La amistad es el vínculo que hace a dos
personas inseparables, bajo cualquier condición, incluida la muerte, el vínculo
es capaz de resistir. No sabemos cómo se construye, porque suele hacerlo en una
etapa de la vida en la que todavía no aprendimos a pensar. A pesar de esta
ignorancia, nos habita la profunda convicción de que nada la puede romper.
No sabemos explicarla más que con exageradas
anécdotas llenas de heroísmo o de gracia. Es uno de los pocos lugares donde
todos coincidimos en poner a la felicidad.
Con un amigo podemos pelearnos a puñetazos y
esos puñetazos duelen más en nuestra carne que en la de él. El tiempo que pasa
hasta la reconciliación es eterno, pero llega, y llega bendecida por el perdón
más auténtico, el que no necesita de más explicaciones que un abrazo o una
mirada para volver al lugar del que nunca se debió haber salido. Porque nunca
lo perdonamos a él, que es perfecto, sino que nos perdonamos a nosotros mismos,
que nos comportamos como estúpidos más veces de las que nos gustaría reconocer.
La ofensa de un amigo siempre tiene revancha.
Hasta las personas más odiadas tienen algún amigo.
No se rompe la amistad con la distancia, ni con
el tiempo. Basta un encuentro, por breve que sea, para volver inmediatamente al
lugar donde habíamos quedado.
La amistad tiene la astucia de buscar cualquier
excusa para compartir un momento, como la sabiduría para evitar la convivencia.
El amigo es el interlocutor en el diálogo
interior. Cuando contamos nuestros planes o nuestras dudas, alegrías o enojos
siempre imaginamos ahí a un amigo para que nos diga qué haría él en nuestro
lugar, para darnos la razón o para hacernos ver equivocados o para darnos el suspiro
de coraje que nos hace falta para poner en marcha la obra.
La vida puede llevarnos a crecer en distintas
direcciones, como las ramas de un árbol, pero seguimos siempre atados al mismo
tronco y nutridos por las mismas raíces.
Los católicos ven en el matrimonio la unión
divina, “que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Una amistad no la rompe
ni Dios, ni cualquier otro sustituto por más pasión que pongamos en él.
Romper una amistad nos rompe, nos deja una
herida irreparable, fatal. Es una herida autoinfligida que nunca nos dejará.
Puede mejorarse con respeto y dedicación, pero
no se construye ni con ellos ni con nada que podamos planificar. Aparece espontáneamente,
se da o no se da.
No hay lugar más cómodo que frente a un amigo.
Le podemos contar nuestros problemas, aunque casi siempre evitamos contagiarlo
de nuestros disgustos.
La amistad es el último refugio antes de la
soledad y la tristeza.
No sé qué puede haber en el último pensamiento
de un hombre, pero no será una mala muerte si en la última imagen están los
amigos.
Escribí esto mientras pensaba en ustedes,
queridos amigos.