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viernes, 17 de marzo de 2017

Después de Dios, no hay nada más sagrado que un precio. (con la obvia excepción para aquellos que no creen en Dios).



Una de las acepciones de sagrado es la que dice que "merece un respeto excepcional y no puede ser ofendido".

Cuántas veces usted se habrá preguntado cómo puede haber personas que paguen $ 5000.- por una entrada a la cancha, o $ 3000 por una cartera, o $ 10.000 por un par de zapatos, o $ 6000 por escuchar por enésima vez las mismas canciones de los Rolling Stones y ver los mismos contoneos de Mick Jagger.

No parece que en tales decisiones los susodichos se hayan preocupado por los costos en que han incurrido quienes ofrecen esos bienes ni tampoco en la ganancia que obtendrán por su venta; tampoco por si son personas pobres o multimillonarias.

Si usted piensa que un precio es algo meramente relacionado con la economía, permítame mostrarle otro punto de vista.

Los ejemplos expuestos nos permiten pensar que los precios se relacionan con la escala de valores de cada individuo, lo que constituye su seno más íntimo. Los valores no sólo determinan su vida íntima y personal sino, lo que es igualmente importante, son los que proporcionan la matriz para todo tipo de intercambio que el individuo realiza con su entorno.
Ellos determinan tanto su forma de enamorarse como de cuidar el medio ambiente como la decisión de armar su ensalada con tomates o con zanahorias.

Un precio en moneda no es otra cosa la expresión de un acuerdo voluntario y pacífico entre quienes compran y quienes venden. El trabajo de cada uno es la exteriorización de su persona, de allí que sus pertenencias sean tan sagradas como su propios cuerpo y pensamientos.
Todo esto es aún más asombroso cuando los intercambios en cuestión incluyen el trabajo de muchísimas personas desconocidas. (no dejen de leer "Yo, el lápiz", acá: http://www.hacer.org/pdf/Lapiz.pdf).   Los diversos mercados son la cabal expresión de esta asombrosa coordinación de voluntades.

Si todo esto sucede cuando los precios son libres y las sociedades respetan a sus individuos, imagine todo lo contrario cuando se trata de controlar el sistema de precios.

Como ilustran claramente Buttler y Schuettinger en "4000 años de control de precios y salarios" los controles provocan la escasez de lo que las personas desean o necesitan.  Pero el problema es mayor, además son la expresión de una brutal violencia contra los individuos y un abuso de poder.

Lo dicho vale tanto como para cuando se intenta desde el gobierno establecer precios máximos para las galletitas de agua como para cuando desde los sindicatos se presiona para obtener salarios mínimos como para cuando los profesores universitarios o los científicos presionan para obtener más dinero de las arcas de los contribuyentes.

No puede haber medias tintas en esto. O los intercambios son libres y voluntarios en el marco de una sociedad abierta -esto es, sin el estrecho margen que proponen las regulaciones burocráticas- o son violentos. En este último caso, no se distinguen las vejaciones de las producidas por los ladrones vulgares.

 Por una extraña coincidencia, en esta nota https://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2016/05/15/reflexion-de-domingo-la-destruccion-de-valores-por-alberto-benegas-lynch-h/#more-9804
publicada hoy se amplían estas reflexiones con mucha más autoridad que la de este simple divulgador de las ideas de la libertad.

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