La política volvió a montar su espectáculo. Los medios
ofrecieron nuevamente el escenario. La sociedad se sentó a observarlo en su
sillón favorito y luego se fue a dormir cómodamente indignada, con su moral a
salvo.
Fue un juego sin perdedores. De entrada se supo que sería
una farsa. Hasta el menos enterado en asuntos de la política vive las
detenciones de lúmpenes de la dinastía Kirchner como una ronda de previas de la
gran velada. A nadie le cabe la más mínima duda de que los responsables del saqueo
más monumental de la historia argentina realizado a la vista de todo el mundo
fueron Néstor y Cristina Kirchner. Como todo autócrata que se precie, ambos se
rodearon de imbéciles leales, deshaciéndose de todos aquellos que pudieran
disputarle la más mínima cuota de poder. Robar a plena luz del día es el
éxtasis de los ladrones cuando ya no les importa el botín porque ya tienen
suficiente como para asegurarle la vida hasta sus tataranietos. Por no poder
imponerse por la fuerza de las armas -un proyecto que el tiempo no permitió que
completaran- sólo les quedó el poder del dinero, que no alcanzó. Ahora, temen
las consecuencias de ese proceso trunco.
En la comedia De Vido, cada uno actuó su papel como debía
hacerlo. Los leales al kirchnerismo lo hicieron porque pueden ser acusados en
cualquier momento de lo mismo que es acusado De Vido. Y son tan insignificantes
que nadie se inmolaría por ellos. La Omertá.
Los acusadores rogaban por no tener los votos para
destituirlo y medrar con la indignación popular -con perdón de la palabra- para
mejorar una performance que está en duda en las próximas elecciones. Y se
preocuparon muy bien de no mencionar demasiado a la reina de El Calafate.
Mientras, siguen jugueteando con un presupuesto público que es el más alto de
la historia sin que demasiados se preocupen por las manos que se roban lo que
hay en sus bolsillos.
La quelónica justicia argentina hace lo que tiene que hacer.
Como se sabe, los cargos judiciales no son elegidos por el voto, al menos en
forma directa, de modo que sus ocupantes dependen de quienes sí han recibido el
favor popular. La reforma constitucional del 94 puso a los jueces en manos de
la política, convirtiéndolos en sus más fieles servidores. Se aprendieron las
lecciones de la dictadura militar, Nunca Más habría una justicia independiente
para juzgar al poder.
Cada uno de los actores cumplió con su parte en el libreto.
No nos debería extrañar que algún día de
un futuro no muy lejano el muchacho sea el villano de una nueva película
de Netflix. A la humanidad siempre le han apasionado las historias donde nadie
es lo que parece ser.
Borges, el argentino más sabio, solía decir que la historia
es circular. Seguimos en la larga agonía.
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