferta. Dado que la salud es un bien meritorio la oferta de servicios sanitarios seguirá creciendo al ritmo del desarrollo de nuevas capacidades tecnológicas para ofrecer productos relacionados con la salud, donde los límites entre aquellos indispensables para mantener unas condiciones de vida digna y los que solamente aportan confort son difusos  (agravan la situación la protección ante la competencia que abarca muchos sectores de proveedores de bienes sanitarios)  y, en un loop vicioso, cuanto más se pide a los clientes que paguen, más servicios demandan por dichos pagos.

La precaria solución que han encontrado los financiadores ante la insuficiente capacidad de pago de sus clientes ha sido la de emular a los sistemas piramidales, en los que los nuevos ingresantes, jóvenes y sanos y, por lo tanto, muy poco demandantes de servicios de salud pagan por los servicios que reciben los mayores; un esquema inviable ante las crisis económicas y demográficas.

Las soluciones para resolver el dilema de cómo proveer servicios de salud oportunos, de calidad y accesibles para toda la población no se encuentran. La alternativa de la medicina prepaga luce cada vez más como el camino agotado de un modelo que, tal vez, no podía sostenerse.