Cuando una persona se hace
adulta, momento que podemos establecer cuando deja la casa materna, pasa a
tener que relacionarse dentro de un ámbito mucho más amplio: la sociedad. En
ese momento más o menos explícitamente se define en relación a ella; o bien se
considera como un engranaje dentro de un mecanismo que lo trasciende, como una
hormiga más del hormiguero, o bien reconoce su individualidad y busca
proyectarse en la vida de acuerdo a sus preferencias.
Los jóvenes, en sus primeros
pasos en la vida adulta, tienden a adoptar posiciones colectivistas, buscan la
seguridad del grupo, sustituto del calor familiar. No es un proceso sencillo
encontrar la individualidad en la vida y hace falta tiempo para acumular
experiencias que permitan construir nuevos puntos de vista.
Una de las relaciones más fuertes
que la persona tiene con la sociedad es su relación con el estado. Lo que
entienda de esa relación marcará muchos de sus comportamientos sociales.
El estado puede entenderse de dos
maneras, mutuamente excluyentes: Es el ordenamiento
jurídico de la vida social o es la legalización
del crimen.
Quien lo entienda del primer modo
aceptará que el gobierno es la autoridad que emerge de la “voluntad popular”,
que los sistemas electorales, mejor o peor diseñados ofrecen una garantía de
trato igualitario a todos los habitantes y que los impuestos son contribuciones
que un individuo hace al conjunto de la sociedad, que serán administrados
equitativamente por el gobierno para proveer de bienes públicos a todos.
Por el contrario, quien crea en
lo segundo, pensará en que el estado es la forma legal, impuesta por la
coerción, para cometer todos los crímenes que los individuos no pueden cometer
sin riesgo de ser castigados por la sociedad. El estado puede limitar la
libertad de las personas limitando su derecho a expresarse, a consumir las
sustancias que desee, a trasladarse por dónde y cuando quiera, a curarse de la
manera que le parezca mejor, a comerciar o asociarse con quien le plazca, a
contratar con los demás de forma libre, a poner precio a sus bienes o a su
trabajo, a educarse como le parezca, y a todas aquellas otras libertades de las
que puede gozar sin dañar a terceros. También el estado puede robar, que es
justamente lo que hace cuando cobra impuestos –por eso llevan ese nombre-,
puede engañar, puede endeudar a generaciones que aún no han nacido, puede
confiscar bienes privados. Puede crear privilegios (ley privada) para favorecer
a unos en detrimento de otros. Puede mentir u ocultar la verdad sin explicar
por qué decide tal o cual cosa. El estado puede matar, sea enviando a las
personas a la guerra, sea utilizando la violencia frente a disidentes a
cualquiera de sus políticas. Todo esto dentro de los marcos legales.
Esta es la única grieta que
importa para entender en qué sociedad vivimos y el marco conceptual para
entender las medidas que se toman en tiempos normales o en tiempos de crisis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deje aquí su comentario. Recuerde que sus opiniones siempre hablarán más de usted que de mí.