“El Estado es libre en cuanto no depende del extranjero, pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto. El Estado es libre en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos, pero sus individuos no lo son, porque el gobierno les tiene todas sus libertades”.
Juan Bautista Alberdi.
"Si no estás en la
mesa, estás en el menú".
Willy Kohan.
No tengo por costumbre participar
en reuniones con políticos, no obstante, en el otoño de 2015 asistí a una
reunión donde se presentaba la actual gobernadora de la Provincia de Buenos
Aires María Eugenia Vidal. Entre unas cuarenta personas se presentaba para
explicar sus ideas y hacerse conocer entre los ciudadanos de la provincia en la
que nunca había participado en política. Creo que ninguno de los que allí
estaban pensaba en ese momento que pudiera convertirse unos meses más tarde en
la gobernadora del distrito más importante y problemático del país y, menos
aún, que a dos años de asumir lideraría el gobierno de la forma en que lo hace.
Aunque también pensaba que era
muy improbable que se alzara con el cargo (en ese momento el PRO no era aún
parte de Cambiemos y se especulaba que Macri pactaría un acuerdo con Massa y que
el candidato a gobernador sería alguien con mayor peso) quise probar sus ideas con
una pregunta que me parece esencial frente a cualquier político:
¿cuánto espacio dejarán para mi
libertad?
Planteada en términos que cualquiera
de ellos puede entender se traduce en -¿Cuál es la carga fiscal que el PRO
considera adecuada?
- No hemos hecho ese cálculo.
Respondió.
Y me di cuenta que es una
pregunta que nunca había escuchado, no de parte del público sino, lo que es
peor, en las reuniones de su partido.
Ese día perdí la esperanza de que
el futuro podría cambiar para el país en el sentido que yo esperaba que cambie.
Como muchos, me alegré de que
Cambiemos se formara y lo apoyé en las sucesivas elecciones. Porque su gobierno
aleja del poder a la asociación ilícita que dejó el gobierno de la Argentina en
2015.
El proyecto de Cambiemos se
presentó a cara lavada durante la semana que acaba de terminar.
Como al kirchnerismo, le llevó
dos años diseñar su estrategia de poder, que en la jerga de los políticos se
llama construir gobernabilidad, y para nosotros, los que no pertenecemos a su
casta, interpretamos como la construcción de alianzas con los sectores de la
sociedad que le permitirán conseguir las mayorías necesarias para determinar
quién sale beneficiado y quién perjudicado por sus intervenciones y cuáles son
los espacios de libertad que poseeremos para gozar del fruto de nuestro trabajo
y construir nuestro porvenir.
El kircherismo en 2003 no se
jactó del default, se ocupó de mostrarse austero y expiar las culpas de la
Argentina ante una nueva afrenta al mundo civilizado, se obsesionó por mantener
superavits gemelos, abrió las puertas del poder a expresiones del progresismo
más allá de los límites del peronismo, prometió un "país con buena
gente" para recuperar el apoyo de las conciencias de las clases medias
culposas por el 40% de pobres que había en la Argentina, permitió un amplio pluralismo
en la prensa y se preocupó por reconstruir el poder de las corporaciones
industriales y sindicales. Muy pocos veían en Néstor Kirchner un líder
autoritario, pese a sus antecedentes como gobernador de Santa Cruz. Se
consideraba parte de la pintoresca picardía criolla su discurso antiimperialista
mientras palmeaba la rodilla de George Bush hijo diciéndole que no se
preocupara por lo que decía sino por lo que hacía, y que él sabía cómo contener
el avance de Hugo Chavez.
Nadie sintió preocupación cuando
afirmó que "un poco de inflación no está mal" o cuando en una
conferencia de prensa fustigó a un periodista preguntándole para qué medio
trabajaba frente a una pregunta inconveniente.
Para 2006, el kirchnerismo había
construido su gobernabilidad. Había logrado conquistar "la caja" con
la concentración casi completa de los fondos públicos, cumpliendo la sentencia
de su líder sobre la relación del dinero con la política y dándole forma a un
proyecto de poder ambiciosamente eterno con la sucesivas elecciones entre
marido y mujer.
¿Qué hizo la sociedad mientras
tanto? Se dedicó a disfrutar del bufffet froid del banquete populista sin echar
un vistazo a la cocina donde caminaban las cucarachas, jactándose del asombroso
poder de resilencia de nuestra gran nación.
Hay muchos puntos de coincidencia
en el arribo al poder entre Néstor Kirchner y Mauricio Macri para el que los
quiera ver.
Ambos se presentaron a sus cargos
con discursos y gestos conciliatorios, como haría todo político consciente de
su situación. Hasta el todopoderoso Perón se puso el traje de león herbívoro
cuando le resultó útil.
En la semana que acaba de concluir,
Cambiemos, o el macrismo (aún no decido cómo llamar a este gobierno) mostró sus
cartas. Mientras dedicó dos años a limpiar el salón y reordenar los muebles
luego de la fiesta dionisíaca, sintió que luego del apoyo logrado en las
últimas elecciones legislativas su momento había llegado.
Y nos mostró sus pactos. Apuntan
a reconstruir la economía de su base de apoyo luego de que el proyecto
populista se consumiera todos los stocks, favoreciendo los flujos de fondos
para construir una base de riqueza. Pero de ninguna manera las reformas
anunciadas devuelven el poder a la sociedad civil, lo que equivaldría a bajar
drásticamente el peso del estado en la economía, en su lugar, se propone
realizar un reordenamiento de las cargas fiscales promoviendo la rebaja de
algunos de los impuestos que gravan la producción para compensar la rebaja con
la suba de los que castigan al patrimonio.
Para conseguir el apoyo de los
gobernadores opositores se les devuelve parte del manejo de la caja con el
acuerdo extrajudicial que implica el retiro de sus demandas ante la
justicia.
Se acuerda con las cúpulas
sindicales la continuidad de la legislación laboral fascista y la garantía de
que sus cajas no serán tocadas.
El cambio gatopardista asegura su
aprobación en el congreso sin apuros.
La Justicia nota el corto alcance
que tendrá el nuevo orden y se entrega al espectáculo de entregar a los chivos
expiatorios a la sociedad, que los espera con ansiedad para redimirse del
pecado de haber sucumbido al populismo. Cuesta poco mandar a algunos a la
hoguera, sobre todo si lo tienen bien merecido, a cambio de reconciliarse con
adversarios, amigos y familiares.
Nos disponemos a darnos un baño,
renovar el guardarropa, tomar nuestra mejor lapicera y firmar nuevos pactos
diabólicos, convencidos de que es lo mejor que podemos hacer en estas
circunstancias.
Mientras, dejamos nuestros sueños
y el futuro de nuestros hijos para más adelante.
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