Una de las
acepciones de sagrado es la que dice que "merece un respeto excepcional y
no puede ser ofendido".
Cuántas
veces usted se habrá preguntado cómo puede haber personas que paguen $ 5000.-
por una entrada a la cancha, o $ 3000 por una cartera, o $ 10.000 por un par de
zapatos, o $ 6000 por escuchar por enésima vez las mismas canciones de los
Rolling Stones y ver los mismos contoneos de Mick Jagger.
No parece
que en tales decisiones los susodichos se hayan preocupado por los costos en
que han incurrido quienes ofrecen esos bienes ni tampoco en la ganancia que
obtendrán por su venta; tampoco por si son personas pobres o multimillonarias.
Si usted
piensa que un precio es algo meramente relacionado con la economía, permítame
mostrarle otro punto de vista.
Los ejemplos
expuestos nos permiten pensar que los precios se relacionan con la escala de
valores de cada individuo, lo que constituye su seno más íntimo. Los valores no
sólo determinan su vida íntima y personal sino, lo que es igualmente
importante, son los que proporcionan la matriz para todo tipo de intercambio
que el individuo realiza con su entorno.
Ellos
determinan tanto su forma de enamorarse como de cuidar el medio ambiente como
la decisión de armar su ensalada con tomates o con zanahorias.
Un precio en
moneda no es otra cosa la expresión de un acuerdo voluntario y pacífico entre
quienes compran y quienes venden. El trabajo de cada uno es la exteriorización
de su persona, de allí que sus pertenencias sean tan sagradas como su propios
cuerpo y pensamientos.
Todo esto es aún más asombroso cuando los
intercambios en cuestión incluyen el trabajo de muchísimas personas
desconocidas. (no dejen de leer "Yo, el lápiz", acá:
http://www.hacer.org/pdf/Lapiz.pdf). Los diversos mercados son la cabal expresión
de esta asombrosa coordinación de voluntades.
Si todo esto
sucede cuando los precios son libres y las sociedades respetan a sus
individuos, imagine todo lo contrario cuando se trata de controlar el sistema
de precios.
Como
ilustran claramente Buttler y Schuettinger en "4000 años de control de
precios y salarios" los controles provocan la escasez de lo que las
personas desean o necesitan. Pero el
problema es mayor, además son la expresión de una brutal violencia contra los individuos
y un abuso de poder.
Lo dicho
vale tanto como para cuando se intenta desde el gobierno establecer precios
máximos para las galletitas de agua como para cuando desde los sindicatos se
presiona para obtener salarios mínimos como para cuando los profesores
universitarios o los científicos presionan para obtener más dinero de las arcas
de los contribuyentes.
No puede
haber medias tintas en esto. O los intercambios son libres y voluntarios en el
marco de una sociedad abierta -esto es, sin el estrecho margen que proponen las
regulaciones burocráticas- o son violentos. En este último caso, no se
distinguen las vejaciones de las producidas por los ladrones vulgares.
Por una
extraña coincidencia, en esta nota
https://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2016/05/15/reflexion-de-domingo-la-destruccion-de-valores-por-alberto-benegas-lynch-h/#more-9804
publicada
hoy se amplían estas reflexiones con mucha más autoridad que la de este simple
divulgador de las ideas de la libertad.
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