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viernes, 30 de octubre de 2020

Está mal, pero no tan mal...

El insidioso y solapado camino a la destrucción (o deconstrucción) de los valores.

 

El polifacético conductor de TV Guido Kaczka popularizó esta frase en uno de los tantos programas de preguntas y respuestas de los que la TV suele poner al aire para que los televidentes se conformen con ver que hay personas más estúpidas que ellos. La frase redime a las respuestas equivocadas intentando encontrar una lógica detrás del flagrante error para salvar al participante del ridículo. Bien visto, es un acto de amorosa compasión.

Pensado con un poco más de detenimiento, el abuso de este recurso puede llevarnos a confundir de modo severo la diferencia entre la verdad y la mentira, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo bueno y lo malo; y transformarnos en víctimas de un relativismo que nos pone a la deriva, a merced de cualquier viento que nos deposite en las playas menos deseadas.

Entre los muchos trabajos dedicados a descubrir cuáles son las claves del progreso social se destacan principalmente tres argumentaciones que de modo esquemático pueden agruparse en Estructuralismo, Institucionalismo y Culturalismo.

Los Estructuralistas, -marxistas, neomarxistas y estructuralistas-,  casi niegan el desarrollo, entienden las relaciones sociales en función de conflictos permanentes como lucha de clases, agrupando a estas de diversas maneras. La evolución de las sociedades se da en el desarrollo de este conflicto, que abarca tanto el sistema de valores y la cultura –la infraestructura-, como el sistema institucional –la superestructura-.

Los Institucionalistas sostienen que lo principal en el camino hacia el desarrollo consiste en dotar a la sociedad de un conjunto de normas jurídicas que ordenan, reglamentan y establecen el marco necesario que regula los comportamientos sociales sin los cuales se desdibujan los incentivos que llevan a los actores sociales a proyectar su futuro. De allí que pueblos idénticos culturalmente hayan tenido recorridos muy diferentes cuando sus marcos institucionales son distintos (las dos Coreas o las dos Alemanias).

Los Culturalistas hacen mayor hincapié en el sistema de valores, convicciones, creencias o idiosincrasia de las sociedades como motor del desarrollo. Los marcos institucionales responden, en estos casos, a un orden emergente que normatiza lo que espontáneamente surge del sistema de valores. De allí que sostengan que no es recomendable trasplantar las normas de una sociedad exitosa a otra culturalmente no preparada. Sobran ejemplos de estos fracasos, Argentina entre ellos.

Recomiendo esta exposición para ampliar esta breve descripción https://www.youtube.com/watch?v=2jep7miuLO8

Los hechos que los argentinos estamos viviendo estos últimos tiempos –siendo estos últimos tiempos un periodo de extensión imprecisa que se va haciendo más prolongado a medida que analizamos el pasado reciente a la luz de este marco conceptual, que nos permite resignificar variados acontecimientos- conmueven nuestros sistemas de valores.

En efecto, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que existe, aunque yo ya no esté tan seguro de que siga existiendo, una trama de creencias básicas compartidas por los argentinos durante los últimos 150 años que han servido de cimientos de nuestra nación. Son unas pocas y simples convicciones acerca de lo que es correcto.

El hombre común tiene como principios indiscutibles que no se debe matar, pues la vida es el derecho supremo y preservarla la primer obligación, que está mal resolver los conflictos por la fuerza y por mano propia, que no se debe robar, por lo tanto el respeto por la propiedad privada es irrestricto, que el progreso es hijo del trabajo y del esfuerzo, que la educación es el mejor capital del ser humano y la mejor herencia que puede dejársele a los hijos, que el ahorro es la base de la fortuna, que la libertad individual para elegir es el mejor camino hacia la felicidad. A ellos los acompañan conductas como la solidaridad, la puntualidad, la austeridad, el compromiso con la palabra empeñada, la honestidad, la honradez, la veracidad, el orden, la disciplina y, tal vez, un pequeño puñado de cosas más. Pero no mucho más.

En estos últimos tiempos estamos viendo que la validez de estas creencias está siendo cuestionada. Como nuestro conductor de TV, algunos hombres destacados de nuestra sociedad están diciendo “eso está mal, pero no tan mal”.

Matar está mal si alguien lo hace en defensa propia pero no tan mal si el que mata lo hace para obtener un par de zapatillas que no puede comprar porque la sociedad lo oprime a la vez que le hace desear lo que no puede obtener por métodos lícitos. Rápidos para poner etiquetas le llamamos a esta impunidad relativa “Doctrina Zaffaroni”.   

Robar está mal, pero no tan mal si el que roba es un político que ofrece dinero a personas a cambio de casi nada.

La propiedad privada es inviolable, pero se la puede expropiar con impuestos para financiar cualquier cosa que los votantes deseen, como mirar los partidos de fútbol gratis.

No respetar los contratos está mal, pero no tan mal si se quiebran los compromisos para favorecer a los deudores o a los inquilinos.

Estudiar y aprender ya no están tan bien vistos porque el mérito es segregacionismo.

El ahorro es dañino para la sociedad pues es gastar lo que uno no tiene lo que va a hacer crecer la economía del país.

Somos libres para opinar lo que querramos, siempre que no se ofenda a las autoridades.

Estoy seguro que el lector puede agregar unos cuántos ejemplos más a esta lista. Entre ellos FratelliTutti.

Tal vez las usurpaciones de tierras que son noticia por estos días no se traten de hechos aislados sino que forman parte de un intento por subvertir los valores y principios que durante tantos años gobernaron a nuestra comunidad.

Tal vez a ello apunten las nuevas “deconstrucciones” - increíble neologismo, ya que lo opuesto a construcción es destrucción, al menos en castellano- , comenzando por el lenguaje inclusivo y terminando por la democracia y la república.

Tal vez no todo sea tan espontáneo sino la sistemática práctica del programa gramsciano de tomar la educación y la cultura y el resto vendrá por añadidura.

Tal vez Kruschev estaba en lo cierto en su discurso en la ONU el 29 de septiembre de  1959:

“...Los hijos de tus hijos vivirán bajo el comunismo. Ustedes los occidentales son tan crédulos que no aceptarán el comunismo directamente pero seguiremos alimentándoles con pequeñas dosis de socialismo hasta que finalmente despertarán y descubrirán que ya tienen comunismo para siempre.  No tendremos que pelear con ustedes.  Debilitaremos tanto su economía hasta que caigan como fruta madura en nuestras manos.

La democracia dejará de existir cuando les quiten a los que están dispuestos a trabajar y se lo den a aquellos que no."

Tal vez ya no sepamos bien qué es lo que está mal. Y los participantes de los concursos de TV podrán todos reclamar su merecido premio.

 

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