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viernes, 17 de marzo de 2017

Maldita desigualdad. Mi réplica a Jorge Lanata.



Hoy, Jorge Lanata, todavía perplejo por el triunfo en las elecciones de Donald Trump publicó este artículo:  http://www.clarin.com/opinion/Donald-cumplas_0_1685831447.html
Aunque no cambia un ápice el análisis político por el hecho de que el blondo haya sido ungido, pues algunos votos más o menos no cambian la realidad de una sociedad profundamente desencantada, la posibilidad de que finalmente esté más cerca el abismo ha puesto a mucha gente en estado de alerta. Acaso no sería lo mismo de desastrosa la situación si la próxima presidente de los Estados Unidos fuera la Sra. Clinton? Acaso nadie se había dado cuenta del deslizamiento hacia la decadencia del país más poderoso y libre del planeta?
Ahora resulta que comienzan a importar los que nunca importaron, los individuos que pudiendo hacerlo no fueron a  votar. No sé por qué no lo hicieron, habrá muchos motivos, pero seguramente entre ellos muchas razones mucho más lógicas que las que esgrimen los defensores del régimen democrático.
Lanata cita a Gore Vidal, en una afirmación racista si las hay: "La mitad de la población de Estados Unidos no ha leído nunca un periódico. Y la mitad de los americanos no ha votado nunca a un presidente. Sólo espero que no coincidan esas dos mitades", reviviendo el espíritu aristocrático de Platón. Huelga mi comentario.
E insiste, "Los votantes pueden atacar a la democracia ejerciéndola, me dijo el miércoles en la radio Héctor Aguilar Camin."
Resulta que parece que sólo algunos están capacitados para votar.
Curiosamente, fue durante el siglo XX que se expandió la educación para toda la población, y sobre todo la educación estatal. El progreso, como lo muestra este trabajo de Hans Rosling https://www.youtube.com/watch?v=V8lbiiTF2P0&t=43s , se construyó con analfabetos, que no votaban y seguramente nunca vieron los diarios.
Lanata continúa, acaso buscando más explicaciones, presentando datos de desigualdad de ingresos entre los norteamericanos. La desigualdad se ha convertido en la nueva excusa de la izquierda, atropelladas por la realidad las falacias de la lucha de clases y de la explotación.
Se culpa al mercado de la decadencia, cuando vivimos una época de expansión de los aparatos estatales sin precedentes.
La democracia  y la república se han convertido en un fraude. Se aspira a seducir a las mayorías para gobernar expoliando a los que producen, repartiendo prebendas para los falsos empresarios, cargos públicos para las "clases medias" y subsidios para los más pobres. Obedientes a la regla paretiana, el 80% vota que su cena la pague el 20% restante.
 Las castas políticas manipulan las elecciones diseñando modelos electorales  y sistemas de votación a gusto. Los tres poderes imaginados por Montesquieu copulan en una orgía hedionda en contra de los ciudadanos.
Como lo muestran todos los estudios para los que los quieran ver, el capitalismo ha logrado sacar de la pobreza y alimentar a más seres humanos que nunca en la historia, aumentando, a la vez, dramáticamente la expectativa de vida, fruto de la mejora en la calidad.
Se han creado millones de nuevos empleos, pero sólo se quiere ver que los premiados por servir a sus semejantes son mucho más ricos. En mi barrio a eso siempre se le llamó envidia.
Los empleos que se pierden en un lugar se crean en otro, simplemente porque escapan de las mafias políticas y sindicales. Los expoliados también son inteligentes.
Claro que le queda enorme a Donald Trump el cargo para el que fue designado, a qué hombre no le quedaría grande? Ha vencido hasta a los de su propio partido. Rápidamente la máquina burocrática lo querrá domesticar.
Los que leen los diarios y escriben ensayos deberían reparar en los que trabajan todos los días para llevar el pan a su familia, que no son tan tontos.
Y ser menos arrogantes y reconocer que pasaron por alto varias muestras de gobiernos que han plebiscitado varias cuestiones consiguiendo el repudio de la población, que encontró en los plebiscitos la forma de repudiarlos a ellos.
Imaginen, al menos, el asco que despierta la clase política como para que sea menos asqueroso tragarse a Trump.

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