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sábado, 3 de agosto de 2019

Elecciones. Los funerales de la democracia.


Voté por primera vez a los veinte años. Fue en 1983. Luego voté chiquicientas veces más pero nunca sentí la algarabía que se supone que hay sentir según predican las Talking Heads de la televisión o las voces de la radio.

Tampoco veo el reflejo de la fiesta cívica en la cola del comicio. Más bien, la gente concurre resignada y su talante refleja más el fastidio que el gozo.

Este sentimiento no es casual. En primer lugar, es muy difícil sentirse a gusto donde uno está obligado a concurrir, pero esto dista mucho de ser lo peor.

La democracia ha dejado de ser, si es que alguna vez lo fue, el gobierno-del-pueblo como dice su significado etimológico para pasar a ser un sistema donde una elite legitima sus privilegios.

Gobernar es conducir, dirigirse hacia algún lugar. En este sentido, es difícil pensar que millones de personas nos pongamos de acuerdo hacia dónde ir, a menos que eso se trate de decidir unas mínimas pautas de comportamiento que posibiliten la convivencia pacífica que, básicamente, se sintetizan en dos cosas: respetar la vida ajena y, su lógica consecuencia, respetar la propiedad ajena, siendo que la propiedad no es otra cosa que el fruto del trabajo propio, una extensión de la propia persona.

No es necesaria la democracia para que alguna autoridad se ocupe de hacer cumplir estos mandatos para que podamos convivir. Un monarca autolimitado bien puede servir a este propósito si cuenta con la fuerza para reprimir a los transgresores.

Pero resulta que los monarcas casi nunca se han autolimitado. Porque cuando cuentan con suficiente fuerza como para reprimir a los transgresores se dan cuenta que pueden utilizar la misma fuerza contra los que tienen que defender para quitarles sus bienes o para atacar a poblaciones vecinas.
Por esos abusos las poblaciones se han rebelado de tanto en tanto, y el poderoso se ha visto obligado a ser más astuto para evitar tales rebeliones y para que le resulte más económico someter a los demás, porque el uso de la fuerza requiere de muchos recursos.

Si la solución al poder absoluto ha sido el surgimiento de democracias constitucionales (donde constitución es igual a acuerdo básico de convivencia) la respuesta del poder absoluto ha sido diseñar modos de representación de la población que legitime tal poder. 


 Así como tenemos marcado a fuego en nuestros cerebros que la democracia es el gobierno del pueblo también tenemos registrada de esa manera la condición de que "el pueblo no delibera ni gobierna... sino por medio de sus representantes".

Entonces, uno puede comprender que quien determine el modelo de representación encontrará la manera de dominar a los demás. Hay en el mundo más de 190 países y todos se consideran democráticos -sugiero ver esto al respecto https://www.youtube.com/watch?v=k8vVEbCquMw&feature=youtu.be-.

Siempre recuerdo que no entendía la diferencia entre las dos Alemanias. ¿Por qué estaban divididas si las dos eran democráticas? Los autoritarismos más variados se reivindican como democráticos. ¿Acaso mienten? Si el pueblo gobierna, se autogobierna, por medio de sus representantes, basta con que alguien se haga elegir en elecciones para que nadie le pueda negar su legítima representación de los intereses del pueblo.

Enseguida podrá notarse que con este mecanismo se pueden crear regímenes que presuman de democráticos mientras vulneran en forma permanente los derechos de los individuos. Por esta razón, los Padres Fundadores de los Estados Unidos previeron estrictos límites constitucionales a los gobernantes -la separación de poderes es una forma de hacerlo- , para que sólo pudieran ocuparse de gobernar sobre temas de interés común dejando los más amplios márgenes posibles para la libertad de los ciudadanos.

En efecto, todos somos diferentes, perseguimos distintos fines a lo largo de nuestras vidas y no hay modo de que todos queramos lo mismo. Por lo tanto, ningún sistema de representación puede representar eso.

No obstante, a pesar de estas previsiones, los gobiernos se han arreglado para manipular el sistema electoral para que el voto de los ciudadanos termine legitimando los intereses de la elite gobernante. La escuela de Public Choice se ha ocupado y se ocupa de estudiar en profundidad estos mecanismos.

Tu voto no es tu elección.

Como brillantemente explica Martín Krause acá: https://www.youtube.com/watch?v=kzNAE07jAgA , uno puede ir al supermercado y elegir los productos que desee, pero no puede hacer lo mismo con la oferta electoral, allí sólo está permitido optar por algunos partidos políticos y, finalmente, por sólo dos de ellos. Si no le gusta lo que le ofrecen los partidos existentes, puede embarcarse en la quimera de construir un nuevo partido. Quienes lo han intentado podrán dar cuenta de la titánica dificultad de esa tarea. El sistema electoral está amañado para que nadie que no pertenezca a los partidos establecidos pueda prosperar. A los candidatos no les preocupan los intereses de sus votantes, ellos saben que no quedará otra alternativa que votar a uno u a otro, pues los votos son de ellos, ya los tienen, y su preocupación está en no perderlos, por eso evitan hacer manifestaciones que puedan disgustarle a parte del electorado o asumir compromisos que no están obligados a asumir. Si el voto es obligatorio ni siquiera uno puede disentir con todos, porque también los votos en blanco son descartados.

El debate de ideas, sangre de la democracia, está ausente. En su lugar, aparecen mensajes imprecisos, expresiones voluntaristas, siempre construidos con lenguaje épico: "sabemos lo que vos necesitas", "confía en nosotros", "todos juntos derrotaremos a ..."

No existe el debate porque no puede haberlo. Todos aspiran a lo mismo, manejar los dineros obtenidos de la expoliación a los contribuyentes, para obtener sus propias ventajas.

Gastan enormes sumas de dinero sólo para parecer confiables a los ojos de los electores, financian con ello la actividad de encuestadores, medios de comunicación, asesores, publicistas y afines; a un costo que se verá recompensado con el manejo a discreción del dinero público si resultan ganadores.

La sociedad que percibe este mecanismo también quiere participar del expolio y forma sus propios grupos de presión: grupos que juntan pobres y los utilizan de arietes para conseguir rentas sin ofrecer nada a cambio, o sólo ofrecen no convertir en un caos la vida en las ciudades, gremios de la actividad que sea que buscan privilegios particulares, pseudo empresarios que coimean a funcionarios para preservar sus ganancias de eventuales competidores, etc.

Todos estos movimientos se legitiman con un cuerpo legislativo que torna legal lo ilegítimo y deja al margen de la ley al que no quiere hacer otra cosa que vivir de su propio trabajo sin que se le quite más de la mitad de lo ganado.

Pronto la sociedad se compone por un 80% o más de menesterosos y burócratas que son mantenidos con el esfuerzo de los pocos que quedan tratando de mantener su dignidad.

En síntesis, en las elecciones estamos obligados a elegir propuestas que no nos representan, a representantes que no hemos elegido y apenas conocemos y a quienes les daremos amplios poderes para influir en nuestras vidas.

Será por eso que las elecciones me parecen más un funeral que una fiesta.

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