Como todas las personas, tengo
mis días. Cuando me levanto optimista creo que la Argentina es un país al borde
del colapso y cuando me levanto pesimista creo que ya no tiene ninguna
posibilidad de arreglo.
Aunque lo parezca, no se trata
sólo de una forma de decir, es un enunciado científico: “Un país al borde del
colapso” requiere explicar qué es un país, qué es un borde y qué es un colapso.
Un país es un conjunto de normas
jurídico administrativas que regulan la vida de una población dentro de un
límite territorial. De modo que para que pueda decirse de una entidad que es un
país debe haber una población que respete esas normas y una autoridad efectiva
que las haga cumplir dentro de sus fronteras.
Cualquiera podrá advertir que el
cumplimiento de las normas admite un amplio rango de matices. Uno se da cuenta
que entró a algún país cuando en las fronteras le es requerida una
identificación, para lo cual su propio país de origen tiene que haber emitido
una. Es una cuestión sencilla, como la de ver una bandera ondeando.
En otras ocasiones no es tan simple.
Cuando una persona está encarcelada por robar un celular y otra está libre
habiendo robado varios millones de dólares, o cuando alguien es perseguido por
la Agencia de Recaudación por cambiar su moneda por dólares mientras que otros
compran empresas con el dinero de la Agencia de Recaudación sin sufrir ningún
sobresalto uno puede llegar a dudar si se encuentra adentro de un país o de
alguna otra cosa que habrá que definir qué es.
Lo que he leído sobre la historia
de la Argentina me permite conjeturar que, en todo caso, a duras penas este
territorio puede ser considerado un país. Desde la declaración de la
independencia se ha luchado para establecer las fronteras y establecer normas
aplicables en todo el territorio a todas las personas por igual. La
Constitución Nacional de 1853 y el proyecto de la Generación del '37 fue tal
vez el intento más serio por conseguirlo.
Mi discutible opinión es que lo
más parecido que fuimos a un país se produjo con el experimento fascistoide conducido
por Perón.
Su proyecto de una sociedad
organizada por las corporaciones, todas dirigidas por un estado omnipresente y
eficaz fue el intento que estuvo más cerca de lograr la ansiada organización de
nuestra sociedad.
Ya sabemos que por defectos
intrínsecos al fascismo y porque el mundo tomó el rumbo hacia una apertura a la
que el peronismo le dio la espalda, este intento fracasó. Desde el final del
primer gobierno de Perón, la Argentina se desliza por un tobogán sin fin.
El todopoderoso estado peronista
dejó de ser, si alguna vez lo fue, el ordenador de la vida social. Lenta y
persistentemente el estado argentino se fue transformando en el coto de caza de
diversas mafias que se han ido apropiando de los sellos estatales para hacer
sus negocios particulares.
Ningún organismo del poder
ejecutivo escapa de la agresión mafiosa, no importa el área que se mire, sea la
obra pública, la salud o la educación. La disputa entre facciones se resuelve
multiplicando las dependencias, aumentando el gasto público y creando
regulaciones para asegurarse el botín.
Los otros poderes de la supuesta
república no escapan de la debacle. Los legisladores son levantamanos que se
venden al mejor postor y la justicia, último bastión del derecho de los
ciudadanos, ha sido cooptada por jueces venales, nombrados justamente porque
son fácilmente corruptibles.
No hay funcionario público de
jerarquía que pueda justificar su nivel de vida con el
ingreso que percibe por ejercer su función. Toda la población lo sabe y mira
distraído para otro lado como el perro al que le están robando un hueso.
El producto de esta decadencia es
el repetido default en todas las áreas: el estado no paga sus deudas, se roba
el dinero de los jubilados, no realiza las obras que enuncia, los asentamientos
irregulares miserables y el narcotráfico proliferan y no se protege la vida de
las personas. Cada vez son menos los que pagan impuestos y los que producen
algo. Los argentinos que pueden se llevan sus ahorros y también sus cuerpos a
otra parte.
Nada de toda esta abyecta
realidad puede ser disimulada con los artilugios lingüísticos políticamente
correctos y el lenguaje inclusivo, absurdos entretenimientos para no mirarse en
el espejo.
Los liberales preferimos un
estado lo más pequeño posible porque aprendimos que cuanto más grande es el
estado más peligroso puede ser para los individuos. Pero sin un estado que sea
capaz de cumplir con su obligación de garantizar la igualdad de derechos para
todos los ciudadanos no habrá nación sobre la cual asentar el progreso. Antes
que atacar constantemente al estado bien haríamos si nos dedicáramos a
construirlo.
Una estructura colapsa cuando ya
no tiene posibilidad de reconstruirse. El país que llamamos Argentina está a
punto de colapsar, o tal vez ya haya colapsado.
Lo veo de una u otra manera según me sienta
optimista o pesimista. Depende de cómo haya dormido.
Si tenemos en cuenta que el estado somos nosotros, seremos nosotros quienes nos salvemos como Estado...
ResponderEliminarLeyendo opinones como la tuya encuentro que somos muchos los argentinos que coincidimos en el diagnostico del derrotero argentino. La corrupcion de la clase política que ha convertido al estado en un cáncer.
Muy bueno tu artículo
Gracias!
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