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jueves, 19 de abril de 2018

La parábola de la vida. Notas muy básicas de educación financiera.






La parábola de la vida tambien se dibuja en las finanzas personales.


Las finanzas personales son para la educación formal un tema más tabú que el sexo. Por más que se hurgue en los programas de estudio de la educación básica y secundaria no se encuentra ningún atisbo sobre la temática.
Tal ausencia resulta llamativa siendo que las decisiones financieras están entre las más importantes dentro del destino de las personas.
Muy básicamente, las finanzas personales tratan de enseñar sobre el manejo de los ingresos y los gastos en el transcurso de la vida.
No hace falta resaltar las penurias a las que se ven sometidas las personas que no tienen un acercamiento ni siquiera intuitivo al problema.
Para explicarlo de un modo gráfico podríamos ver así la representación de ingresos y gastos:
Donde vemos el paso del tiempo en el eje horizontal y los ingresos en el vertical.

 


Primera etapa: Crecimiento.
Desde el nacimiento y hasta finalizar la escolarización, que puede incluir, al menos  en una proporción variable, los estudios universitarios, nuestros padres se ocupan de nuestras necesidades financieras: casi no generamos ningún ingreso y ocasionamos a la familia los gastos derivados de nuestro cuidado y educación (alimentación, vestimenta, educación, etc.).

En términos económicos diremos que durante esta etapa acumulamos el capital que llamamos conocimiento para aprender las destrezas necesarias para desempeñarnos en la vida en forma independiente. Es evidente la importancia del aprovechamiento de este periodo para afrontar el que sigue.

Segunda Etapa: desarrollo y consolidación.
Entre los 25 y los 65 años atravesamos nuestra etapa más productiva. Desarrollamos nuestras carreras y consolidamos nuestra posición financiera. Entre los 45 y los 55 años alcanzamos el pico de nuestros ingresos activos –los conseguidos mediante el trabajo- y luego estos empiezan a declinar.
Es la etapa más productiva y también la más peligrosa en términos financieros. A medida que nos acercamos al final de esta etapa los errores cometidos se pagan más caros, pues no queda tiempo para corregirlos.
De la mano de los ingresos crecientes también crecen los gastos. Durante esta etapa se forman las familias y con ellas aparecen los gastos relacionados con la vivienda, la crianza y la educación de los hijos.
Las personas de este rango de edad son las más codiciadas por muchos mercados de bienes y servicios, porque tienen  excedente de ingresos para gastar. Por ello, es necesario aprender a manejar inteligentemente los gastos.
Hay que tomar decisiones sobre la conveniencia de tener o no vivienda propia y decidir si conviene o no contratar una hipoteca para adquirirla, pensar en la cantidad de hijos que se desea tener, criarlos y pagar su educación, a la vez que aparecen infinidad de tentaciones para llevar una vida más confortable: comprar un vehículo, salir de vacaciones, comprar ropa de moda, comer fuera de la casa, etc. etc.
Todas estas decisiones se toman en un marco de incertidumbre (la que es mayor en países inestables económicamente) pues no se conoce con certeza si los ingresos van a ser o no estables.
Por otro lado, se reciben múltiples ofertas de préstamos (son eso las tarjetas de crédito) que comprometen los ingresos hasta su límite y aún más allá. Esto provoca que muchas personas pasen muchos años endeudadas, si es que alguna vez en la vida no lo están.
Es más fácil en nuestros tiempos escuchar a alguien confesar sus inclinaciones sexuales o como se entretiene en su alcoba que oírlas hablar de sus deudas o de su capacidad de ahorro. Hay detrás de esto algo vergonzante.
Sin embargo, es difícil que alguien ignore que no siempre va a tener la misma capacidad de generar ingresos y que casi inevitablemente estos disminuirán en la última etapa de la vida.
Pero estamos llenos de preocupaciones y de tentaciones cotidianas y tendemos a no pensar en ese futuro lejano… hasta que cada vez se lo ve más cerca.
De todo esto surge la importancia de comprender el valor del ahorro y la inversión. Lo mejor sería aprenderlo en la primera etapa. La mayoría no lo hace. En primer lugar porque no se enseña en las escuelas y, principalmente,  tampoco se enseña en los hogares, ni por medio de explicaciones ni por medio de ejemplos de conducta.
Ninguna familia debería consumir todos sus ingresos, y mucho menos más que sus ingresos. Una proporción de ellos debe ser ahorrado para capitalizarse, esto es, para adquirir bienes o servicios que permitan aumentar los ingresos familiares, y si es posible, incluso más allá del trabajo propio.
Hoy existen muchas alternativas para invertir los ahorros, desde los más modestos a los más holgados. Hay muchos libros y publicaciones que enseñan cómo hacerlo. El mayor o menor grado de éxito dependerá de la habilidad de cada uno.
Pero, ¿cómo saber cuánto debería ahorrar? Lo más sencillo pero a la vez útil es comenzar por hacer un registro de los gastos mensuales y clasificarlos, luego revisarlos e intentar proyectar al futuro cuántos de estos gastos se van a mantener, a bajar o a subir. Este resultado va a ser el que le indique a valores actuales lo que se va a necesitar para vivir un mes en el futuro. Esos gastos va a tener que afrontarlos con los ingresos de los que disponga en ese momento más el producido por las inversiones realizadas durante la vida, multiplicados por todos los meses que piense que vaya a vivir. Matemática de la más simple.
Más sencillo. Con el 20% de ahorro de los ingresos que produce durante un año le va a alcanzar para vivir un año sin ingresos (con el mismo nivel de vida) cada cinco años de ahorro. Si trabaja durante treinta años, sus ahorros (que deben ser mantenidos constantes en términos de poder adquisitivo) le van a alcanzar para vivir seis años sin ingresos.
¿Cuántas familias hacen estos simples cálculos? Si no los hacen, sospecho que sucede como con los exámenes médicos, con una simple muestra de sangre uno puede conocer mucho del estado de su salud. Pero no lo hace porque no quiere saberlo!
Ya se habrá dado cuenta de la importancia de ahorrar y de invertir –para no sólo mantener constante sino incrementar su capital- si espera vivir una vida larga y sin penurias financieras.

Tercera etapa:  La cosecha.
En esta etapa se reflejan inexorablemente los aciertos y los errores de las etapas anteriores. Los ingresos corrientes disminuyen y es necesario recuperar el capital invertido. Los gastos familiares se atenúan pero se incrementan los gastos médicos. Por eso es bueno llegar a esta etapa de la vida manteniendo una buena salud, además de la salud financiera. Una y otra, son un largo camino que conviene comenzar desde las etapas más tempranas de la vida para no tener que dejarle todo el trabajo a la Providencia.


Esta explicación es como las dietas, muy simple de entender y difícil de realizar. Si se consigue el éxito, la satisfacción es grande. Es una carrera de largo aliento que es mejor no correr solo sino con todos los afectados por las decisiones que se tomen.



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