Crónica de la estafa más popular. Por Dardo Gasparré.
https://www.elobservador.com.uy/la-solucion-final-los-jubilados-n1144074
Todo lo que aprendemos se lo debemos a otro, aunque más no sea para refutar sus ideas, necesitamos del otro para apoyar nuestros pensamientos. Mi esperanza es ser un peldaño en la interminable escalera del saber. Aquí encontrará comentarios sobre muchos temas, pues las preguntas que me interpelan no siguen una agenda precisa. Este blog no es un ministerio. Como todos, construyo mis conocimientos sobre mi experiencia y a esta sobre mis prejuicios. Todos ellos influyen sobre los otros.
Datos personales
- Gustavo Garcia
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miércoles, 22 de noviembre de 2017
domingo, 19 de noviembre de 2017
Pactos Diabólicos
“El Estado es libre en cuanto no depende del extranjero, pero el individuo carece de libertad en cuanto depende del Estado de un modo omnímodo y absoluto. El Estado es libre en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos, pero sus individuos no lo son, porque el gobierno les tiene todas sus libertades”.
Juan Bautista Alberdi.
"Si no estás en la
mesa, estás en el menú".
Willy Kohan.
No tengo por costumbre participar
en reuniones con políticos, no obstante, en el otoño de 2015 asistí a una
reunión donde se presentaba la actual gobernadora de la Provincia de Buenos
Aires María Eugenia Vidal. Entre unas cuarenta personas se presentaba para
explicar sus ideas y hacerse conocer entre los ciudadanos de la provincia en la
que nunca había participado en política. Creo que ninguno de los que allí
estaban pensaba en ese momento que pudiera convertirse unos meses más tarde en
la gobernadora del distrito más importante y problemático del país y, menos
aún, que a dos años de asumir lideraría el gobierno de la forma en que lo hace.
Aunque también pensaba que era
muy improbable que se alzara con el cargo (en ese momento el PRO no era aún
parte de Cambiemos y se especulaba que Macri pactaría un acuerdo con Massa y que
el candidato a gobernador sería alguien con mayor peso) quise probar sus ideas con
una pregunta que me parece esencial frente a cualquier político:
¿cuánto espacio dejarán para mi
libertad?
Planteada en términos que cualquiera
de ellos puede entender se traduce en -¿Cuál es la carga fiscal que el PRO
considera adecuada?
- No hemos hecho ese cálculo.
Respondió.
Y me di cuenta que es una
pregunta que nunca había escuchado, no de parte del público sino, lo que es
peor, en las reuniones de su partido.
Ese día perdí la esperanza de que
el futuro podría cambiar para el país en el sentido que yo esperaba que cambie.
Como muchos, me alegré de que
Cambiemos se formara y lo apoyé en las sucesivas elecciones. Porque su gobierno
aleja del poder a la asociación ilícita que dejó el gobierno de la Argentina en
2015.
El proyecto de Cambiemos se
presentó a cara lavada durante la semana que acaba de terminar.
Como al kirchnerismo, le llevó
dos años diseñar su estrategia de poder, que en la jerga de los políticos se
llama construir gobernabilidad, y para nosotros, los que no pertenecemos a su
casta, interpretamos como la construcción de alianzas con los sectores de la
sociedad que le permitirán conseguir las mayorías necesarias para determinar
quién sale beneficiado y quién perjudicado por sus intervenciones y cuáles son
los espacios de libertad que poseeremos para gozar del fruto de nuestro trabajo
y construir nuestro porvenir.
El kircherismo en 2003 no se
jactó del default, se ocupó de mostrarse austero y expiar las culpas de la
Argentina ante una nueva afrenta al mundo civilizado, se obsesionó por mantener
superavits gemelos, abrió las puertas del poder a expresiones del progresismo
más allá de los límites del peronismo, prometió un "país con buena
gente" para recuperar el apoyo de las conciencias de las clases medias
culposas por el 40% de pobres que había en la Argentina, permitió un amplio pluralismo
en la prensa y se preocupó por reconstruir el poder de las corporaciones
industriales y sindicales. Muy pocos veían en Néstor Kirchner un líder
autoritario, pese a sus antecedentes como gobernador de Santa Cruz. Se
consideraba parte de la pintoresca picardía criolla su discurso antiimperialista
mientras palmeaba la rodilla de George Bush hijo diciéndole que no se
preocupara por lo que decía sino por lo que hacía, y que él sabía cómo contener
el avance de Hugo Chavez.
Nadie sintió preocupación cuando
afirmó que "un poco de inflación no está mal" o cuando en una
conferencia de prensa fustigó a un periodista preguntándole para qué medio
trabajaba frente a una pregunta inconveniente.
Para 2006, el kirchnerismo había
construido su gobernabilidad. Había logrado conquistar "la caja" con
la concentración casi completa de los fondos públicos, cumpliendo la sentencia
de su líder sobre la relación del dinero con la política y dándole forma a un
proyecto de poder ambiciosamente eterno con la sucesivas elecciones entre
marido y mujer.
¿Qué hizo la sociedad mientras
tanto? Se dedicó a disfrutar del bufffet froid del banquete populista sin echar
un vistazo a la cocina donde caminaban las cucarachas, jactándose del asombroso
poder de resilencia de nuestra gran nación.
Hay muchos puntos de coincidencia
en el arribo al poder entre Néstor Kirchner y Mauricio Macri para el que los
quiera ver.
Ambos se presentaron a sus cargos
con discursos y gestos conciliatorios, como haría todo político consciente de
su situación. Hasta el todopoderoso Perón se puso el traje de león herbívoro
cuando le resultó útil.
En la semana que acaba de concluir,
Cambiemos, o el macrismo (aún no decido cómo llamar a este gobierno) mostró sus
cartas. Mientras dedicó dos años a limpiar el salón y reordenar los muebles
luego de la fiesta dionisíaca, sintió que luego del apoyo logrado en las
últimas elecciones legislativas su momento había llegado.
Y nos mostró sus pactos. Apuntan
a reconstruir la economía de su base de apoyo luego de que el proyecto
populista se consumiera todos los stocks, favoreciendo los flujos de fondos
para construir una base de riqueza. Pero de ninguna manera las reformas
anunciadas devuelven el poder a la sociedad civil, lo que equivaldría a bajar
drásticamente el peso del estado en la economía, en su lugar, se propone
realizar un reordenamiento de las cargas fiscales promoviendo la rebaja de
algunos de los impuestos que gravan la producción para compensar la rebaja con
la suba de los que castigan al patrimonio.
Para conseguir el apoyo de los
gobernadores opositores se les devuelve parte del manejo de la caja con el
acuerdo extrajudicial que implica el retiro de sus demandas ante la
justicia.
Se acuerda con las cúpulas
sindicales la continuidad de la legislación laboral fascista y la garantía de
que sus cajas no serán tocadas.
El cambio gatopardista asegura su
aprobación en el congreso sin apuros.
La Justicia nota el corto alcance
que tendrá el nuevo orden y se entrega al espectáculo de entregar a los chivos
expiatorios a la sociedad, que los espera con ansiedad para redimirse del
pecado de haber sucumbido al populismo. Cuesta poco mandar a algunos a la
hoguera, sobre todo si lo tienen bien merecido, a cambio de reconciliarse con
adversarios, amigos y familiares.
Nos disponemos a darnos un baño,
renovar el guardarropa, tomar nuestra mejor lapicera y firmar nuevos pactos
diabólicos, convencidos de que es lo mejor que podemos hacer en estas
circunstancias.
Mientras, dejamos nuestros sueños
y el futuro de nuestros hijos para más adelante.
viernes, 10 de noviembre de 2017
Por qué no sirve una Agencia de Evaluación de Tecnologías Sanitarias para bajar el gasto en salud.
En primer lugar, debemos entender
por qué sube el gasto en salud. La respuesta es sencilla: porque se amplía la
oferta de bienes y servicios sanitarios, lo que no es malo en sí mismo. También
sube el gasto en turismo y a nadie le preocupa.
La particularidad del gasto en
salud es que sube más que la capacidad de la demanda que, recordémoslo, consta
de dos elementos: 1-necesidad o deseo y
2- capacidad de pago.
Puesto que los humanos no somos
ni invulnerables ni inmortales, la necesidad o el deseo de recibir servicios de
salud es infinita; por lo tanto es la capacidad de pagar por los servicios lo
que limita la capacidad de demanda. Hasta aquí, nada diferente a otros bienes
económicos.
La salud es, tal vez, luego de la
alimentación y el abrigo, un bien esencial para la humanidad. Por lo tanto,
existen situaciones donde el riesgo de perder la vida les otorga un valor que
tiende a infinito a los servicios de salud que prometen resolver el problema.
Ante a la incertidumbre de
enfermar y por el alto precio de los servicios que pueden resolver situaciones
extremas, la respuesta que ha surgido es la acción empresarial de creación de
los seguros. O bien porque uno mismo no tiene tanta capacidad de ahorro como
para autoasegurarse o bien porque prefiere transferir el riesgo a quienes están
dispuestos a asumirlo a cambio de una prima.
Seguros privados, mutuales u
obras sociales gremiales han sido respuestas privadas satisfactorias, sometidas
a la competencia del mercado. Mientras estos esquemas se mantuvieron libres no
se han manifestado los problemas de costos que hoy nos preocupan.
En efecto, la oferta de servicios
de salud se hallaba contenida por la capacidad de pago de los consumidores.
Pero esta situación de equilibrio
se modificó a partir de la introducción de las regulaciones específicas
impuestas al sector.
La primera de ellas, y la de
mayor importancia, es la interpretación del derecho a la salud como un derecho
positivo, es decir, que obliga a otros a satisfacer las propias necesidades de
salud.
De ella se han derivado
innumerables regulaciones que obligan a los seguros de salud a cubrir
prácticamente todos los servicios ofrecidos, sin tener en cuenta circunstancias
como enfermedades existentes previamente a la suscripción de los contratos, o
si las prácticas requeridas fueron o no contratadas con el seguro, o si están
contempladas en las normas que regulan la canasta de prestaciones.
A todo ello se adiciona la
regulación que establece el control de precios sobre los seguros. Y en caso de
no existir esta regulación, los precios subirían tanto que dejarían a gran
cantidad de pobladores sin esa protección. Situación bien ilustrada en el
fracaso del Obamacare.
De este modo, con una demanda
asegurada, ha crecido velozmente la oferta de servicios de salud, pues ya no
existen los límites que impone la capacidad de pago.
Como puede suponerse, esta
situación conduce al quebranto de las organizaciones aseguradoras.
En este escenario surge el planteo de la creación de una Agencia oficial de Evaluación de Tecnologías Sanitarias, como un modo de contener la oferta de servicios; por ello se pretende incluir entre sus atribuciones el carácter vinculante de sus fallos frente a las demandas judiciales presentadas por los consumidores de los servicios de salud. Algo que un novel estudiante de derecho sabe que es inviable.
Cualquier persona que se haya
interesado por la actividad de las agencias de evaluación de tecnologías
sanitarias sabe de lo compleja que resulta. En efecto, el propósito de las
agencias es encontrar evidencia científica sobre la eficacia y la efectividad
de los bienes y servicios sanitarios que se utilizan, tarea para la cual se
requiere una gran cantidad de recursos para seleccionar a los sujetos de las
pruebas, seguir los resultados en el tiempo y contar con pruebas de rigor
científico incontestables, provistas por estudios libres de toda sospecha de
conflictos de interés con actores interesados en el sistema de salud.
Se encuentra en estas
condiciones un pequeño número de islas de evidencia navegando en un océano de
intervenciones sanitarias sólo sustentadas en pruebas empíricas obtenidas sin
ninguno o sólo con una parte de los requisitos antedichos.
Claro que si sólo estuvieran
aceptadas intervenciones que cuentan con la aptitud de prueba de evidencia
muchas vidas se habrían perdido o estarían sujetas a condiciones de
padecimiento evitables, por lo que resulta inconveniente limitar las
prestaciones sanitarias a las que cuenten con evidencia de su eficacia o
efectividad.
Además, ¿por qué creer que los
evaluadores, por más que no posean conflicto de intereses, serían infalibles?
Después de todo, también son seres humanos. Tampoco la verdad científica es una
verdad absoluta, como se ocupan de estudiar los epistemólogos de la ciencia.
Ante este escenario, es errado
pretender que una sola agencia de evaluación pueda desarrollar semejante tarea
y no caer en los defectos de los que todo monopolio adolece.
Por el contrario, si en verdad se
quisiera contar con los servicios de las agencias evaluadoras, debería
fomentarse la competencia más amplia posible entre ellas. Así, serían los
mismos aseguradores que mostrarían como ventaja comparativa para ofrecer a sus
clientes su acreditación frente a esas agencias, y los consumidores estarían
protegidos y conscientes de los productos que contratan; al menos hasta el
grado de perfección que se pueda ir alcanzando y dentro de los límites que la
imperfección humana nos impone.
En todo caso, para esto sirven
las agencias de evaluación, para intentar acercarse a la verdad científica de
las intervenciones sanitarias. De ningún modo su actividad puede ser utilizada
como un mecanismo de control de precios de los servicios sin caer en graves equivocaciones
o en simples hechos de corrupción.
Entiendo que, a esta altura, he
cumplido con la promesa efectuada en el título. Dicho esto, uno puede
preguntarse por qué se insiste con esta iniciativa.
En voz baja, se me ocurren dos
alternativas. La primera es que se intenta poner un parche a una legislación
que en materia de derechos de salud y de regulaciones hace más agua que el
Titanic luego del choque con el iceberg y nadie se anima a modificar por la
cantidad de voluntades con las que hay que contar para hacerlo.
La otra alternativa, sin excluir
la primera, es que se crea con este ente un ámbito de negociación permanente
por los multimillonarios fondos de salud entre la corporación sindical y el
gobierno.
Y, además, como ocurre con todos
los monopolios, algunos medrarán con los negocios que se generen por los
resultados de las evaluaciones.
domingo, 5 de noviembre de 2017
Secesiones II. La política.
Hubo un momento
situado entre los siglos XVI o XVII en que surgieron los estados-nación y se
fueron formando los países como los conocemos hoy, con sus fronteras políticas
bien delimitadas en la mayoría de los casos. Ya no quedan en el mundo tierras
por colonizar. El que no esté conforme con su vida en un país no encontrará
sitio, por inhóspito que sea, que no pertenezca a algún país y deba someterse
al orden político establecido. Algunos están pensando en colonizar otros
planetas, otros el mar, pero todavía ni siquiera son una línea de vanguardia.
Desde aquellos
siglos de su formación, los estados, conducidos por monarcas o por gobiernos
elegidos por diversas formas de democracia han ido creciendo en influencia en
la vida de las personas. Tal vez, el paroxismo del poder estatal se vio
reflejado en el siglo XX con las dos peores guerras sufridas por la humanidad.
Dos guerras entre estados.
Lejos de lo que
podríamos suponer luego de tan terribles eventos, el estado en lugar de retraer
su participación en la vida de la comunidad la ha ido ampliando cada vez más.
La no muy precisa medición del PBI de cada país nos da una pauta de esa
participación. En la actualidad, el gasto estatal oscila entre el 40% y el 60%
del gasto de los países de la OCDE, una cifra que hasta el monarca más
despótico de hace no más de dos siglos hubiese envidiado.
Como todos sabemos,
el estado no produce nada, todo lo que consume lo obtiene de los impuestos que
recauda (las alternativas de la emisión de moneda y de endeudamiento son
impuestos diferidos), de modo que lo que gasta es en mérito de haber sido
extraído al resto de la sociedad.
Los estados que
habían llevado a sus sociedades a guerras que destruyeron casi toda la
prosperidad producida por sus sociedades lograron convencer a la población de
que eran ellos mismos quienes iban a devolverle el bienestar soñado y antes
disfrutado. No importa quién pagaría por ello, todos creyeron en las promesas
de sus gobiernos de que les sería devuelto y multiplicado lo perdido. De
oriente a occidente se consolidó el intervencionismo estatal, con una
constante, cuanto más intervención más pobreza y sometimiento. Sólo las
sociedades muy productivas pudieron soportar el peso de sus estados. El
estancamiento que evidencian en los últimos años denota que ya tampoco pueden
hacerlo.
Como sea, gran
parte de la humanidad hoy cree que la producción de bienes como la vivienda, la
salud, la educación y la protección de los ancianos es tarea del estado. Otra
buena parte también justifica la presencia del estado en el comercio, en la
construcción de infraestructura, en la producción de energía, alimentos y
muchas cosas más.
Desde su origen
como protector de las libertades
individuales, como podía esperarse de quien se arrogara el monopolio de la coerción,
el estado ha evolucionado primero hacia su función como productor y, desde lo que podemos ubicar en una línea de tiempo a
partir de la Segunda Guerra Mundial, como distribuidor
de la riqueza producida por los individuos, para lo cual no sólo recauda
impuestos que gasta en los que mal llama bienes públicos, pues no lo son, sino
que mediante sus políticas de reparto de privilegios premia o castiga a la
sociedad de acuerdo a criterios políticos, tecnocráticos o simplemente arbitrarios. (Ver http://institutoacton.org/2015/12/28/las-tres-etapas-del-avance-del-estado-gabriel-zanotti/)
Merced a la acumulación
de funciones los estados son cada vez más grandes. Qué significa que son más
grandes? En primer lugar, que deben recaudar cada vez más impuestos para
sostener sus actividades. En segundo lugar, significa que es cada vez mayor su
estructura burocrática -y todos sabemos lo difícil que es desprenderse de un
puesto de trabajo una vez que es creado, su ocupante encontrará muchas razones
para justificar la importancia de su actividad- que se lleva una gran parte de
los recursos que debieran destinarse a los mentados bienes públicos.
Se ha hecho célebre
la sentencia de Frederic Bastiat de que "el estado es la ilusión que todos
tenemos de vivir del esfuerzo de los demás". En una entrada anterior -https://elpeldanio.blogspot.com.ar/2017/10/secesiones.html-
hemos explorado la idea de que nuestros instintos tribales que favorecen la
integración grupal como medio de asegurar la supervivencia de la especie. En el
plano racional cabe preguntarnos cuál es el límite de tolerancia del
crecimiento del estado? Hasta dónde una sociedad tolera que la burocracia
estatal extraiga el producto de su trabajo? Hasta dónde tolera que le sea
prescripto qué cosas aprender o qué productos consumir? Cómo justifica que en
nombre de ayudar a los desfavorecidos el estado gaste en cosas como subsidiar a
la producción de películas u organización de eventos artísticos, o que se
condicione la libertad de expresión mediante el subsidio a medios de
comunicación o se acepte que los funcionarios deban trasladarse en aviones
privados, helicópteros o autos con chofer?
Al Pacino, en una
gran interpretación del mismo Diablo, dice en la película El Abogado del Diablo
que "el gran truco del Diablo es hacerle creer a la humanidad que no
existe". Modestamente, yo diría que el gran truco del estado es hacerle
creer a la humanidad que sin él no puede sobrevivir ni prosperar.
El estado ha sabido
alimentar la ilusión definida por Bastiat. Nos resulta difícil saber si cada
uno de nosotros es un consumidor o un contribuyente neto de bienes públicos.
Casi todos, de uno u otro modo recibimos un cheque del estado cada mes.
Para los que han
hecho las cuentas y notan que cada vez hay menos contribuyentes netos pues las
cargas fiscales son cada vez mayores y se animan a protestar contra este estado
de cosas el estado dispone de herramientas comunicacionales para criminalizar
la desigualdad o la defensa del patrimonio privado. Por eso, ya no se combate
al capitalismo por su tendencia a generar pobreza -falacia derrotada hace bastante
tiempo- sino por su tendencia a producir desigualdad, idea que Thomas Piketty
ha explotado para enriquecerse desigualmente. Como los buenos luchadores de
judo, el estado ha transformado su debilidad en fortaleza, justificando la
persecución a quienes se atreven a ser exitosos sin su ayuda. Un rico en
occidente tiene una imagen pública peor que la de un ladrón. Los países que no
castigan la riqueza con impuestos reciben el mote de paraísos fiscales y son
acusados de refugiar delincuentes.
Me queda para una próxima investigación la tarea de comprender la
función social de la envidia, sin la cual no puedo comprender cómo toleramos
los argumentos en favor del crecimiento del estado pese a sus malos resultados.
Son los malos
resultados que muestran los estados respecto de su promesa de repartir
bienestar para todos los que han despertado en muchos en occidente (porque en
Oriente todavía no están consolidados los estados-nación) la idea de secesión.
No es fácil
sostener estados cuya carga fiscal supera el 50% del PIB y desean permanecer
dentro de un orden institucional. Algunos estados se inclinan hacia el
totalitarismo para defender sus privilegios, no ya con la razón sino con la
violencia.
Cómo se hace para
defender la idea de que el estado nos provee de seguridad y defensa cuando se
multiplican los actos terroristas? O que nos provee de educación pública cuando
los jóvenes no aprenden lo suficiente para conseguir empleo? O cuando los
hospitales públicos dan servicios vergonzosos? O que ya los fondos de pensiones
no nos pueden asegurar una vejez sin pobreza?
La gran capacidad
para recaudar impuestos y regular la vida de las personas no se traduce en los
beneficios esperados para ellas.
En este contexto
aparecen las ideas de secesión. En la mayoría de los casos no se trata de
propuestas que devuelvan libertades y responsabilidades a las personas y
retraigan el peso del estado sino aquellas que apelan a lo tribal, a los
nacionalismos más retrógrados que sólo buscan como solución reemplazar una
burocracia por otra, como si se tratara sólo de un problema de eficiencia.
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