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miércoles, 22 de noviembre de 2017

La Solución Final para los Jubilados.

Crónica de la estafa más popular. Por Dardo Gasparré.

https://www.elobservador.com.uy/la-solucion-final-los-jubilados-n1144074

domingo, 19 de noviembre de 2017

Pactos Diabólicos




Resultado de imagen para macri acuerda con gobernadoresFoto web site Urgente 24










“El Estado es libre en cuanto no depende del extranjero, pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto. El Estado es libre en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos, pero sus individuos no lo son, porque el gobierno les tiene todas sus libertades”.
 Juan Bautista Alberdi.

"Si no estás en la mesa, estás en el menú".
 Willy Kohan.



No tengo por costumbre participar en reuniones con políticos, no obstante, en el otoño de 2015 asistí a una reunión donde se presentaba la actual gobernadora de la Provincia de Buenos Aires María Eugenia Vidal. Entre unas cuarenta personas se presentaba para explicar sus ideas y hacerse conocer entre los ciudadanos de la provincia en la que nunca había participado en política. Creo que ninguno de los que allí estaban pensaba en ese momento que pudiera convertirse unos meses más tarde en la gobernadora del distrito más importante y problemático del país y, menos aún, que a dos años de asumir lideraría el gobierno de la forma en que lo hace.
Aunque también pensaba que era muy improbable que se alzara con el cargo (en ese momento el PRO no era aún parte de Cambiemos y se especulaba que Macri pactaría un acuerdo con Massa y que el candidato a gobernador sería alguien con mayor peso) quise probar sus ideas con una pregunta que me parece esencial frente a cualquier político: 

¿cuánto espacio dejarán para mi libertad?

Planteada en términos que cualquiera de ellos puede entender se traduce en -¿Cuál es la carga fiscal que el PRO considera adecuada?
- No hemos hecho ese cálculo. Respondió.

Y me di cuenta que es una pregunta que nunca había escuchado, no de parte del público sino, lo que es peor, en las reuniones de su partido.
Ese día perdí la esperanza de que el futuro podría cambiar para el país en el sentido que yo esperaba que cambie.

Como muchos, me alegré de que Cambiemos se formara y lo apoyé en las sucesivas elecciones. Porque su gobierno aleja del poder a la asociación ilícita que dejó el gobierno de la Argentina en 2015.

El proyecto de Cambiemos se presentó a cara lavada durante la semana que acaba de terminar.

Como al kirchnerismo, le llevó dos años diseñar su estrategia de poder, que en la jerga de los políticos se llama construir gobernabilidad, y para nosotros, los que no pertenecemos a su casta, interpretamos como la construcción de alianzas con los sectores de la sociedad que le permitirán conseguir las mayorías necesarias para determinar quién sale beneficiado y quién perjudicado por sus intervenciones y cuáles son los espacios de libertad que poseeremos para gozar del fruto de nuestro trabajo y construir nuestro porvenir.

El kircherismo en 2003 no se jactó del default, se ocupó de mostrarse austero y expiar las culpas de la Argentina ante una nueva afrenta al mundo civilizado, se obsesionó por mantener superavits gemelos, abrió las puertas del poder a expresiones del progresismo más allá de los límites del peronismo, prometió un "país con buena gente" para recuperar el apoyo de las conciencias de las clases medias culposas por el 40% de pobres que había en la Argentina, permitió un amplio pluralismo en la prensa y se preocupó por reconstruir el poder de las corporaciones industriales y sindicales. Muy pocos veían en Néstor Kirchner un líder autoritario, pese a sus antecedentes como gobernador de Santa Cruz. Se consideraba parte de la pintoresca picardía criolla su discurso antiimperialista mientras palmeaba la rodilla de George Bush hijo diciéndole que no se preocupara por lo que decía sino por lo que hacía, y que él sabía cómo contener el avance de Hugo Chavez.

Nadie sintió preocupación cuando afirmó que "un poco de inflación no está mal" o cuando en una conferencia de prensa fustigó a un periodista preguntándole para qué medio trabajaba frente a una pregunta inconveniente.

Para 2006, el kirchnerismo había construido su gobernabilidad. Había logrado conquistar "la caja" con la concentración casi completa de los fondos públicos, cumpliendo la sentencia de su líder sobre la relación del dinero con la política y dándole forma a un proyecto de poder ambiciosamente eterno con la sucesivas elecciones entre marido y mujer.

¿Qué hizo la sociedad mientras tanto? Se dedicó a disfrutar del bufffet froid del banquete populista sin echar un vistazo a la cocina donde caminaban las cucarachas, jactándose del asombroso poder de resilencia de nuestra gran nación.

Hay muchos puntos de coincidencia en el arribo al poder entre Néstor Kirchner y Mauricio Macri para el que los quiera ver.

Ambos se presentaron a sus cargos con discursos y gestos conciliatorios, como haría todo político consciente de su situación. Hasta el todopoderoso Perón se puso el traje de león herbívoro cuando le resultó útil.

En la semana que acaba de concluir, Cambiemos, o el macrismo (aún no decido cómo llamar a este gobierno) mostró sus cartas. Mientras dedicó dos años a limpiar el salón y reordenar los muebles luego de la fiesta dionisíaca, sintió que luego del apoyo logrado en las últimas elecciones legislativas su momento había llegado.
Y nos mostró sus pactos. Apuntan a reconstruir la economía de su base de apoyo luego de que el proyecto populista se consumiera todos los stocks, favoreciendo los flujos de fondos para construir una base de riqueza. Pero de ninguna manera las reformas anunciadas devuelven el poder a la sociedad civil, lo que equivaldría a bajar drásticamente el peso del estado en la economía, en su lugar, se propone realizar un reordenamiento de las cargas fiscales promoviendo la rebaja de algunos de los impuestos que gravan la producción para compensar la rebaja con la suba de los que castigan al patrimonio.
Para conseguir el apoyo de los gobernadores opositores se les devuelve parte del manejo de la caja con el acuerdo extrajudicial que implica el retiro de sus demandas ante la justicia.
Se acuerda con las cúpulas sindicales la continuidad de la legislación laboral fascista y la garantía de que sus cajas no serán tocadas.
El cambio gatopardista asegura su aprobación en el congreso sin apuros.
La Justicia nota el corto alcance que tendrá el nuevo orden y se entrega al espectáculo de entregar a los chivos expiatorios a la sociedad, que los espera con ansiedad para redimirse del pecado de haber sucumbido al populismo. Cuesta poco mandar a algunos a la hoguera, sobre todo si lo tienen bien merecido, a cambio de reconciliarse con adversarios, amigos y familiares.

Nos disponemos a darnos un baño, renovar el guardarropa, tomar nuestra mejor lapicera y firmar nuevos pactos diabólicos, convencidos de que es lo mejor que podemos hacer en estas circunstancias.

Mientras, dejamos nuestros sueños y el futuro de nuestros hijos para más adelante.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Por qué no sirve una Agencia de Evaluación de Tecnologías Sanitarias para bajar el gasto en salud.



En primer lugar, debemos entender por qué sube el gasto en salud. La respuesta es sencilla: porque se amplía la oferta de bienes y servicios sanitarios, lo que no es malo en sí mismo. También sube el gasto en turismo y a nadie le preocupa.
La particularidad del gasto en salud es que sube más que la capacidad de la demanda que, recordémoslo, consta de dos elementos:  1-necesidad o deseo y 2- capacidad de pago.
Puesto que los humanos no somos ni invulnerables ni inmortales, la necesidad o el deseo de recibir servicios de salud es infinita; por lo tanto es la capacidad de pagar por los servicios lo que limita la capacidad de demanda. Hasta aquí, nada diferente a otros bienes económicos.
La salud es, tal vez, luego de la alimentación y el abrigo, un bien esencial para la humanidad. Por lo tanto, existen situaciones donde el riesgo de perder la vida les otorga un valor que tiende a infinito a los servicios de salud que prometen resolver el problema.
Ante a la incertidumbre de enfermar y por el alto precio de los servicios que pueden resolver situaciones extremas, la respuesta que ha surgido es la acción empresarial de creación de los seguros. O bien porque uno mismo no tiene tanta capacidad de ahorro como para autoasegurarse o bien porque prefiere transferir el riesgo a quienes están dispuestos a asumirlo a cambio de una prima.
Seguros privados, mutuales u obras sociales gremiales han sido respuestas privadas satisfactorias, sometidas a la competencia del mercado. Mientras estos esquemas se mantuvieron libres no se han manifestado los problemas de costos que hoy nos preocupan.
En efecto, la oferta de servicios de salud se hallaba contenida por la capacidad de pago de los consumidores.
Pero esta situación de equilibrio se modificó a partir de la introducción de las regulaciones específicas impuestas al sector.
La primera de ellas, y la de mayor importancia, es la interpretación del derecho a la salud como un derecho positivo, es decir, que obliga a otros a satisfacer las propias necesidades de salud.
De ella se han derivado innumerables regulaciones que obligan a los seguros de salud a cubrir prácticamente todos los servicios ofrecidos, sin tener en cuenta circunstancias como enfermedades existentes previamente a la suscripción de los contratos, o si las prácticas requeridas fueron o no contratadas con el seguro, o si están contempladas en las normas que regulan la canasta de prestaciones.
A todo ello se adiciona la regulación que establece el control de precios sobre los seguros. Y en caso de no existir esta regulación, los precios subirían tanto que dejarían a gran cantidad de pobladores sin esa protección. Situación bien ilustrada en el fracaso del Obamacare.
De este modo, con una demanda asegurada, ha crecido velozmente la oferta de servicios de salud, pues ya no existen los límites que impone la capacidad de pago.
Como puede suponerse, esta situación conduce al quebranto de las organizaciones aseguradoras.

En este escenario surge el planteo de la creación de una Agencia oficial de Evaluación de Tecnologías Sanitarias, como un modo de contener la oferta de servicios; por ello se pretende incluir entre sus atribuciones el carácter vinculante de sus fallos frente a las demandas judiciales presentadas por los consumidores de los servicios de salud. Algo que un novel  estudiante de derecho sabe que es inviable.
Cualquier persona que se haya interesado por la actividad de las agencias de evaluación de tecnologías sanitarias sabe de lo compleja que resulta. En efecto, el propósito de las agencias es encontrar evidencia científica sobre la eficacia y la efectividad de los bienes y servicios sanitarios que se utilizan, tarea para la cual se requiere una gran cantidad de recursos para seleccionar a los sujetos de las pruebas, seguir los resultados en el tiempo y contar con pruebas de rigor científico incontestables, provistas por estudios libres de toda sospecha de conflictos de interés con actores interesados en el sistema de salud.
Se encuentra en estas condiciones un pequeño número de islas de evidencia navegando en un océano de intervenciones sanitarias sólo sustentadas en pruebas empíricas obtenidas sin ninguno o sólo con una parte de los requisitos antedichos.
Claro que si sólo estuvieran aceptadas intervenciones que cuentan con la aptitud de prueba de evidencia muchas vidas se habrían perdido o estarían sujetas a condiciones de padecimiento evitables, por lo que resulta inconveniente limitar las prestaciones sanitarias a las que cuenten con evidencia de su eficacia o efectividad.
Además, ¿por qué creer que los evaluadores, por más que no posean conflicto de intereses, serían infalibles? Después de todo, también son seres humanos. Tampoco la verdad científica es una verdad absoluta, como se ocupan de estudiar los epistemólogos de la ciencia.
Ante este escenario, es errado pretender que una sola agencia de evaluación pueda desarrollar semejante tarea y no caer en los defectos de los que todo monopolio adolece.
Por el contrario, si en verdad se quisiera contar con los servicios de las agencias evaluadoras, debería fomentarse la competencia más amplia posible entre ellas. Así, serían los mismos aseguradores que mostrarían como ventaja comparativa para ofrecer a sus clientes su acreditación frente a esas agencias, y los consumidores estarían protegidos y conscientes de los productos que contratan; al menos hasta el grado de perfección que se pueda ir alcanzando y dentro de los límites que la imperfección humana nos impone.
En todo caso, para esto sirven las agencias de evaluación, para intentar acercarse a la verdad científica de las intervenciones sanitarias. De ningún modo su actividad puede ser utilizada como un mecanismo de control de precios de los servicios sin caer en graves equivocaciones o en simples hechos de corrupción.
Entiendo que, a esta altura, he cumplido con la promesa efectuada en el título. Dicho esto, uno puede preguntarse por qué se insiste con esta iniciativa.
En voz baja, se me ocurren dos alternativas. La primera es que se intenta poner un parche a una legislación que en materia de derechos de salud y de regulaciones hace más agua que el Titanic luego del choque con el iceberg y nadie se anima a modificar por la cantidad de voluntades con las que hay que contar para hacerlo.
La otra alternativa, sin excluir la primera, es que se crea con este ente un ámbito de negociación permanente por los multimillonarios fondos de salud entre la corporación sindical y el gobierno.
Y, además, como ocurre con todos los monopolios, algunos medrarán con los negocios que se generen por los resultados de las evaluaciones.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Secesiones II. La política.



Hubo un momento situado entre los siglos XVI o XVII en que surgieron los estados-nación y se fueron formando los países como los conocemos hoy, con sus fronteras políticas bien delimitadas en la mayoría de los casos. Ya no quedan en el mundo tierras por colonizar. El que no esté conforme con su vida en un país no encontrará sitio, por inhóspito que sea, que no pertenezca a algún país y deba someterse al orden político establecido. Algunos están pensando en colonizar otros planetas, otros el mar, pero todavía ni siquiera son una línea de vanguardia.
Desde aquellos siglos de su formación, los estados, conducidos por monarcas o por gobiernos elegidos por diversas formas de democracia han ido creciendo en influencia en la vida de las personas. Tal vez, el paroxismo del poder estatal se vio reflejado en el siglo XX con las dos peores guerras sufridas por la humanidad. Dos guerras entre estados.
Lejos de lo que podríamos suponer luego de tan terribles eventos, el estado en lugar de retraer su participación en la vida de la comunidad la ha ido ampliando cada vez más. La no muy precisa medición del PBI de cada país nos da una pauta de esa participación. En la actualidad, el gasto estatal oscila entre el 40% y el 60% del gasto de los países de la OCDE, una cifra que hasta el monarca más despótico de hace no más de dos siglos hubiese envidiado.
Como todos sabemos, el estado no produce nada, todo lo que consume lo obtiene de los impuestos que recauda (las alternativas de la emisión de moneda y de endeudamiento son impuestos diferidos), de modo que lo que gasta es en mérito de haber sido extraído al resto de la sociedad.
Los estados que habían llevado a sus sociedades a guerras que destruyeron casi toda la prosperidad producida por sus sociedades lograron convencer a la población de que eran ellos mismos quienes iban a devolverle el bienestar soñado y antes disfrutado. No importa quién pagaría por ello, todos creyeron en las promesas de sus gobiernos de que les sería devuelto y multiplicado lo perdido. De oriente a occidente se consolidó el intervencionismo estatal, con una constante, cuanto más intervención más pobreza y sometimiento. Sólo las sociedades muy productivas pudieron soportar el peso de sus estados. El estancamiento que evidencian en los últimos años denota que ya tampoco pueden hacerlo.
Como sea, gran parte de la humanidad hoy cree que la producción de bienes como la vivienda, la salud, la educación y la protección de los ancianos es tarea del estado. Otra buena parte también justifica la presencia del estado en el comercio, en la construcción de infraestructura, en la producción de energía, alimentos y muchas cosas más.
Desde su origen como protector de las libertades individuales, como podía esperarse de quien se arrogara el monopolio de la coerción, el estado ha evolucionado primero hacia su función como productor y, desde lo que podemos ubicar en una línea de tiempo a partir de la Segunda Guerra Mundial, como distribuidor de la riqueza producida por los individuos, para lo cual no sólo recauda impuestos que gasta en los que mal llama bienes públicos, pues no lo son, sino que mediante sus políticas de reparto de privilegios premia o castiga a la sociedad de acuerdo a criterios políticos, tecnocráticos o simplemente arbitrarios. (Ver http://institutoacton.org/2015/12/28/las-tres-etapas-del-avance-del-estado-gabriel-zanotti/)
Merced a la acumulación de funciones los estados son cada vez más grandes. Qué significa que son más grandes? En primer lugar, que deben recaudar cada vez más impuestos para sostener sus actividades. En segundo lugar, significa que es cada vez mayor su estructura burocrática -y todos sabemos lo difícil que es desprenderse de un puesto de trabajo una vez que es creado, su ocupante encontrará muchas razones para justificar la importancia de su actividad- que se lleva una gran parte de los recursos que debieran destinarse a los mentados bienes públicos.
Se ha hecho célebre la sentencia de Frederic Bastiat de que "el estado es la ilusión que todos tenemos de vivir del esfuerzo de los demás". En una entrada anterior -https://elpeldanio.blogspot.com.ar/2017/10/secesiones.html- hemos explorado la idea de que nuestros instintos tribales que favorecen la integración grupal como medio de asegurar la supervivencia de la especie. En el plano racional cabe preguntarnos cuál es el límite de tolerancia del crecimiento del estado? Hasta dónde una sociedad tolera que la burocracia estatal extraiga el producto de su trabajo? Hasta dónde tolera que le sea prescripto qué cosas aprender o qué productos consumir? Cómo justifica que en nombre de ayudar a los desfavorecidos el estado gaste en cosas como subsidiar a la producción de películas u organización de eventos artísticos, o que se condicione la libertad de expresión mediante el subsidio a medios de comunicación o se acepte que los funcionarios deban trasladarse en aviones privados, helicópteros o autos con chofer?
Al Pacino, en una gran interpretación del mismo Diablo, dice en la película El Abogado del Diablo que "el gran truco del Diablo es hacerle creer a la humanidad que no existe". Modestamente, yo diría que el gran truco del estado es hacerle creer a la humanidad que sin él no puede sobrevivir ni prosperar.
El estado ha sabido alimentar la ilusión definida por Bastiat. Nos resulta difícil saber si cada uno de nosotros es un consumidor o un contribuyente neto de bienes públicos. Casi todos, de uno u otro modo recibimos un cheque del estado cada mes.
Para los que han hecho las cuentas y notan que cada vez hay menos contribuyentes netos pues las cargas fiscales son cada vez mayores y se animan a protestar contra este estado de cosas el estado dispone de herramientas comunicacionales para criminalizar la desigualdad o la defensa del patrimonio privado. Por eso, ya no se combate al capitalismo por su tendencia a generar pobreza -falacia derrotada hace bastante tiempo- sino por su tendencia a producir desigualdad, idea que Thomas Piketty ha explotado para enriquecerse desigualmente. Como los buenos luchadores de judo, el estado ha transformado su debilidad en fortaleza, justificando la persecución a quienes se atreven a ser exitosos sin su ayuda. Un rico en occidente tiene una imagen pública peor que la de un ladrón. Los países que no castigan la riqueza con impuestos reciben el mote de paraísos fiscales y son acusados de refugiar delincuentes.
Me queda para una próxima investigación la tarea de comprender la función social de la envidia, sin la cual no puedo comprender cómo toleramos los argumentos en favor del crecimiento del estado pese a sus malos resultados.
Son los malos resultados que muestran los estados respecto de su promesa de repartir bienestar para todos los que han despertado en muchos en occidente (porque en Oriente todavía no están consolidados los estados-nación) la idea de secesión.
No es fácil sostener estados cuya carga fiscal supera el 50% del PIB y desean permanecer dentro de un orden institucional. Algunos estados se inclinan hacia el totalitarismo para defender sus privilegios, no ya con la razón sino con la violencia.
Cómo se hace para defender la idea de que el estado nos provee de seguridad y defensa cuando se multiplican los actos terroristas? O que nos provee de educación pública cuando los jóvenes no aprenden lo suficiente para conseguir empleo? O cuando los hospitales públicos dan servicios vergonzosos? O que ya los fondos de pensiones no nos pueden asegurar una vejez sin pobreza?
La gran capacidad para recaudar impuestos y regular la vida de las personas no se traduce en los beneficios esperados para ellas.
En este contexto aparecen las ideas de secesión. En la mayoría de los casos no se trata de propuestas que devuelvan libertades y responsabilidades a las personas y retraigan el peso del estado sino aquellas que apelan a lo tribal, a los nacionalismos más retrógrados que sólo buscan como solución reemplazar una burocracia por otra, como si se tratara sólo de un problema de eficiencia.