La respuesta no es porque no se
hayan inventado aún. Como muchas otras cosas ya han sido inventadas pero aún no
han alcanzado un status de mercado, es decir, nadie las produce para vender.
¿Por qué sucede esto? Porque no hay
quien acepte pagar el precio por esos bienes, lo que significa que nadie los
valora lo suficiente por sobre otras necesidades.
Contra lo que muchos suponen, no
son los costos los que determinan los precios sino los precios los que
determinan los costos.
Es porque alguien está dispuesto
a pagar un kg. de pan a $ 30 que a alguien le conviene instalar una panadería,
pues los precios de los bienes y servicios que debe contratar para fabricar el
pan le permiten obtener una ganancia con su venta. Todos los productos
intermedios tienen la misma lógica, dependen de lo que esté dispuesto el
consumidor a pagar por el producto final. El fabricante de maquinaria agrícola
depende de que la gente quiera consumir pan. Si un buen día la población
estimara que no hay que consumir cereales el valor de toda la industria
cerealera sería cero, si sus activos no pudieran ser utilizados para otra cosa.
Piense simplemente dónde se encuentran todas las camas solares que hace unos
años proliferaban por la ciudad.
¿Por qué esta lógica no parece
aplicarse a algunos segmentos del mercado de los bienes y servicios de salud?
En este mercado parece que puede
incorporarse cualquier innovación, equivalente a nuestros autos voladores, con
la simple condición de alguien demuestre que sirve para algo, a precios tan altos que hacen preocupar a los
responsables por el financiamiento de los servicios en todo el mundo.
¿Son tan altos esos precios? ¿Son
justos? ¿Están relacionados con el valor de lo que se produce?
En un mercado libre, nadie puede
a priori saber si un precio es alto hasta que no testea las preferencias de los
consumidores. Lo que da forma a estas preferencias es la necesidad del producto
y su escasez. Si alguien está dispuesto a pagar el precio que sea, el precio es
justo. Si la ganancia del empresario a alguien le parece excesiva, otro tendrá
la oportunidad de sacar provecho vendiendo más barato y desplazando a su
antecesor.
Este mecanismo no funciona en un
mercado regulado, sea porque se establecen precios máximos, lo que contrae la
oferta de bienes, sea porque se establecen monopolios mediante certificaciones,
patentes u otros artilugios que imponen barreras a la competencia o sea porque los reguladores establecen que todos
los productos que se produzcan se deben comprar.
Esto último, que parecería
absurdo en cualquier mercado, es lo que sucede en el mercado de los seguros de
salud en la Argentina (obras sociales y prepagas), que de privado no tiene
nada, pues los empresarios no pueden decidir qué vender, a quién vender, ni a qué precio.
Sin importar otra cosa que su
eficacia –lo que significa que el susodicho producto o servicio no tiene más
que probar que no hace daño- las regulaciones obligan a los aseguradores a
comprarlos, al precio que sea porque, después de todo, la salud no tiene
precio.
Los empresarios, antes que
enfrentarse al gobierno y pedir por la derogación de las regulaciones; para no
ir a la ruina intentan restringir la demanda
o la oferta (la medicina basada en la evidencia es una herramienta de este
tipo) de servicios con instrumentos que limitan la accesibilidad; sin ningún
éxito, como está demostrado por la mal llamada “inflación médica” que no es
otra cosa que el aumento de costos producido por la incorporación constante de
tecnología, que explota la antedicha regulación.
Como sucede en todas las
industrias, los políticos no tienen idea de su funcionamiento, y si la tienen,
no tienen interés en la ganancia del empresario –que es el fruto de servir a
sus clientes- sino que piensan en el
rédito inmediato que para ellos puede tener adoptar una u otra medida en
términos electorales.
Si un día se les ocurriera
propiciar la venta de autos voladores andaremos por los aires, aunque tal vez
no nos quede dinero para comer.
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