Capítulo 17. Parágrafo 3
Los
Principios Liberales: Un Grupo de Tesis.
(1) El Estado es un mal necesario: sus
poderes no deben multiplicarse más allá de lo necesario. Podría llamarse a este
principio la "navaja liberal". (En analogía con la navaja de Occam, o
sea el famoso principio de que no se debe multiplicar las entidades o esencias
más allá de lo necesario.) Para demostrar la necesidad del Estado no apelo a la
concepción del hombre sustentada por Hobbes: homo homini lupus. Por el contrario, puede demostrarse su necesidad
aun si suponemos que homo homini felis
y hasta que homo homini ángelus, en
otras palabras, aun si suponemos que —a causa de su dulzura o de su bondad
angélica— nadie perjudica nunca a nadie. Aun en tal mundo habría hombres
débiles y fuertes, y los más débiles no tendrían ningún derecho legal a ser tolerados
por los más fuertes, sino que tendrían que agradecerles su bondad al
tolerarlos. Quienes (fuertes o débiles) piensen que éste es un estado de cosas
insatisfactorio y que toda persona debe tener derecho a vivir y el derecho a
ser protegido contra el poder del fuerte, estará de acuerdo en que necesitamos
un Estado que proteja los derechos de todos. Es fácil comprender que el Estado
es un peligro constante o (como me he aventurado a llamarlo) un mal, aunque
necesario. Pues para que el Estado pueda cumplir su función, debe tener más
poder que cualquier ciudadano privado o cualquier corporación pública; y aunque
podamos crear instituciones en las que se reduzca al mínimo el peligro del mal
uso de esos poderes, nunca podremos eliminar completamente el peligro. Por el
contrario, parecería que la mayoría de los hombres tendrá siempre que pagar por
la protección del Estado, no sólo en forma de impuestos, sino hasta bajo la
forma de la humillación sufrida, por ejemplo, a causa de funcionarios
prepotentes. El problema es no tener que pagar demasiado por ella.
(2) La diferencia entre una democracia
y una tiranía es que en la primera es posible sacarse de encima el gobierno sin
derramamiento de sangre; en una tiranía, eso no es posible.
(3) La democracia como tal no puede
conferir beneficios al ciudadano y no debe esperarse que lo haga. En realidad,
la democracia no puede hacer nada; sólo
los ciudadanos de la democracia pueden actuar (inclusive, por supuesto, los
ciudadanos que integran el gobierno). La democracia no suministra más que una
armazón dentro de la cual los ciudadanos pueden actuar de una manera más o
menos organizada y coherente.
(4) Somos demócratas, no porque la
mayoría tenga siempre razón, sino porque las tradiciones democráticas son las
menos malas que conocemos. Si la mayoría (o la "opinión pública") se
decide en favor de la tiranía, un demócrata no necesita suponer por ello que se
ha revelado alguna inconsistencia fatal en sus opiniones. Debe comprender, más
bien, que la tradición democrática no es suficientemente fuerte en su país.
(5)
Las instituciones solas nunca son suficientes si no están atemperadas por las
tradiciones. Las instituciones son siempre ambivalentes, en el sentido de que,
en ausencia de una tradición fuerte, también pueden servir al propósito opuesto
al que estaban destinadas a servir. Por ejemplo, se supone que una oposición
parlamentaria debe impedir,hablando en términos generales, que la mayoría robe
el dinero de los contribuyentes. Pero recuerdo bien una situación que se dio en
un país del sudoeste de Europa que ilustra el carácter ambivalente de esta institución.
En ese país, la oposición compartió el botín con la mayoría. Para resumir: las
tradiciones son necesarias para establecer una especie de vínculo entre las
instituciones y las intenciones y evaluaciones de los hombres.
(6)
Una Utopía Liberal —esto es, un estado racionalmente planeado a partir de una tabula
rasa sin tradiciones— es una imposibilidad. Pues el principio' liberal
exige que las limitaciones a la libertad de cada uno que la vida social hace
necesarias deben ser reducidas a un mínimo e igualadas todo lo posible (Kant).
Pero, ¿cómo podemos
aplicar
a la vida real un principio a priori semejante? ¿Debemos impedir a un
pianista que estudie o debemos privar a su vecino de una siesta tranquila? Esos
problemas sólo pueden ser resueltos en la práctica apelando a las tradiciones y
costumbres existentes y a un tradicional sentido de justicia; a la ley común, como se la llama en Gran Bretaña,
y a la apreciación equitativa de un juez imparcial. Por ser principios
universales, todas las leyes deben ser interpretadas para que se las pueda
aplicar; y una interpretación requiere algunos principios (le práctica
concreta, principios que sólo una tradición viva puede suministrar. Y esto es
especialmente cierto con respecto a los principios sumamente abstractos y
universales del liberalismo.
(7)
Los principios del liberalismo pueden ser considerados como principios para
evaluar y, si es necesario, para modificar o reformar las instituciones
existentes, más que para reemplazarlas. También se puede expresar esto diciendo
que el liberalismo es más un credo evolucionista que revolucionario (a menos
que se esté frente a un régimen tiránico).
(8)
Entre las tradiciones que debemos considerar más importantes se cuenta la que
podríamos llamar el "marco moral" (correspondiente al "marco
legal" institucional) de una sociedad. Este marco moral expresa el sentido
tradicional de justicia o equidad de la sociedad, o el grado de sensibilidad
moral que ha alcanzado. Es la base que hace posible lograr un compromiso justo
o equitativo entre intereses antagónicos, cuando ello es necesario. No es
inmutable en sí mismo, por supuesto, pero cambia de manera relativamente lenta.
Nada es más peligroso que la destrucción de este marco tradicional. (El nazismo
trató conscientemente de destruirlo.) Su destrucción conduce, finalmente, al
cinismo y al nihilismo, es decir, al desprecio y la disolución de todos los
valores humanos.
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