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viernes, 17 de marzo de 2017

La productividad no destruye empleos.



Crítica a esta: http://www.perfil.com/columnistas/el-problema-economico-es-otro.phtml
La nota ilustra cuán influidos estamos por las ideas marxistas de plusvalía, explotación y demás falacias ya hace mucho tiempo desmontadas.
Comenzando por la mala interpretación de la Ley de Say: "la oferta crea demanda", donde muchos han supuesto que el simple hecho de producir algo hace que aparezca la demanda para el producto, cuando el francés se refería a que para tener capacidad de demandar primero hay que tener algo que ofertar.  Y siguiendo por la equivocada idea de lo que es un empresario, que no tiene nada que ver con la posesión de activos para producir algo sino con la iniciativa para transformar una oportunidad en un negocio.
Algo insinúa Fontevecchia cuando dice "que el aumento de la productividad no se mide por lo que una fábrica podría producir por hora sino por lo que efectivamente produce, y eso depende más de la demanda, o sea del consumo, que de la total capacidad de oferta" pero no por eso parece entender el problema.
Todos los bienes económicos son escasos, sino no serían bienes económicos, esto significa que hay que producirlos, lo que requiere de dosis combinadas de trabajo y capital, cuanto más capital -los robots en el caso de Fontevecchia- menos trabajo. La consecuencia es que la tasa de capitalización libera recursos de trabajo. El ama de casa actual puede trabajar fuera de su casa mientras un robot lava la ropa, otro cocina el pan, otro lava los platos, otro le conserva por mucho tiempo los alimentos y otro le limpia los pisos. Esa mujer ahora es independiente de un hombre que le traiga el alimento, lo puede conseguir ella usando su cerebro.
La productividad nos ha hecho a los humanos más libres, no ahora, sino desde que domesticamos caballos, descubrimos el hacha o la rueda.
Industrias enteras como el turismo han nacido gracias a la productividad.
Siendo que las necesidades humanas son infinitas y los bienes económicos escasos siempre habrá oportunidades de empleo. Si uno recorre ciudades como Boston, por ejemplo, podrá observar cuántos locales sólo dedicados a la cosmética de manos hay, y nadie podrá decir que se requiere una alta calificación para eso.
Los seres humanos menos productivos, aquellos cuyas tareas pueden ser reemplazadas por robots -y esto siempre es relativo- podrán combinar sus actividades con la de los robots para producir cosas nuevas. No me pida que se las diga yo ahora, sino no estaría escribiendo sino fundando empresas.
Lo que se ha quedado fuera de época no es el círculo virtuoso inversión-productividad-empleo sino la pata no mencionada nunca: Regulación. Durante el siglo XX, las maquinarias que llamamos estados han perfeccionado sus modos de restringir la libertad de los individuos bajo el argumento de defenderlos de ellos mismos. Si hoy un empresario ve una oportunidad de vender sandwiches de chorizo al costado de un potrero donde hay unos jóvenes jugando al fútbol, pronto llegará un funcionario que le prohibirá hacerlo. Esto también vale para iniciativas como Uber o para el uso de aceite de cannabis para tratar la espasticidad, o lo que fuere.
Los impuestos para mantener maquinarias burocráticas también conspiran contra la creación de empleos porque son letales para la productividad.
No es la tecnología la que destruye empleos, es el estado.

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