Voté por primera vez a los veinte
años. Fue en 1983. Luego voté chiquicientas veces más pero nunca sentí la
algarabía que se supone que hay sentir según predican las Talking Heads de la
televisión o las voces de la radio.
Tampoco veo el reflejo de la
fiesta cívica en la cola del comicio. Más bien, la gente concurre resignada y
su talante refleja más el fastidio que el gozo.
Este sentimiento no es casual. En
primer lugar, es muy difícil sentirse a gusto donde uno está obligado a
concurrir, pero esto dista mucho de ser lo peor.
La democracia ha dejado de ser,
si es que alguna vez lo fue, el gobierno-del-pueblo como dice su significado
etimológico para pasar a ser un sistema donde una elite legitima sus
privilegios.
Gobernar es conducir, dirigirse
hacia algún lugar. En este sentido, es difícil pensar que millones de personas
nos pongamos de acuerdo hacia dónde ir, a menos que eso se trate de decidir
unas mínimas pautas de comportamiento que posibiliten la convivencia pacífica
que, básicamente, se sintetizan en dos cosas: respetar la vida ajena y, su
lógica consecuencia, respetar la propiedad ajena, siendo que la propiedad no es
otra cosa que el fruto del trabajo propio, una extensión de la propia persona.
No es necesaria la democracia
para que alguna autoridad se ocupe de hacer cumplir estos mandatos para que
podamos convivir. Un monarca autolimitado bien puede servir a este propósito si
cuenta con la fuerza para reprimir a los transgresores.
Pero resulta que los monarcas casi
nunca se han autolimitado. Porque cuando cuentan con suficiente fuerza como
para reprimir a los transgresores se dan cuenta que pueden utilizar la misma
fuerza contra los que tienen que defender para quitarles sus bienes o para
atacar a poblaciones vecinas.
Por esos abusos las poblaciones
se han rebelado de tanto en tanto, y el poderoso se ha visto obligado a ser más
astuto para evitar tales rebeliones y para que le resulte más económico someter
a los demás, porque el uso de la fuerza requiere de muchos recursos.
Si la solución al poder absoluto
ha sido el surgimiento de democracias constitucionales (donde constitución es
igual a acuerdo básico de convivencia) la respuesta del poder absoluto ha sido
diseñar modos de representación de la población que legitime tal poder.
Así como tenemos marcado a fuego
en nuestros cerebros que la democracia es el gobierno del pueblo también
tenemos registrada de esa manera la condición de que "el pueblo no
delibera ni gobierna... sino por medio de sus representantes".
Entonces, uno puede comprender que
quien determine el modelo de representación encontrará la manera de dominar a
los demás. Hay en el mundo más de 190 países y todos se consideran democráticos
-sugiero ver esto al respecto https://www.youtube.com/watch?v=k8vVEbCquMw&feature=youtu.be-.
Siempre recuerdo que no entendía
la diferencia entre las dos Alemanias. ¿Por qué estaban divididas si las dos
eran democráticas? Los autoritarismos más variados se reivindican como
democráticos. ¿Acaso mienten? Si el pueblo gobierna, se autogobierna, por medio
de sus representantes, basta con que alguien se haga elegir en elecciones para
que nadie le pueda negar su legítima representación de los intereses del pueblo.
Enseguida podrá notarse que con
este mecanismo se pueden crear regímenes que presuman de democráticos mientras
vulneran en forma permanente los derechos de los individuos. Por esta razón, los
Padres Fundadores de los Estados Unidos previeron estrictos límites
constitucionales a los gobernantes -la separación de poderes es una forma de
hacerlo- , para que sólo pudieran ocuparse de gobernar sobre temas de interés
común dejando los más amplios márgenes posibles para la libertad de los
ciudadanos.
En efecto, todos somos
diferentes, perseguimos distintos fines a lo largo de nuestras vidas y no hay
modo de que todos queramos lo mismo. Por lo tanto, ningún sistema de
representación puede representar eso.
No obstante, a pesar de estas
previsiones, los gobiernos se han arreglado para manipular el sistema electoral
para que el voto de los ciudadanos termine legitimando los intereses de la
elite gobernante. La escuela de Public Choice se ha ocupado y se ocupa de
estudiar en profundidad estos mecanismos.
Tu voto no es tu elección.
Como brillantemente explica
Martín Krause acá: https://www.youtube.com/watch?v=kzNAE07jAgA , uno puede ir
al supermercado y elegir los productos que desee, pero no puede hacer lo mismo
con la oferta electoral, allí sólo está permitido optar por algunos partidos
políticos y, finalmente, por sólo dos de ellos. Si no le gusta lo que le
ofrecen los partidos existentes, puede embarcarse en la quimera de construir un
nuevo partido. Quienes lo han intentado podrán dar cuenta de la titánica
dificultad de esa tarea. El sistema electoral está amañado para que nadie que
no pertenezca a los partidos establecidos pueda prosperar. A los
candidatos no les preocupan los intereses de sus votantes, ellos saben que no
quedará otra alternativa que votar a uno u a otro, pues los votos son de ellos,
ya los tienen, y su preocupación está en no perderlos, por eso evitan hacer
manifestaciones que puedan disgustarle a parte del electorado o asumir
compromisos que no están obligados a asumir. Si el voto es obligatorio ni
siquiera uno puede disentir con todos, porque también los votos en blanco son
descartados.
El debate de ideas, sangre de la
democracia, está ausente. En su lugar, aparecen mensajes imprecisos,
expresiones voluntaristas, siempre construidos con lenguaje épico:
"sabemos lo que vos necesitas", "confía en nosotros",
"todos juntos derrotaremos a ..."
No existe el debate porque no
puede haberlo. Todos aspiran a lo mismo, manejar los dineros obtenidos de la
expoliación a los contribuyentes, para obtener sus propias ventajas.
Gastan enormes sumas de dinero
sólo para parecer confiables a los ojos de los electores, financian con ello la
actividad de encuestadores, medios de comunicación, asesores, publicistas y
afines; a un costo que se verá recompensado con el manejo a discreción del
dinero público si resultan ganadores.
La sociedad que percibe este
mecanismo también quiere participar del expolio y forma sus propios grupos de
presión: grupos que juntan pobres y los utilizan de arietes para conseguir
rentas sin ofrecer nada a cambio, o sólo ofrecen no convertir en un caos la
vida en las ciudades, gremios de la actividad que sea que buscan privilegios particulares,
pseudo empresarios que coimean a funcionarios para preservar sus ganancias de
eventuales competidores, etc.
Todos estos movimientos se
legitiman con un cuerpo legislativo que torna legal lo ilegítimo y deja al
margen de la ley al que no quiere hacer otra cosa que vivir de su propio
trabajo sin que se le quite más de la mitad de lo ganado.
Pronto la sociedad se compone por
un 80% o más de menesterosos y burócratas que son mantenidos con el esfuerzo de
los pocos que quedan tratando de mantener su dignidad.
En síntesis, en las elecciones
estamos obligados a elegir propuestas que no nos representan, a representantes
que no hemos elegido y apenas conocemos y a quienes les daremos amplios poderes
para influir en nuestras vidas.
Será por eso que las elecciones
me parecen más un funeral que una fiesta.
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