La parábola de la vida tambien se dibuja en las finanzas personales.
Las finanzas personales son para
la educación formal un tema más tabú que el sexo. Por más que se hurgue en los
programas de estudio de la educación básica y secundaria no se encuentra ningún
atisbo sobre la temática.
Tal ausencia resulta llamativa
siendo que las decisiones financieras están entre las más importantes dentro
del destino de las personas.
Muy básicamente, las finanzas
personales tratan de enseñar sobre el manejo de los ingresos y los gastos en el
transcurso de la vida.
No hace falta resaltar las
penurias a las que se ven sometidas las personas que no tienen un acercamiento
ni siquiera intuitivo al problema.
Para explicarlo de un modo
gráfico podríamos ver así la representación de ingresos y gastos:
Donde vemos el paso del tiempo en
el eje horizontal y los ingresos en el vertical.
Primera etapa: Crecimiento.
Desde el nacimiento y hasta
finalizar la escolarización, que puede incluir, al menos en una proporción variable, los estudios
universitarios, nuestros padres se ocupan de nuestras necesidades financieras:
casi no generamos ningún ingreso y ocasionamos a la familia los gastos
derivados de nuestro cuidado y educación (alimentación, vestimenta, educación,
etc.).
En términos económicos diremos
que durante esta etapa acumulamos el capital que llamamos conocimiento para
aprender las destrezas necesarias para desempeñarnos en la vida en forma
independiente. Es evidente la importancia del aprovechamiento de este periodo
para afrontar el que sigue.
Segunda Etapa: desarrollo y consolidación.
Entre los 25 y los 65 años
atravesamos nuestra etapa más productiva. Desarrollamos nuestras carreras y
consolidamos nuestra posición financiera. Entre los 45 y los 55 años alcanzamos
el pico de nuestros ingresos activos –los conseguidos mediante el trabajo- y
luego estos empiezan a declinar.
Es la etapa más productiva y
también la más peligrosa en términos financieros. A medida que nos acercamos al
final de esta etapa los errores cometidos se pagan más caros, pues no queda
tiempo para corregirlos.
De la mano de los ingresos
crecientes también crecen los gastos. Durante esta etapa se forman las familias
y con ellas aparecen los gastos relacionados con la vivienda, la crianza y la
educación de los hijos.
Las personas de este rango de
edad son las más codiciadas por muchos mercados de bienes y servicios, porque
tienen excedente de ingresos para
gastar. Por ello, es necesario aprender a manejar inteligentemente los gastos.
Hay que tomar decisiones sobre la
conveniencia de tener o no vivienda propia y decidir si conviene o no contratar
una hipoteca para adquirirla, pensar en la cantidad de hijos que se desea
tener, criarlos y pagar su educación, a la vez que aparecen infinidad de
tentaciones para llevar una vida más confortable: comprar un vehículo, salir de
vacaciones, comprar ropa de moda, comer fuera de la casa, etc. etc.
Todas estas decisiones se toman
en un marco de incertidumbre (la que es mayor en países inestables económicamente)
pues no se conoce con certeza si los ingresos van a ser o no estables.
Por otro lado, se reciben
múltiples ofertas de préstamos (son eso las tarjetas de crédito) que
comprometen los ingresos hasta su límite y aún más allá. Esto provoca que
muchas personas pasen muchos años endeudadas, si es que alguna vez en la vida
no lo están.
Es más fácil en nuestros tiempos
escuchar a alguien confesar sus inclinaciones sexuales o como se entretiene en
su alcoba que oírlas hablar de sus deudas o de su capacidad de ahorro. Hay
detrás de esto algo vergonzante.
Sin embargo, es difícil que
alguien ignore que no siempre va a tener la misma capacidad de generar ingresos
y que casi inevitablemente estos disminuirán en la última etapa de la vida.
Pero estamos llenos de
preocupaciones y de tentaciones cotidianas y tendemos a no pensar en ese futuro
lejano… hasta que cada vez se lo ve más cerca.
De todo esto surge la importancia
de comprender el valor del ahorro y la inversión. Lo mejor sería aprenderlo en
la primera etapa. La mayoría no lo hace. En primer lugar porque no se enseña en
las escuelas y, principalmente, tampoco
se enseña en los hogares, ni por medio de explicaciones ni por medio de
ejemplos de conducta.
Ninguna familia debería consumir
todos sus ingresos, y mucho menos más que sus ingresos. Una proporción de ellos
debe ser ahorrado para capitalizarse, esto es, para adquirir bienes o servicios
que permitan aumentar los ingresos familiares, y si es posible, incluso más
allá del trabajo propio.
Hoy existen muchas alternativas
para invertir los ahorros, desde los más modestos a los más holgados. Hay
muchos libros y publicaciones que enseñan cómo hacerlo. El mayor o menor grado
de éxito dependerá de la habilidad de cada uno.
Pero, ¿cómo saber cuánto debería
ahorrar? Lo más sencillo pero a la vez útil es comenzar por hacer un registro
de los gastos mensuales y clasificarlos, luego revisarlos e intentar proyectar
al futuro cuántos de estos gastos se van a mantener, a bajar o a subir. Este
resultado va a ser el que le indique a valores actuales lo que se va a
necesitar para vivir un mes en el futuro. Esos gastos va a tener que
afrontarlos con los ingresos de los que disponga en ese momento más el
producido por las inversiones realizadas durante la vida, multiplicados por
todos los meses que piense que vaya a vivir. Matemática de la más simple.
Más sencillo. Con el 20% de
ahorro de los ingresos que produce durante un año le va a alcanzar para vivir
un año sin ingresos (con el mismo nivel de vida) cada cinco años de ahorro. Si
trabaja durante treinta años, sus ahorros (que deben ser mantenidos constantes
en términos de poder adquisitivo) le van a alcanzar para vivir seis años sin
ingresos.
¿Cuántas familias hacen estos
simples cálculos? Si no los hacen, sospecho que sucede como con los exámenes
médicos, con una simple muestra de sangre uno puede conocer mucho del estado de
su salud. Pero no lo hace porque no quiere saberlo!
Ya se habrá dado cuenta de la
importancia de ahorrar y de invertir –para no sólo mantener constante sino
incrementar su capital- si espera vivir una vida larga y sin penurias
financieras.
Tercera etapa: La cosecha.
En esta etapa se reflejan
inexorablemente los aciertos y los errores de las etapas anteriores. Los
ingresos corrientes disminuyen y es necesario recuperar el capital invertido.
Los gastos familiares se atenúan pero se incrementan los gastos médicos. Por
eso es bueno llegar a esta etapa de la vida manteniendo una buena salud, además
de la salud financiera. Una y otra, son un largo camino que conviene comenzar
desde las etapas más tempranas de la vida para no tener que dejarle todo el
trabajo a la Providencia.
Esta explicación es como las dietas, muy simple de entender y difícil de realizar. Si se consigue el éxito, la satisfacción es grande. Es una carrera de largo aliento que es mejor no correr solo sino con todos los afectados por las decisiones que se tomen.
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