Vi el anuncio en un banner tras
el vidrio de la Cámara de Comercio de Lomas de Zamora. “Cómo gestionar recursos
para conseguir objetivos” a cargo de “Juan José Campanella”.
Por la composición del público
que asistió al evento noté que no sólo a mí me había resultado extraña la
asociación del tema con el expositor.
Además de los pequeños
empresarios y comerciantes zonales, el salón se colmó con estudiantes de cine,
artes varias y admiradores de todo tipo.
Yo, que leí miles de páginas de
gurúes y administradores, no esperé que Campanella agregara nada nuevo a esos
contenidos. Mi entusiasmo por ir estaba guiado por la admiración y el agradecimiento
por haber concebido Vientos de Agua, una obra con la que para mí resulta
suficiente para elevar a la categoría de monumental a Juan. Pero me equivoqué…
Cualquiera que decida llevar adelante un negocio pudo aprender muchísimo del encuentro,
sin pagar un curso en Harvard, dicho sin desmesura.
El encuentro fue fantástico,
literariamente hablando. Campanella apareció vestido como suele vérselo media
hora más tarde del horario pautado, lo que le ocurre a casi todo aquél que
viene de la capital a nuestro conurbano, pasando por una infinidad de semáforos
y baches. También él estaría recordando en la travesía las visitas que le
permitieron crear Luna de Avellaneda.
Después de las presentaciones de
rigor, en la que no faltó el rasgo del suburbio en los dirigentes locales que
no resisten la tentación de subirse al escenario, Juan, flanqueado por dos
moderadores, uno de los cuales fue quien inspirara la historia del personaje
principal de Luna de Avellaneda, tomó finalmente el micrófono.
Paradójicamente, el guionista no
había preparado ningún guión, o eso quiso hacernos creer. Tipos como él sólo
necesitan de un mínimo estímulo para crear una historia allí donde los demás
vemos trivialidades.
“No sé preparar conferencias –dijo-.
Así que les propongo que me hagan preguntas”. Ese fue el instante en que se
produjo la magia. Cada uno de los asistentes del salón, al que hubo que agregarle
sillas a último momento, se transformó en un ser único, propietario de una
historia que merecería ser contada.
Bastó una sola pregunta para
entrar en clima y desatar una ola de brazos levantados para interpelar al
personaje.
Todas las respuestas tenían que
ver con las empresas, con la vida, con el cine y con la pasión que nos mueve a
los seres humanos. Todo al mismo tiempo.
“Uno empieza una creación con una
búsqueda. Viví mucho tiempo en Estados Unidos, pero nunca me hice americano.
Cuando me levantaba por la mañana, en mi camino al baño encendía la
computadora, y al salir, ya estaba buscando las noticias de los diarios de
Argentina. Fue uno de esos días cuando pensé en cómo pudieron mis abuelos
llegar a un país nuevo, dejando toda su historia atrás, así, de cuajo, para
empezar una nueva vida. Esa idea me inspiró Vientos de Agua.”
Juan se pasa la vida buscando
historias para contarnos, tal vez sea el talento que lo hace único. Todos, al
fin y al cabo, nos pasamos la vida haciendo cosas para descubrir quiénes somos.
Él encuentra en las historias de los demás los significados más profundos. Su
humildad devela su agradecimiento a quienes le proporcionan tan valioso
material.
“Uno empieza con la idea y decide
llevarla a cabo. Luego de ese momento comienza una carrera de obstáculos para
resolver los problemas que se van presentando.” Esa me pareció una síntesis
perfecta de lo que es una empresa.
Un terror vertiginoso se iba
apoderando de la sala cuando Juan contaba que en una película trabajan unas
ochenta personas y cuatrocientas hacen falta para hacer una película de animación.
Todo ese presupuesto hay que conseguirlo entre quienes confíen en el éxito del
emprendimiento, gestionarlo de manera eficiente y devolverlo con ganancia para
los inversionistas, si uno quiere que lo sigan financiando. Y todo puede irse a
la basura si el primer fin de semana de la exhibición la película no funciona y
es retirada rápidamente de las carteleras.
Nada con lo que no haya que
lidiar con cualquier emprendimiento, pero tal vez demasiado para quienes sólo
vean en una película una expresión artística, o quienes esperan que el gobierno
proteja sus negocios con ventajas impositivas, aranceles externos u otro tipo
de privilegios de los que se jactan las cámaras cuando los consiguen para sus
asociados.
- Si todo es tan riesgoso, qué lo
lleva a hacerlo? Alguien preguntó mientras el moderador de Luna de Avellaneda
repetía otra vez que no todo pasa por el lucro (“Pero los artistas también
tienen que comer” dijo Juan una de esas veces), como si alguien emprendiera
alguna acción para fracasar –salvo algunos casos que atienden los
psicoanalistas-. Sea por dinero, o por otro valor, todos entregamos algo para
obtener algo a cambio. A veces reconocimiento, a veces cariño, a veces para
aliviar la conciencia, y otras, las más baratas, sólo esperamos dinero, para
poder intercambiar el valor que creamos para otros con el supermercado.
Juan, zanjando una larvada
disputa, dijo que él emprende para trascender. “No hago cine para ganar dinero,
si fuera por eso me dedicaría a otra cosa”.
¿Hay alguien que emprenda algo
sólo para ganar dinero? El esfuerzo y la energía que se necesitan para
emprender sobrepasan por mucho el ánimo de hacer dinero. Los que no tienen la
pasión que demuestran Juan y todos los
emprendedores se quedan a mitad de camino. Podrán tener éxito en algún negocio,
aún sin descubrir por qué, pero difícilmente lo sostengan.
Emprender implica una tensión
permanente entre las ansias de hacer y la incertidumbre por el resultado.
“Hay que tener piel de rinoceronte”
dice Juan cuando le preguntan qué hace falta para dedicarse al cine, “primero
te van a decir que te dediques a otra cosa, que con eso no vas a vivir. Si
sobrepasás eso, después llegan los críticos, que cuando llegaste a hacer algo
vienen para destrozarlo… Aun así, hay que seguir, yo recién pude vivir del cine
a los 41 años.”
- ¿Tuviste suerte?
- Siempre necesitás de la suerte.
Cuando estaba por estrenar “El Secreto de sus Ojos”, que era un policial, una película
oscura, de la que muchos me decían que no tenía que ver conmigo, que no era lo
que la gente esperaba de mí, sucedió aquel hecho en el que mataron al peluquero
de Susana Gimenez y ella muy indignada declaró eso de que “el que mata tiene
que morir”. Mi mujer me advirtió que el clima social que se había creado con la
expresión haría triunfar la película.
Cuando nos conviene lo que sucede
lo llamamos suerte. Juan tiene la capacidad de convertir en positivo cualquier
hecho. Cuando algo es desfavorable es sólo un obstáculo a superar. Otra lección
de espíritu emprendedor.
El tiempo se había detenido entre
muchas anécdotas y reflexiones entrañables del Buscador de Historias para
Contar. Volvió al conurbano tal vez para sumergirse de nuevo en sus ambientes
bucólicos. Ví en él más admiración y agradecimiento que el que teníamos
nosotros frente a la oportunidad de haber charlado con semejante figura. De ahí
su intención de dar este homenaje.
De regreso a mi casa, Jorge
Fernández Díaz presenta una reseña radial de Ricardo Darín, otro que se declara
un tipo con suerte, y cuenta lo que Juan dice de los ojos de Darín: “vos lo
mirás a los ojos y podés ver lo que está pensando, su cerebro se ve a través de
sus ojos”.
Cosas que descubre el Buscador de
Historias para Contar.
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