Suele asociarse el crecimiento al bienestar y, en términos
generales, esta idea es correcta. Si por bienestar, al menos en sentido
económico, entendemos la posibilidad de consumir una mayor cantidad de bienes y
servicios es razonable entender al consumo como una medida del bienestar y
asociar, entonces, el consumo a un síntoma de crecimiento.
Ahora bien, el nivel de consumo, tanto de una familia como
el de un país, puede provenir de diversas fuentes. Por un lado, la mejora de la
productividad, que hace que produzcamos más bienes con igual o menor esfuerzo,
nos permite mejorar nuestra capacidad de consumo. Otra fuente de mejora del
nivel de consumo puede ser la toma de deuda. En este caso, el consumo presente
augura una pérdida de bienestar futura, cuando haya que destinar recursos para
pagar las deudas. Una tercera alternativa, no accesible a los particulares, es
imprimir dinero, de uso exclusivo del gobierno.
Como vemos, sólo una de las tres alternativas puede
sostenerse en el tiempo. En efecto, la capacidad de aumentar la productividad
proviene del ahorro, que posibilita la formación de bienes de capital -la
educación es uno de ellos, acaso el más importante-, que son los que nos van a
permitir producir más bienes para intercambiar con otros o para consumirlos
nosotros mismos.
De dónde proviene, entonces, la idea de que el consumo es
equivalente a la de bienestar?
Los economistas han desarrollado la noción de PIB (Producto
Interno Bruto), que es una medida que suma el monto de todos los bienes finales que la economía de un determinado
país -o unidad política- consume durante un determinado periodo. Esta medida
incluye los gastos del gobierno, por lo que puede haber un crecimiento del PIB
si el gobierno gasta más -consume más bienes y servicios- lo que puede hacer
cobrando impuestos, tomando deuda o imprimiendo dinero y produciendo, de este
modo, inflación.
En consecuencia, el crecimiento del PIB no es per se, una medida de la salud de la
economía.
Además, como ha sido dicho, el PIB refleja el consumo de bienes finales, no toma en cuenta los bienes intermedios y primarios que se
requieren para la producción de bienes de consumo final.
Lógicamente, producimos para consumir, pero no somos más
ricos por consumir más sino cuando nuestra capacidad de consumo crece
consistentemente, lo que sólo ocurre si realizamos las inversiones necesarias
en bienes de capital para ser más productivos.
Los gobiernos son capaces de crear una ilusión de bienestar
inyectando dinero en la economía, lo que significa consumirse los ahorros,
porque si se endeuda para repartir dinero deberá pagar esas deudas o si imprime
más dinero la consecuencia será la suba de los precios de los bienes -que siguen
siendo los mismos frente a más cantidad de dinero-.
Si uno utiliza sus ahorros para ir de vacaciones o cambiar
el auto en lugar de usarlos para pagar la educación de sus hijos o comprar una
nueva máquina para producir más, ¿se está convirtiendo en más rico o en más
pobre?
Claro que se siente mejor el consumo que el ahorro. El
ahorro significa una postergación de la satisfacción y sólo nos disponemos a
ahorrar si podemos alcanzar en el futuro una satisfacción mayor a la presente.
En el caso del consumo de bienes (porque también realizamos
esfuerzos equivalentes al ahorro cuando realizamos un entrenamiento físico o
estudiamos) cuanto más escasos son los bienes deseados mayor propensión al
ahorro tendremos. Un automóvil es el modo de satisfacer la necesidad de
transporte de un modo más rápido y confortable, pero para construirlo son
necesarias varias etapas de producción previas a la adquisición
(comercialización, distribución, ensamblado, diseño del modelo, fabricación de
las piezas, producción de los materiales que las componen, por mencionar
algunas de ellas).
Que emprendamos la construcción de un automóvil depende de
que la recompensa esperada por su venta justifique el ahorro de quienes deciden
producirlo (tanto en capital como en postergación de sus propias
satisfacciones). En una economía compleja -en la que participan muchísimos
actores- es el sistema de precios el que representa las valoraciones relativas
de los diferentes bienes que se producen, siendo la escasez -cuando hay muchos
más demandantes que oferentes- de determinado bien lo que impulsa la suba de su
precio. En el caso de los bienes cuya producción demanda una cantidad
apreciable de tiempo también su precio es el reflejo de las preferencias
intertemporales.
Comprar manzanas en el Caribe puede resultar más caro que
comprar mangos, a la inversa en la Patagonia, pero los automóviles tienen un
precio similar en todo el mundo. Esto se debe a que el tiempo es un recurso
escaso en todo el planeta.
La tasa de intercambio de un bien por otro depende tanto de
la escasez relativa de los bienes a intercambiar en un momento dado (tantas
manzanas por tantos mangos) como de las preferencias temporales (cinco manzanas
ahora o seis dentro de una semana, por ejemplo). Esta preferencia intertemporal
es lo que refleja la tasa de interés. Algo que existe aún sin necesidad de que
exista el dinero.
Como existe el dinero para favorecer los intercambios -no
habría posibilidad de producir bienes que requieran mucho tiempo para ser
producidos sin él- el precio del dinero refleja su escasez relativa. En efecto,
en una economía donde se ahorra mucho el dinero es abundante, generando un
inmediato incentivo al consumo pues no será costoso obtenerlo.
Como preferimos consumir hoy antes que mañana, emprenderemos
proyectos que requieran menos etapas para obtener el producto para su consumo
final pues no se produce recompensa en dinero por demorar la satisfacción. Si
nos resulta relativamente más barato importar automóviles que producirlos, nos
convendrá importarlos y venderlos, evitando las etapas anteriores a su
distribución y comercialización.
Ahora bien, como ha sido dicho, no sólo podemos obtener
dinero por medio del ahorro sino también por medio de pedirlo prestado -la
emisión de moneda es otra forma de endeudarse-. De este modo se produce una
abundancia de dinero que impulsa a la creación de emprendimientos más cercanos
al consumo final, especialmente comercios, para satisfacer todo tipo de
necesidades favoreciendo una falsa percepción de riqueza, pues no está
sustentada en una ventaja consistente sino temporaria, ya que nuestra capacidad
de pedir prestado dependerá tanto de la abundancia del bien que requerimos (si
abunda el dinero en el mundo) como de nuestra capacidad para cumplir con los
pagos de la deuda (podremos pagar si vendemos algo que producimos y los demás
demandan).
Cuando se agota la capacidad de endeudamiento y el dinero
comienza a escasear, por lo que se hace más caro, muchos proyectos iniciados en
periodos de abundancia dejan de ser rentables, empezando por aquellos que la
población considera más superfluos.
Esto muestra un signo de agotamiento del ciclo económico.
La escasez de dinero encarecerá su precio, lo cual vuelve
rentables los emprendimientos con mayor cantidad de etapas de producción, ya
que las ventajas se producirán con la ganancia de productividad.
En este caso, el cierre de comercios puede reflejar el
nacimiento de una etapa más saludable de la economía. El ahorro que era
destinado a emprendimientos a etapas más cercanas al consumo, comienza a
volcarse a inversiones que requieren un tiempo mayor de maduración, con
creación de más valor para la sociedad.
Si he logrado despertar su interés en el tema, puede
profundizarlo con la lectura de
- Mark Skousen - La estructura de la producción. 1990.
- Jesús Huerta de Soto. Dinero, crédito bancario y ciclos
económicos. 1998.
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