Crítica a esta: http://www.perfil.com/columnistas/el-problema-economico-es-otro.phtml
La nota ilustra
cuán influidos estamos por las ideas marxistas de plusvalía, explotación y
demás falacias ya hace mucho tiempo desmontadas.
Comenzando por
la mala interpretación de la Ley de Say: "la oferta crea demanda",
donde muchos han supuesto que el simple hecho de producir algo hace que
aparezca la demanda para el producto, cuando el francés se refería a que para
tener capacidad de demandar primero hay que tener algo que ofertar. Y siguiendo por la equivocada idea de lo que
es un empresario, que no tiene nada que ver con la posesión de activos para
producir algo sino con la iniciativa para transformar una oportunidad en un negocio.
Algo insinúa
Fontevecchia cuando dice "que el aumento de la productividad no se mide
por lo que una fábrica podría producir por hora sino por lo que efectivamente
produce, y eso depende más de la demanda, o sea del consumo, que de la total
capacidad de oferta" pero no por eso parece entender el problema.
Todos los bienes
económicos son escasos, sino no serían bienes económicos, esto significa que
hay que producirlos, lo que requiere de dosis combinadas de trabajo y capital,
cuanto más capital -los robots en el caso de Fontevecchia- menos trabajo. La
consecuencia es que la tasa de capitalización libera recursos de trabajo. El
ama de casa actual puede trabajar fuera de su casa mientras un robot lava la
ropa, otro cocina el pan, otro lava los platos, otro le conserva por mucho
tiempo los alimentos y otro le limpia los pisos. Esa mujer ahora es
independiente de un hombre que le traiga el alimento, lo puede conseguir ella
usando su cerebro.
La productividad
nos ha hecho a los humanos más libres, no ahora, sino desde que domesticamos
caballos, descubrimos el hacha o la rueda.
Industrias
enteras como el turismo han nacido gracias a la productividad.
Siendo que las
necesidades humanas son infinitas y los bienes económicos escasos siempre habrá
oportunidades de empleo. Si uno recorre ciudades como Boston, por ejemplo,
podrá observar cuántos locales sólo dedicados a la cosmética de manos hay, y
nadie podrá decir que se requiere una alta calificación para eso.
Los seres
humanos menos productivos, aquellos cuyas tareas pueden ser reemplazadas por
robots -y esto siempre es relativo- podrán combinar sus actividades con la de
los robots para producir cosas nuevas. No me pida que se las diga yo ahora,
sino no estaría escribiendo sino fundando empresas.
Lo que se ha
quedado fuera de época no es el círculo virtuoso inversión-productividad-empleo
sino la pata no mencionada nunca: Regulación. Durante el siglo XX, las
maquinarias que llamamos estados han perfeccionado sus modos de restringir la
libertad de los individuos bajo el argumento de defenderlos de ellos mismos. Si
hoy un empresario ve una oportunidad de vender sandwiches de chorizo al costado
de un potrero donde hay unos jóvenes jugando al fútbol, pronto llegará un
funcionario que le prohibirá hacerlo. Esto también vale para iniciativas como
Uber o para el uso de aceite de cannabis para tratar la espasticidad, o lo que
fuere.
Los impuestos
para mantener maquinarias burocráticas también conspiran contra la creación de
empleos porque son letales para la productividad.
No es la
tecnología la que destruye empleos, es el estado.
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