No sé cómo les habrá sucedido a ustedes pero yo, cuando
promediaba mis 20s, era socialista, aún sin tener muy claro lo que eso
significaba.
Había sido educado en una familia de lo que se llama clase
media de Avellaneda, no muy aventajada por cierto, pero mis padres me dieron
una infancia feliz con mucho esfuerzo.
Me eduqué en un colegio católico y compartí la calle y los potreros con
más chicos maleducados que bieneducados.
Estudié un tiempo ingeniería en la UBA bajo el gobierno
militar y luego me recibí en psicología bajo Alfonsín.
Y ahora veo que era socialista porque me molestaba la
desigualdad de riqueza, de oportunidades, de ver que el dinero caía siempre en
los mismos bolsillos. Leía la primer Página 12 de Lanata que todos los días
confirmaba que lo que no teníamos; más dinero, mejores trabajos, una ciudad
mejor, era porque unos corruptos aliados con los empresarios se lo robaban.
Creía que la solución pasaba por el liderazgo del estado,
que con su mano justa y benevolente repartiría de acuerdo a los méritos de cada
uno, porque, eso sí, nunca adherí al postulado de que “donde hay una necesidad
hay un derecho” ni tampoco al “de aquél según su capacidad a aquél según su
necesidad”. Siempre descreí de los colectivismos.
Ya pasados los 35, casi en una discusión casual conocí a
alguien que podría llamarse libertario. Me interesaron sus puntos de vista y
comencé a leer a Rothbard, a Hayek, a Mises, a Hazlitt, a Huerta de Soto. Y
descubrí entre nosotros a los Cachanosky, Espert y Armando Ribas y otros. Luego
fue más accesible internet y ya no pude dejar de leer libros y mirar videos y
escuchar podcast y realizar cursos que despertaron cada día más mi conciencia y
mis convicciones liberales. Y reconocí rasgos de ellas en toda mi vida
completa.
Hay algo que une ambos momentos de mi vida: en los dos
momentos creo – o creí- que yo tenía razón, y esa razón la defiendo y la
defendí con toda mi acostumbrada pasión.
En ambos momentos encontré argumentos para defender posturas
muy antagónicas.
Si hoy reviso mis contactos en las redes sociales encuentro
un impresionante sesgo a favor de personas liberales. Porque me interesan sus
puntos de vista y a ellos los míos.
Y llego a pensar que la solución para vivir en paz es la
secesión.
Creo que a ustedes les ha sucedido o les sucede algo
parecido: creen que están en lo cierto en muchos temas y les cuesta muchísimo
que los demás vean tan claramente las cosas. O que las vean claras pero sigan
actuando del modo contrario.
“Podemos vivir juntos?” es la pregunta con la que comienza
el libro “The Rightgeus Mind” Jonathan Haidt, (cuyo descubrimiento debo a un
artículo de Carlos Rodríguez Braun). Esas palabras las pronunció Rodney King,
aquél negro apaleado por policías blancos en los 90s, luego de que esas
imágenes fueran filmadas y difundidas y se desatara en Estados Unidos una nueva
ola de violencia.
Haidt explora la psicología moral –es inevitable la
referencia a “Los sentimientos morales…” de Adam Smith-, ese set de intuiciones
que nos hacen comportar de maneras prestablecidas contra los que la razón lucha
ininterrumpidamente.
Me parece un terreno fértil para explorar y trabajar sobre
las posibilidades de que la cooperación supere a los enfrentamientos y sobre la
actitud que debemos tener para poner en juego nuestras razones en conjunto con
otras diversas.
Aquí les dejo una charla TED de Haidt al respecto:
Espero cualquier colaboración que puedan ofrecer sobre este
tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deje aquí su comentario. Recuerde que sus opiniones siempre hablarán más de usted que de mí.