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viernes, 31 de julio de 2020

Muertos de Miedo


Tengo la hipótesis de que si el brote de la gripe llamada Covid-19 hubiese comenzado  en occidente no se hubiese utilizado el confinamiento de toda la población tal como se globalizó, para contener el avance de la enfermedad.

Según los registros históricos, a falta de otros instrumentos, las cuarentenas fueron las medidas propuestas para mantener a los enfermos separados de los sanos durante las epidemias.

Lo novedoso del tratamiento de la pandemia de Covid-19 es el confinamiento de los sanos., Tal vez la hipótesis sea la de establecer un camouflage lo suficientemente eficaz como para que el virus no nos encuentre y de aburrido se vaya… a otro planeta.

Como sea, en esta oportunidad, fueron los chinos, no sólo los que descubrieron el brote sino los que echaron mano a un confinamiento obligatorio a las ciudades donde el virus fue descubierto, una medida muy apropiada para una sociedad tan falta de apego al valor de la libertad. No debería asombrar a nadie que el estado chino haya sometido a sus normas a toda la población, agregando al confinamiento el rastreo sistemático de las personas y, como pronto veremos, la obligación de utilizar determinada vacuna. Quien sólo tiene un martillo ve a todo el mundo como clavos.

La enfermedad llegó a occidente junto con su remedio, que fue aplicado ampliamente a pesar de su ineficacia y, lo que es peor, de sus vastos efectos adversos.

Para obligarnos a obedecer a los adultos deben aplicársenos dos tratamientos: 1- convertirnos en niños, la edad en la que estábamos habituados a hacerlo o, 2- llevarnos a suspender nuestro juicio recurriendo a nuestros instintos más primitivos de supervivencia.

Los gobiernos que no pudieron encerrar a su población por el peso de su autoridad lo hicieron principalmente atemorizando con datos manipulados, con certezas no comprobadas, con opiniones sesgadas y con una manipulación de la información nunca vista a escala global. Acá una reseña https://www.visionfederal.com/2020/07/26/cuaderno-de-opiniones-covid-19-la-corona-y-el-virus/



No debería decir "Nueve de cada diez familias quieren que vuelvan las clases presenciales"?


Los primeros efectos adversos del remedio de la cuarentena recayeron sobre la economía. En este momento nos encontramos con los primeros datos de la devastadora caída de las principales economías del planeta durante el periodo en que sus países aplicaron la cuarentena. Nunca vamos a conocer una información confiable sobre los países pobres.

El primer efecto adverso del remedio ha sido severo, pero al menos se ha logrado detener la enfermedad… ¿se ha logrado?
Acá, un interesante trabajo acerca de la no correlación entre cuarentena y muertes por Covid-19 https://www.aier.org/article/the-virus-doesnt-care-about-your-policies/

La salud es más importante que la economía! Para algunos sí y para otros no, o no tanto. Ya me he expresado en otros post de este blog al respecto. No hace falta recordar que la pobreza también mata. 

Este informe del Banco Mundial estimaba para el mes de junio de 2020 que habría 71 millones de nuevos pobres https://blogs.worldbank.org/es/datos/estimaciones-actualizadas-del-impacto-del-coronavirus-en-la-pobreza.

Pero ¿qué hay de las otras afecciones a la salud que ha provocado el remedio de la cuarentena?
¿Acaso creemos que sólo los virus nos enferman?

Las modernas neurociencias están corroborando las hipótesis freudianas de hace más de un siglo. No sólo nos enferman los patógenos del Mundo 1 de Popper, sino que también las emociones del Mundo 2 y los pensamientos del Mundo 3 contribuyen o bien a que podamos defendernos o bien a que los gérmenes se hagan un festín con nuestros pobres huesos.
De forma recursiva, somos lo que pensamos, pensamos lo que sentimos y sentimos lo que pensamos. Podemos hacer muchas cosas con la casa que nos regaló la biología, moldearla, mejorarla, embellecerla, maltratarla o destruirla.

El dilema Cuarentena o Muerte es decididamente falso, y no sólo es falso es, además, criminal.

Aún no hay datos, sobre la incidencia de enfermedades cardiovasculares, oncológicas, metabólicas y problemas mentales, sólo por mencionar algunas, que ha provocado el miedo. Acá se puede encontrar un estudio dedicado al tema: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7227556/

Pero a falta de estadísticas valen los testimonios. Entre los que me he ocupado de recoger hay muertos por infartos agudos sin antecedentes que los expliquen, crisis hipertensivas, crisis de angustia, ataques de pánico, violencia doméstica, etc.

Muchos otros efectos adversos los conoceremos con el tiempo. Están profusamente estudiados los efectos del estrés crónico en la salud, como se observa en el gráfico:


Imprudentemente se desprecian las recomendaciones que los médicos nos han dado toda la vida para enfrentar las enfermedades: buena alimentación, buen descanso, actividad física moderada. Todas interrumpidas o limitadas por la cuarentena, sin mencionar los efectos de la falta de contacto físico, sexual y afectivo, que no hay forma de hacer por Zoom. Encerrados, fofos y asustados no es una buena fórmula para enfrentar las infecciones.

La OMS se olvidó de recordar su repetida definición de salud: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

martes, 21 de julio de 2020

Estado y Ciencia: La –no tan- Nueva Inquisición.


Las cartas están echadas. La defensa contra la pandemia de Covid-19 ha sido, a excepción de muy pocos países, liderada por los estados. De Oriente a Occidente ha sido igual. Y no lo ha sido desde las instituciones estatales más próximas a los individuos, ni a los sanos ni a los enfermos ni a los vulnerables. Ha sido desde agencias supra nacionales, encabezados por la OMS, paradigma de la unión Estado-Ciencia. Miles de millones de seres humanos sometimos nuestras vidas estos últimos meses a los designios de un grupo de burócratas que ni siquiera conocemos y que ni siquiera sabían demasiado del fenómeno sobre el que estaban tomando decisiones. De pronto, se nos confiscaron todas nuestras garantías y derechos individuales y nuestra capacidad para decidir nuestros destinos por nosotros mismos, bajo el supuesto de que lo que estaba en juego era demasiado importante para nuestras vidas como para dejar librado a la voluntad de cada uno el comportamiento a seguir para sobrevivir. Había que dejar eso en manos de los expertos. Y en la era moderna, los expertos son los científicos.
El saber lo que se debe hacer unido al poder de obligarnos a hacerlo. La ciencia y el estado.
Hoy podría parecernos absurdo que nuestros antepasados de los siglos XIV y XV atribuyeran a un castigo divino la aparición de la Peste Negra, tanto como que la Santa Inquisición asesinara a todo aquél que pusiera en duda su verdad. ¿Es hoy muy diferente? ¿Se ha roto la alianza entre Verdad y Poder como nos gustaría suponer?

El filósofo Gabriel Zanotti ilustra claramente:
La Ilustración implicó la separación entre Iglesia y estado. Pero unió, sin embargo, el estado a la ciencia. Los estados weberianamente organizados, con racionalidad instrumental, dividieron la educación y la salud entre legal e ilegal. La educación y la salud fueron organizadas desde entonces “científicamente” y convertidas en públicas y obligatorias, y las instituciones privadas de salud y educación tuvieron que estar adscriptas a la legislación estatal. Es necesaria, según Feyerabend, una nueva Ilustración que separe al estado de la ciencia, de tal modo que las personas tomen sus propias decisiones en esas materias y corran sus respectivos riesgos, como ahora lo hacen con la religión. (…)  O sea, se mantuvo esta ecuación casi constante en casi todas las culturas: importante = coactivo. En la Edad Media lo religioso era importante, tan importante que la unidad religiosa formaba parte de la unidad civil. Ahora lo importante es lo científico y por eso forma parte de lo obligatorio, que debe ser custodiado por los estados-nación iluministas.” Ver Punto 6 del cap. 5 de "La hermenéutica como el humano conocimiento" https://gzanotti.blogspot.com/2019/02/hermeneutica-y-la-union-entre-el-estado.html

Pandemia sin fin
Ningún científico serio atina a decir cuándo finalizará la pandemia de covid-19 y muchísimo menos si se darán otras similares. Todos nos preguntamos cuándo volveremos a poder movernos libremente. Mientras tanto, como quien no quiere la cosa, comenzamos a percibir como normales las intromisiones a la vida privada como los sistemas de seguimiento de nuestros movimientos y contactos con otras personas, el acceso a nuestros movimientos de dinero, a nuestros hábitos de consumo y a nuestras opiniones en las redes sociales.
Se sigue investigando aceleradamente –salteando las etapas convencionales- en la producción de una vacuna para protegernos de este coronavirus, que mutará o tendrá pronto algún pariente. Y los científicos sugerirán que todos deberemos comprar las vacunas de Bill Gates o de otros, que nadie sabe si impedirá que nos enfermemos pero que estaremos obligados a inocularnos como salvoconducto para transitar, para entrar a un club o a un cine o para conseguir un empleo.

La nueva normalidad no será ni tan nueva ni tan normal.

El presidente argentino Alberto Fernández ha dicho que “sin vida no hay libertad”. Lo importante, entonces, es la vida, aquella que los estados y los científicos estarían en condiciones de garantizar, aunque hayan errado sus pronósticos catastróficos y devastado la economía de millones de familias con sus medidas.

La verdad es peligrosa si no es hija de la libertad.
La libertad… la libertad es sólo un lujo.

jueves, 9 de julio de 2020

¿Quién salva al estado?


Como todas las personas, tengo mis días. Cuando me levanto optimista creo que la Argentina es un país al borde del colapso y cuando me levanto pesimista creo que ya no tiene ninguna posibilidad de arreglo.

Aunque lo parezca, no se trata sólo de una forma de decir, es un enunciado científico: “Un país al borde del colapso” requiere explicar qué es un país, qué es un borde y qué es un colapso.
Un país es un conjunto de normas jurídico administrativas que regulan la vida de una población dentro de un límite territorial. De modo que para que pueda decirse de una entidad que es un país debe haber una población que respete esas normas y una autoridad efectiva que las haga cumplir dentro de sus fronteras.
Cualquiera podrá advertir que el cumplimiento de las normas admite un amplio rango de matices. Uno se da cuenta que entró a algún país cuando en las fronteras le es requerida una identificación, para lo cual su propio país de origen tiene que haber emitido una. Es una cuestión sencilla, como la de ver una bandera ondeando.
En otras ocasiones no es tan simple. Cuando una persona está encarcelada por robar un celular y otra está libre habiendo robado varios millones de dólares, o cuando alguien es perseguido por la Agencia de Recaudación por cambiar su moneda por dólares mientras que otros compran empresas con el dinero de la Agencia de Recaudación sin sufrir ningún sobresalto uno puede llegar a dudar si se encuentra adentro de un país o de alguna otra cosa que habrá que definir qué es.
Lo que he leído sobre la historia de la Argentina me permite conjeturar que, en todo caso, a duras penas este territorio puede ser considerado un país. Desde la declaración de la independencia se ha luchado para establecer las fronteras y establecer normas aplicables en todo el territorio a todas las personas por igual. La Constitución Nacional de 1853 y el proyecto de la Generación del '37 fue tal vez el intento más serio por conseguirlo.
Mi discutible opinión es que lo más parecido que fuimos a un país se produjo con el experimento fascistoide conducido por Perón.
Su proyecto de una sociedad organizada por las corporaciones, todas dirigidas por un estado omnipresente y eficaz fue el intento que estuvo más cerca de lograr la ansiada organización de nuestra sociedad.
Ya sabemos que por defectos intrínsecos al fascismo y porque el mundo tomó el rumbo hacia una apertura a la que el peronismo le dio la espalda, este intento fracasó. Desde el final del primer gobierno de Perón, la Argentina se desliza por un tobogán sin fin.
El todopoderoso estado peronista dejó de ser, si alguna vez lo fue, el ordenador de la vida social. Lenta y persistentemente el estado argentino se fue transformando en el coto de caza de diversas mafias que se han ido apropiando de los sellos estatales para hacer sus negocios particulares.
Ningún organismo del poder ejecutivo escapa de la agresión mafiosa, no importa el área que se mire, sea la obra pública, la salud o la educación. La disputa entre facciones se resuelve multiplicando las dependencias, aumentando el gasto público y creando regulaciones para asegurarse el botín.
Los otros poderes de la supuesta república no escapan de la debacle. Los legisladores son levantamanos que se venden al mejor postor y la justicia, último bastión del derecho de los ciudadanos, ha sido cooptada por jueces venales, nombrados justamente porque son fácilmente corruptibles.
No hay funcionario público de jerarquía que pueda justificar su nivel de vida con el ingreso que percibe por ejercer su función. Toda la población lo sabe y mira distraído para otro lado como el perro al que le están robando un hueso.
El producto de esta decadencia es el repetido default en todas las áreas: el estado no paga sus deudas, se roba el dinero de los jubilados, no realiza las obras que enuncia, los asentamientos irregulares miserables y el narcotráfico proliferan y no se protege la vida de las personas. Cada vez son menos los que pagan impuestos y los que producen algo. Los argentinos que pueden se llevan sus ahorros y también sus cuerpos a otra parte.
Nada de toda esta abyecta realidad puede ser disimulada con los artilugios lingüísticos políticamente correctos y el lenguaje inclusivo, absurdos entretenimientos para no mirarse en el espejo.
Los liberales preferimos un estado lo más pequeño posible porque aprendimos que cuanto más grande es el estado más peligroso puede ser para los individuos. Pero sin un estado que sea capaz de cumplir con su obligación de garantizar la igualdad de derechos para todos los ciudadanos no habrá nación sobre la cual asentar el progreso. Antes que atacar constantemente al estado bien haríamos si nos dedicáramos a construirlo.
Una estructura colapsa cuando ya no tiene posibilidad de reconstruirse. El país que llamamos Argentina está a punto de colapsar, o tal vez ya haya colapsado.
Lo veo de una u otra manera según me sienta optimista o pesimista. Depende de cómo haya dormido.