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lunes, 21 de agosto de 2017

Por qué puede ser una señal de salud que cierren comercios.



Suele asociarse el crecimiento al bienestar y, en términos generales, esta idea es correcta. Si por bienestar, al menos en sentido económico, entendemos la posibilidad de consumir una mayor cantidad de bienes y servicios es razonable entender al consumo como una medida del bienestar y asociar, entonces, el consumo a un síntoma de crecimiento.
Ahora bien, el nivel de consumo, tanto de una familia como el de un país, puede provenir de diversas fuentes. Por un lado, la mejora de la productividad, que hace que produzcamos más bienes con igual o menor esfuerzo, nos permite mejorar nuestra capacidad de consumo. Otra fuente de mejora del nivel de consumo puede ser la toma de deuda. En este caso, el consumo presente augura una pérdida de bienestar futura, cuando haya que destinar recursos para pagar las deudas. Una tercera alternativa, no accesible a los particulares, es imprimir dinero, de uso exclusivo del gobierno.
Como vemos, sólo una de las tres alternativas puede sostenerse en el tiempo. En efecto, la capacidad de aumentar la productividad proviene del ahorro, que posibilita la formación de bienes de capital -la educación es uno de ellos, acaso el más importante-, que son los que nos van a permitir producir más bienes para intercambiar con otros o para consumirlos nosotros mismos.
De dónde proviene, entonces, la idea de que el consumo es equivalente a la de bienestar?
Los economistas han desarrollado la noción de PIB (Producto Interno Bruto), que es una medida que suma el monto de todos los bienes finales que la economía de un determinado país -o unidad política- consume durante un determinado periodo. Esta medida incluye los gastos del gobierno, por lo que puede haber un crecimiento del PIB si el gobierno gasta más -consume más bienes y servicios- lo que puede hacer cobrando impuestos, tomando deuda o imprimiendo dinero y produciendo, de este modo, inflación.
En consecuencia, el crecimiento del PIB no es per se, una medida de la salud de la economía.
Además, como ha sido dicho, el PIB refleja el consumo de bienes finales, no toma en cuenta los bienes intermedios y primarios que se requieren para la producción de bienes de consumo final.
Lógicamente, producimos para consumir, pero no somos más ricos por consumir más sino cuando nuestra capacidad de consumo crece consistentemente, lo que sólo ocurre si realizamos las inversiones necesarias en bienes de capital para ser más productivos.
Los gobiernos son capaces de crear una ilusión de bienestar inyectando dinero en la economía, lo que significa consumirse los ahorros, porque si se endeuda para repartir dinero deberá pagar esas deudas o si imprime más dinero la consecuencia será la suba de los precios de los bienes -que siguen siendo los mismos frente a más cantidad de dinero-.
Si uno utiliza sus ahorros para ir de vacaciones o cambiar el auto en lugar de usarlos para pagar la educación de sus hijos o comprar una nueva máquina para producir más, ¿se está convirtiendo en más rico o en más pobre?
Claro que se siente mejor el consumo que el ahorro. El ahorro significa una postergación de la satisfacción y sólo nos disponemos a ahorrar si podemos alcanzar en el futuro una satisfacción mayor a la presente.
En el caso del consumo de bienes (porque también realizamos esfuerzos equivalentes al ahorro cuando realizamos un entrenamiento físico o estudiamos) cuanto más escasos son los bienes deseados mayor propensión al ahorro tendremos. Un automóvil es el modo de satisfacer la necesidad de transporte de un modo más rápido y confortable, pero para construirlo son necesarias varias etapas de producción previas a la adquisición (comercialización, distribución, ensamblado, diseño del modelo, fabricación de las piezas, producción de los materiales que las componen, por mencionar algunas de ellas).
Que emprendamos la construcción de un automóvil depende de que la recompensa esperada por su venta justifique el ahorro de quienes deciden producirlo (tanto en capital como en postergación de sus propias satisfacciones). En una economía compleja -en la que participan muchísimos actores- es el sistema de precios el que representa las valoraciones relativas de los diferentes bienes que se producen, siendo la escasez -cuando hay muchos más demandantes que oferentes- de determinado bien lo que impulsa la suba de su precio. En el caso de los bienes cuya producción demanda una cantidad apreciable de tiempo también su precio es el reflejo de las preferencias intertemporales.
Comprar manzanas en el Caribe puede resultar más caro que comprar mangos, a la inversa en la Patagonia, pero los automóviles tienen un precio similar en todo el mundo. Esto se debe a que el tiempo es un recurso escaso en todo el planeta.
La tasa de intercambio de un bien por otro depende tanto de la escasez relativa de los bienes a intercambiar en un momento dado (tantas manzanas por tantos mangos) como de las preferencias temporales (cinco manzanas ahora o seis dentro de una semana, por ejemplo). Esta preferencia intertemporal es lo que refleja la tasa de interés. Algo que existe aún sin necesidad de que exista el dinero.
Como existe el dinero para favorecer los intercambios -no habría posibilidad de producir bienes que requieran mucho tiempo para ser producidos sin él- el precio del dinero refleja su escasez relativa. En efecto, en una economía donde se ahorra mucho el dinero es abundante, generando un inmediato incentivo al consumo pues no será costoso obtenerlo.
Como preferimos consumir hoy antes que mañana, emprenderemos proyectos que requieran menos etapas para obtener el producto para su consumo final pues no se produce recompensa en dinero por demorar la satisfacción. Si nos resulta relativamente más barato importar automóviles que producirlos, nos convendrá importarlos y venderlos, evitando las etapas anteriores a su distribución y comercialización.
Ahora bien, como ha sido dicho, no sólo podemos obtener dinero por medio del ahorro sino también por medio de pedirlo prestado -la emisión de moneda es otra forma de endeudarse-. De este modo se produce una abundancia de dinero que impulsa a la creación de emprendimientos más cercanos al consumo final, especialmente comercios, para satisfacer todo tipo de necesidades favoreciendo una falsa percepción de riqueza, pues no está sustentada en una ventaja consistente sino temporaria, ya que nuestra capacidad de pedir prestado dependerá tanto de la abundancia del bien que requerimos (si abunda el dinero en el mundo) como de nuestra capacidad para cumplir con los pagos de la deuda (podremos pagar si vendemos algo que producimos y los demás demandan).
Cuando se agota la capacidad de endeudamiento y el dinero comienza a escasear, por lo que se hace más caro, muchos proyectos iniciados en periodos de abundancia dejan de ser rentables, empezando por aquellos que la población considera más superfluos.
Esto muestra un signo de agotamiento del ciclo económico.
La escasez de dinero encarecerá su precio, lo cual vuelve rentables los emprendimientos con mayor cantidad de etapas de producción, ya que las ventajas se producirán con la ganancia de productividad.
En este caso, el cierre de comercios puede reflejar el nacimiento de una etapa más saludable de la economía. El ahorro que era destinado a emprendimientos a etapas más cercanas al consumo, comienza a volcarse a inversiones que requieren un tiempo mayor de maduración, con creación de más valor para la sociedad.

Si he logrado despertar su interés en el tema, puede profundizarlo con la lectura de
- Mark Skousen - La estructura de la producción. 1990.
- Jesús Huerta de Soto. Dinero, crédito bancario y ciclos económicos. 1998.

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