En primer lugar, debemos entender
por qué sube el gasto en salud. La respuesta es sencilla: porque se amplía la
oferta de bienes y servicios sanitarios, lo que no es malo en sí mismo. También
sube el gasto en turismo y a nadie le preocupa.
La particularidad del gasto en
salud es que sube más que la capacidad de la demanda que, recordémoslo, consta
de dos elementos: 1-necesidad o deseo y
2- capacidad de pago.
Puesto que los humanos no somos
ni invulnerables ni inmortales, la necesidad o el deseo de recibir servicios de
salud es infinita; por lo tanto es la capacidad de pagar por los servicios lo
que limita la capacidad de demanda. Hasta aquí, nada diferente a otros bienes
económicos.
La salud es, tal vez, luego de la
alimentación y el abrigo, un bien esencial para la humanidad. Por lo tanto,
existen situaciones donde el riesgo de perder la vida les otorga un valor que
tiende a infinito a los servicios de salud que prometen resolver el problema.
Ante a la incertidumbre de
enfermar y por el alto precio de los servicios que pueden resolver situaciones
extremas, la respuesta que ha surgido es la acción empresarial de creación de
los seguros. O bien porque uno mismo no tiene tanta capacidad de ahorro como
para autoasegurarse o bien porque prefiere transferir el riesgo a quienes están
dispuestos a asumirlo a cambio de una prima.
Seguros privados, mutuales u
obras sociales gremiales han sido respuestas privadas satisfactorias, sometidas
a la competencia del mercado. Mientras estos esquemas se mantuvieron libres no
se han manifestado los problemas de costos que hoy nos preocupan.
En efecto, la oferta de servicios
de salud se hallaba contenida por la capacidad de pago de los consumidores.
Pero esta situación de equilibrio
se modificó a partir de la introducción de las regulaciones específicas
impuestas al sector.
La primera de ellas, y la de
mayor importancia, es la interpretación del derecho a la salud como un derecho
positivo, es decir, que obliga a otros a satisfacer las propias necesidades de
salud.
De ella se han derivado
innumerables regulaciones que obligan a los seguros de salud a cubrir
prácticamente todos los servicios ofrecidos, sin tener en cuenta circunstancias
como enfermedades existentes previamente a la suscripción de los contratos, o
si las prácticas requeridas fueron o no contratadas con el seguro, o si están
contempladas en las normas que regulan la canasta de prestaciones.
A todo ello se adiciona la
regulación que establece el control de precios sobre los seguros. Y en caso de
no existir esta regulación, los precios subirían tanto que dejarían a gran
cantidad de pobladores sin esa protección. Situación bien ilustrada en el
fracaso del Obamacare.
De este modo, con una demanda
asegurada, ha crecido velozmente la oferta de servicios de salud, pues ya no
existen los límites que impone la capacidad de pago.
Como puede suponerse, esta
situación conduce al quebranto de las organizaciones aseguradoras.
En este escenario surge el planteo de la creación de una Agencia oficial de Evaluación de Tecnologías Sanitarias, como un modo de contener la oferta de servicios; por ello se pretende incluir entre sus atribuciones el carácter vinculante de sus fallos frente a las demandas judiciales presentadas por los consumidores de los servicios de salud. Algo que un novel estudiante de derecho sabe que es inviable.
Cualquier persona que se haya
interesado por la actividad de las agencias de evaluación de tecnologías
sanitarias sabe de lo compleja que resulta. En efecto, el propósito de las
agencias es encontrar evidencia científica sobre la eficacia y la efectividad
de los bienes y servicios sanitarios que se utilizan, tarea para la cual se
requiere una gran cantidad de recursos para seleccionar a los sujetos de las
pruebas, seguir los resultados en el tiempo y contar con pruebas de rigor
científico incontestables, provistas por estudios libres de toda sospecha de
conflictos de interés con actores interesados en el sistema de salud.
Se encuentra en estas
condiciones un pequeño número de islas de evidencia navegando en un océano de
intervenciones sanitarias sólo sustentadas en pruebas empíricas obtenidas sin
ninguno o sólo con una parte de los requisitos antedichos.
Claro que si sólo estuvieran
aceptadas intervenciones que cuentan con la aptitud de prueba de evidencia
muchas vidas se habrían perdido o estarían sujetas a condiciones de
padecimiento evitables, por lo que resulta inconveniente limitar las
prestaciones sanitarias a las que cuenten con evidencia de su eficacia o
efectividad.
Además, ¿por qué creer que los
evaluadores, por más que no posean conflicto de intereses, serían infalibles?
Después de todo, también son seres humanos. Tampoco la verdad científica es una
verdad absoluta, como se ocupan de estudiar los epistemólogos de la ciencia.
Ante este escenario, es errado
pretender que una sola agencia de evaluación pueda desarrollar semejante tarea
y no caer en los defectos de los que todo monopolio adolece.
Por el contrario, si en verdad se
quisiera contar con los servicios de las agencias evaluadoras, debería
fomentarse la competencia más amplia posible entre ellas. Así, serían los
mismos aseguradores que mostrarían como ventaja comparativa para ofrecer a sus
clientes su acreditación frente a esas agencias, y los consumidores estarían
protegidos y conscientes de los productos que contratan; al menos hasta el
grado de perfección que se pueda ir alcanzando y dentro de los límites que la
imperfección humana nos impone.
En todo caso, para esto sirven
las agencias de evaluación, para intentar acercarse a la verdad científica de
las intervenciones sanitarias. De ningún modo su actividad puede ser utilizada
como un mecanismo de control de precios de los servicios sin caer en graves equivocaciones
o en simples hechos de corrupción.
Entiendo que, a esta altura, he
cumplido con la promesa efectuada en el título. Dicho esto, uno puede
preguntarse por qué se insiste con esta iniciativa.
En voz baja, se me ocurren dos
alternativas. La primera es que se intenta poner un parche a una legislación
que en materia de derechos de salud y de regulaciones hace más agua que el
Titanic luego del choque con el iceberg y nadie se anima a modificar por la
cantidad de voluntades con las que hay que contar para hacerlo.
La otra alternativa, sin excluir
la primera, es que se crea con este ente un ámbito de negociación permanente
por los multimillonarios fondos de salud entre la corporación sindical y el
gobierno.
Y, además, como ocurre con todos
los monopolios, algunos medrarán con los negocios que se generen por los
resultados de las evaluaciones.
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